Ciclo A: II Domingo de Adviento
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
La venida de Dios en Jesucristo es lo más importante que evocamos en el tiempo
de Adviento. Su venida y la expectativa que genera en nosotros. ¿Qué irá a pasar?
¿Cómo vendrá? ¿Qué habrá que hacer para estar a la altura del acontecimiento?
Justamente es esto último, sobre todo, lo que pretenden decirnos las lecturas y los
personajes centrales de cada uno de los domingos de Adviento. Por ejemplo, el
evangelio hoy (Mt 3,1-12), que nos trae lo que nos dice Juan Bautista. Y que vale
tanto para la venida de Jesús en la Navidad como para su venida en el entretiempo
o en la Parusía (Venida Final): conviértanse, porque está cerca el reino de los
cielos.
Más allá de la apariencia extraña en la que se presenta Juan y más allá de sus
invectivas a fariseos y saduceos, el bautizador es un gran profeta con un inmenso
poder de convocatoria -acudía a él toda la gente…-, de persuasión -confesaban sus
pecados…- y de reclutamiento para cuando se presentase el Mesías – él los
bautizaba en el Jordán. Su padre Zacarías le había dicho que tendría que ir delante
del Señor a preparar sus caminos y a decir a su pueblo en qué habría de consistir
su salvación (Lc , 76-77). Se había preparado concienzudamente para ello, durante
casi treinta años, en el desierto (¿con alguna comunidad esenia?), y aquí estaba
ahora él, seguro de que el Mesías (su primo Jesús) habría de aparecerse en
cualquier momento. Juan no era ningún “encantador de serpientes”, pero sí un
hombre esperanzado y esperanzador, creador y sembrador de esperanza en el
pueblo.
Era también muy positivo, aunque a primera vista su enseñanza suena negativa. A
la pregunta sobre qué hay que hacer para que la venida del Mesías sea una Buena
Noticia y como una bendición, Juan el bautizador insiste en tres cosas: 1. tener en
la más alta estima al Mesías, que está por venir; 2. convertirse; y 3. dar abundante
y buen fruto… Hacer todo esto es preparar el camino del Señor… He puesto en
primer lugar lo que Juan puso: tener y transmitir el más alto concepto de Jesús, a
quien le dedica los más grandes elogios (Mt 3, 11-12). Sólo cuando Jesús nos
entusiasme y sea lo máximo en nuestras vidas, soñaremos y viviremos pensando
en su venida.
Y seremos capaces de convertirnos. El bautismo de Juan con agua es para que la
gente se convierta, dé frutos de conversión y tenga parte en el reino de los cielos.
El bautismo con el Espíritu Santo y fuego, es privativo del Mesías, y generará una
clase muy superior de conversión. No sólo un cambio de vida, haciendo pasar de la
mentira a la verdad, del robo o la violencia a la honestidad y la paz… Sino un
cambio de entidad, haciendo pasar de criatura a creación nueva, a hijo de Dios. De
modo que ya no hay diferencia entre… hombre y mujer (Gal 3, 28) y que el más
pequeño en el reino de los cielos es más que Juan (Mt 11, 11). Esta conversión en
el Espíritu supone y exige un cambio de mentalidad, de sensibilidad y de actividad,
y da como resultado una vida según el Espíritu y llena de sus frutos (Gal 5, 22).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)