SANTA MISA
Solemnidad del Nacimiento del Señor
25 Diciembre
Y nosotros seguimos sin aprender. Qué bueno es el Señor, que nos sigue
enseñando aquello del Magnificat: A los humildes los colma de bienes.
Ocurrió hace ya años en una parroquia de nuestra Diócesis. Hace poco me lo
contó el sacerdote al que le había sucedido. En la calle, junto a la iglesia habían
colocado un Nacimiento. Cuando los coches pasaban, frenaban para contemplarlo;
los transeúntes se paraban y hacían sus comentarios.
Una mañana se armó el revuelo en la sacristía cuando un monaguillo entró
gritando: “Han robado al Ni￱o Jesús”. La parroquia hervía de comentarios para
todos los gustos: “Ya no se respeta nada”, decían. “¿Qué mal les hará la imagen de
un Ni￱o recién nacido?” Al día siguiente el Ni￱o apareci￳ de nuevo en su sitio, como
si nada hubiera pasado, pero iba vestidito con una camisita primorosamente
bordada.
Años más tarde, cuando nadie recordaba ya el incidente, se supo lo que había
ocurrido aquella noche. Lo contó Félix, el aprendiz de ladrón en el día de
Navidad, un buen padre de familia que, oyendo a su hijo pequeño el comentario
del frío que estaría pasando el Niño en el portal, donde la escarcha no
necesitaba ser artificial, bajó después de cenar y, sigilosamente, sin otros
testigos que la Virgen, San José y los animales, se llevó a su casa al Niño.
Estaba helado. Hubo fiesta grande en aquella familia que disfrutó de lo lindo con
la presencia del Niño. Posiblemente también el Niño gozó en su nueva familia.
Tan tarde se apagaron las luces en aquella casa que al día siguiente todos se
habían dormido y ya no era posible reintegrar al Niño a su lugar sin llamar la
atención; así que, como tampoco la Virgen y San José protestaron, lo dejaron
todo el día en su casa; y la abuela aprovechó para vestirle.
Como veis, el “ladr￳n” nos ofreci￳ una gran lección de amor y de ternura. Nada
tenía sentido si el Niño faltaba. La Virgen estaba arrodillada ante una cuna vacía.
San José no miraba a ninguna parte. Y la mula y la vaca no encontraban ya adonde
dirigir el calor de su aliento. No tenía sentido un belén sin Niño. Si faltaba Él no
podía haber Navidad.
Lo acabamos de escuchar en el Evangelio : “Vino a los suyos y los suyos no le
recibieron” . Un belén que no tiene al Niño en el centro, que no vive el misterio de la
Navidad como el Evangelio nos pide, es una Navidad sin Navidad.
Juan en el prólogo de su Evangelio sintetiza en una sola frase toda la profundidad
del misterio de la Encarnación. Escribe: “La Palabra se hizo carne y puso su morada
entre nosotros.Y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre
como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1, 14).
Para Juan, en la concepción y el nacimiento de Jesús se realiza la Encarnación del
Verbo eterno, consubstancial al Padre. El Evangelista se refiere al Verbo que en el
principio estaba con Dios, por medio del cual ha sido hecho todo cuanto existe y sin
Él nada tiene sentido, escribe el Papa en la Tertio Millennio Adveniente (n. 2-3).
El hecho de que el Verbo eterno asumiera en la plenitud de los tiempos la
condición de criatura confiere a lo que acontece en Belén un singular valor. Gracias
al Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como cosmos, es decir, como
universo ordenado. Y es que el Verbo –termina afirmando el Papa-, encarnándose,
renueva el orden cósmico de la creación. Nos da a todos la salvación. La Carta a los
Efesios habla del designio que Dios había prefijado en Cristo, “para realizarlo en la
plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que esté en
los cielos y lo que está en la tierra” (Ef. 1, 10)
Y para nosotros, el comienzo de la primera lectura del profeta Isaías. Porque
se habla también de nuestros pies, los pies del mensajero que anuncia no su
palabra, sino la Palabra.
“¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que trae la buena
nueva, que pregona la victoria, que anuncia la paz, que dice a Sión: Tu Dios está
cerca!” . Este es nuestro Rey. El que después va a reinar sobre la cruz, comienza
reinando ya en las dificultades, en la pobreza, en un establo.
Una alegría que nos viene a anunciar, que celebramos, que acogemos en
nosotros, no puede sino llevarnos –como dice el profeta- a romper a cantar: “El
Señor consuela a su pueblo”.
Celebremos, pues, con júbilo, el nacimiento de Jesús. Vivamos con gozo y con
paz esta Eucaristía y que llegue a nuestra vida la alegría de los que se gozan con la
salvación que Jesús trae, la alegría de los pobres y de los sencillos. ¡Feliz Navidad a
todos!