II Domingo de Adviento, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a- Is. 11, 1-10: Lo buscarán los gentiles y su morada será gloriosa.
El profeta nos presenta la fisonomía interior del futuro Mesías de Yahvé (cfr. Is.9,
1-6). Llama la atención el dinamismo que posee este Mesías, ya que posee el
espíritu de Yahvé: retoño de la dinastía davídica, descendiente de Ajáz, se
convertiría por la fuerza del espíritu, en el príncipe de los tiempos mesiánicos. Las
cualidades y carismas que acompañan al Mesías, no serían nada, sin la posesión
del espíritu de Dios, soplo divino que lo eleva a la identificación con Dios, con una
misión específica dentro de la historia de la salvación. Antes que ÉL, habían sido
hombres de Dios: Moisés, los ancianos, los jueces, los reyes y profetas, todo fueron
revestidos de ese espíritu, lo que los convirtió en válidos instrumentos de Dios al
servicio de su pueblo Israel. De ahí que esos carismas y dones son cualidades
humanas pero elevadas a un grado altísimo para bien de todo el pueblo. No fue
precisamente en tiempos de Ezequías ni Zorobabel que este oráculo se cumplió, el
profeta mira al futuro con certeza, ya que el Mesías davídico vendrá. Fueron un
eslabón más en la cadena de esperanzas mesiánicas. Entre las características de
este futuro Mesías encontramos a modo de síntesis que pertenece a la dinastía de
David, desciende del tronco de Jesús, padre de David. Está vigente la promesa de
Natán (2Sam.7,11-16; 1 Sam.16,1-13; Rt.4,22), Ajaz no vivió según los designios
de Dios de ahí que el profeta anuncia la llegada de un verdadero Mesías, n acido de
la estirpe de Jesé (cfr. Is.7,9; 2 Re.16,8). Otra característica es el que el Mesías
estará lleno del espíritu de Dios, es decir, intervendrá en la historia, es Yahvé quien
le comunica esta capacidad, convergerá en ÉL la plenitud del espíritu que movió a
los profetas. Seis dones moverán su acción la sabiduría, la inteligencia, el consejo,
la fortaleza, el conocimiento y el temor de Dios (vv.2-3). Finalmente, el Mesías
restablecerá las relaciones armoniosas ente Dios y los hombres, las de los hombres
entre sí y las de éste con la naturaleza que el pecado de origen había roto (cfr.
Gn.2,4-3,24). La naturaleza yerma, símbolo del pecado se convertirá en feraz, un
vergel, imagen del conocimiento que habilita a los hombres para vivir en paz y
armonía. El asesinato de Abel, arruinó las relaciones ente los hombres, la
inauguración del reino mesiánico restituye las relaciones con la paz y la armonía. El
niño que conduce a los animales, antes enemigos es símbolo del hombre inocente,
Adán en el paraíso (vv.6-7; Gn.2,1-3,24. Isaías puso este esta nueva creación en
tiempos de Mesías, fruto de la acción dinámica del Espíritu, los cristianos sabemos
que está en Cristo Jesús, Alfa y Omega en Dios. Los que no creen ponen su
felicidad en una sociedad de consumo, nutrido de lo que consideramos antivalores.
El cristiano lucha por establecer el reino de Dios entre lo que ya se ha cumplido, la
venida del Espíritu Santo y lo que hay que hacer, tensión escatológica entre el ya
ahora y el todavía no.
b.- Rm. 15, 4-9: Acogeos mutuamente como Cristo os acogió.
El apóstol Pablo termina su epístola a los Romanos con un gran exhortación: saber
integrar los elementos propios de una comunidad pluralista en lo cultural y
religioso, sin olvidar lo esencial, como es la caridad, como vínculo de unión.
Recurre a temas como el consuelo y la paciencia o perseverancia, propios del
antiguo Israel, entendida como liberación, para qué a una sola voz glorifiquen a
Dios (cfr. Is.40,1-5; 1 Mac.12,9; 2 Mac.15,9; 1Cor.10,16; 2 Tim.3,16). En estas
comunidades hay un solo Señor Jesucristo a quien servir y amar, escuchar y
obedecer, tanto los fuertes como los débiles, por más razones que tengan los
grupos que la compongan y se respeten sus razones, deben buscar la unidad. Será
el acogerse mutuamente lo que sirva de árbitro, como Cristo los acogió en su
Iglesia a judíos y gentiles. Con esa actitud de acogida por parte de Jesucristo a los
gentiles, ya ha glorificado a Dios, si bien su misión se centró en Israel, con ello da
testimonio de la fidelidad de Dios a sus promesas, dejando que los gentiles se
conviertan en testimonios vivos de la misericordia divina (cfr.Mt.15,24; Sal.18,50).
Ahora les corresponde a ellos ser misericordiosos, con los que van ingresando a la
comunidad eclesial. Texto muy actual, si consideramos la gran llegada de
extranjeros a nuestras comunidades, tema de reflexión para este tiempo de
Adviento.
c.- Mt. 3, 1-12: Predicación de Juan el Bautista.
El evangelio nos presenta la predicación de Juan Bautista que consta de dos
momentos: la predicación del Bautista (vv.1-10), y el anuncio del Mesías (vv.11-
12). El evangelista quiere acentuar la predicación del Bautista, al estilo de los
antiguos profetas, es decir, vestimentas ásperas y austeridad de vida. Su voz se
oye desde el desierto, de ahí debía venir el Mesías, la salvación (cfr. 2 Re. 1, 8; Os.
9,10; Is.43,19; 41,18-20; Mt.24,26). Desde esta perspectiva Juan se convierte en
un predicador penitencial: “Convertíos porque ha llegado el reino de los Cielos”
(v.2). Exige a sus oyentes la conversión, es decir, un cambio radical, total en su
relación con Dios y el prójimo, en lo interior, como en lo exterior, debe haber frutos
de esa conversión. Conversión que también se entiende como, arrepentirse, hacer
penitencia, volver los pasos a Dios. Su palabra va en la línea profética de
abandonar la injusticia para dar los frutos que Dios espera del creyente (cfr.
Ez.18,30-32). Cambio del corazón e ir por el camino de la vida, de lo contrario, se
camina hacia la muerte o hacia la salvación. El reino está cerca, por eso Juan lo
proclama, si bien su anuncio está marcado por la llamada a la conversión y a la
penitencia, está también al servicio de la alegría con que Jesús anunciará el
evangelio, la buena noticia a los pobres (cfr. Mt.4,17). Con Juan Bautista ha llegado
el reino de los cielos, está de este lado en los tiempos mesiánicos. El día de Yahvé
viene, como aurora de salvación, su voz pretende levantar al hombre para
prepararlo por medio de la conversión, el conocimiento a ingresar en el reino de
Dios. Las palabras del profeta, el evangelista las relee en un nuevo contexto
salvífico: en que descubrimos al heraldo y a Señor en el Mesías ya presente entre
los hombres (v.3; cfr. Is.40,3-5.9-11). Es el desierto donde Juan lleva una vida
austera y las gentes acuden a escucharle, los bautizaba en el Jordán, diversa de
otras abluciones del tiempo, esta inmersión llevaba el carácter de disposición
interior para la salvación que se acerca, señal de que el hombre se renueva, s
convierte (cfr. Is.1,16s). Salido de las aguas, el hombre debía comenzar una vida
nueva. Las imprecaciones del Bautista contra los fariseos y saduceos, los piadosos
del tiempo, son porque ellos creían tener privilegios delante de Dios por descender
de Abraham; ante Dios no hay acepción de personas. Hasta de las piedras, puede
Dios sacar hijos de Abraham (v.9), por lo mismo, la conversión que pide Juan y
luego Jesús, es un cambio radical, mental, sino también de conducta; Dios no
quiere vástagos, sino hijos (cfr. Mt.12,34; 23,23). A éstos Juan les anuncia la
salvación, pues ante Dios no hay privilegios, ni seguridades, sólo las obras son las
que cuentan (cfr. Am.5,19; Jl.2,11). Se viene el cambio, en que Abraham será
padre de todos no por la sangre sino por la fe (cfr.Rom.4,11). En un segundo
momento tenemos el anuncio del Mesías. Si bien está bajo la impresión del Día de
Yahvé, otra luz más poderosa lo hace proclamar la llegada una persona: “El que
viene detrás de mí es más fuerte que yo” (v.11). Es más fuerte porque su bautismo
será no sólo de agua, como hasta ahora, sino con Espíritu Santo que cambia los
corazones (cfr. Is.32, 15; 44,3; Jl. 2,1-5; 3,1s; Ml. 4,1). Es más fuerte por que trae
el Juicio, en el Mesías es también, Señor y Juez del tiempo final. El anuncio que
hace Juan Bautista es luz, aurora de salvación, para un pueblo nuevo con la
experiencia del Espíritu vivificante.
S. Juan de la Cruz, nos invita a dejarnos transformar en otro Cristo desde sus
versos: “El que a ti más se parece / a mí más satisfacía / y el que en nada te
asemeja / en mí nada hallaría” Romance acerca de la Trinidad (vv. 60-65).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD