EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO A
(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)
En 1860 el señor Abraham Lincoln fue elegido el decimosexto presidente de los
Estados Unidos. Se haría uno de los más cumplidos mandatorios en la historia.
Pero en los meses antes de que tomara el poder a lo mejor muchos americanos
tenían reservas de su capacidad. Pues nunca había asistido en la universidad, y
sólo tenía dos años de la experiencia en Washington como diputado en la cámara
baja. Además se miraba más como un fulano del campo que un estadista. Se
puede imaginar los ciudadanos preguntándose si Lincoln tendría la capacidad de
liderar la nación en la crisis que la enfrentaba. Así, guardando una duda,
encontramos a Juan Bautista en la lectura evangélica hoy.
Juan está encarcelado por haber dicho la verdad al rey Herodes. Aparentemente se
preocupa que la venida del mesías, que vigorosamente ha predicado, no vaya a
realizarse. Siempre imaginaba al mesías como hombre ambos fuerte y justo de
modo que pueda echar fuera a los malvados del país. Pero ya la gente habla de
Jesús de Nazaret como el tan esperado Hijo de Dios. Es otro tipo de persona: no
castiga a los pecadores; al contrario, los invita a casa para dialogar sobre la bondad
de Dios. Sin embargo, Juan no queda convencido. En una manera muchos entre
nosotros hoy día asemejan a Juan. No es que no reconozcan a Jesús como el
mesías sino que tienen inquietudes sobre la Iglesia Católica como el guardián del
patrimonio de Jesús. Les parecen a estas personas que los sacerdotes católicos son
prepotentes, que los parroquianos carecen del afecto humano, y que la Ley
Canónica paraliza la capacidad de la Iglesia a apoyar a la gente en apuros
espirituales.
Esta gente, tan desilusionada que sea, debería volver a Jesús en la oración. Él
siempre es nuestro mejor amigo, no sólo aceptándonos junto con nuestras quejas
sino también ayudándonos con consejos acertados. Otros amigos escuchan
nuestros problemas pero raros son aquellos que nos responden con la sabiduría que
reta a crecer espiritualmente. La gente con inquietudes sobre el Catolicismo
necesitan preguntar a Jesús: “¿Pertenezco aquí en la Iglesia Católica o quieres que
me vaya a otra comunidad de fe?” En el evangelio Juan no tiene vergüenza a
enviar a sus discípulos a Jesús con una pregunta semejante: “’¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?’”
Parece que Jesús no demora un segundo a responder. Dice a los discípulos de
Juan: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los
cojos andan…y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. Jesús les respondería a
los perplejos con la Iglesia Católica por frases del mismo matiz. Les diría algo
como: “Escuchen las historias de los santos de la Iglesia como la Madre Teresa de
Calcuta socorriendo a los pobres. Miren la santidad de sus propios abuelos
fortalecida por los sacramentos de la Iglesia. Fíjense cómo la Iglesia siempre está
en la primera línea de defensa para los más vulnerables: los no nacidos, los
inmigrantes indocumentados, y los condenados a la muerte”.
Sí, es cierto que los defectos existen en la Iglesia. Porque está compuesta de
personas humanas con sus manchas, la Iglesia no brillará gloriosamente hasta que
vuelva el Salvador. Entonces él separará el oro de la escoria dejando una
comunidad resplandeciente. Por eso, son benditas aquellas personas que miran más
allá de los problemas que oscurecen la faz de la Iglesia para apoyarla. En tiempo
esta genta va a ser reconocida como digna de acogerse al Señor en su retorno. Así
son las palabras finales de Jesús al Bautista: “’Dichosos los que no se escandalizan
de mí’”. Eso es, aquellos que no lo rechazan por haber pasado su tiempo
predicando a los pobres y conversando con los pecadores van a regocijarse de su
victoria sobre la muerte.
Hay una pintura encantadora del Renacimiento que retrata a un abuelo y su nieto
mirándose en la cara. El niño parece lleno de afecto aunque la nariz de su tata está
grotescamente hinchada. El viejo, llevando un cilicio bajo su vestido, parece como
hombre honrado aunque tiene el defecto. ¿No captura esta pintura la relación entre
la Iglesia y mucha gente hoy día? Sí, la Iglesia tiene manchas. Sin embargo,
fortalecida por la gracia del Salvador, siempre vale la lealtad del pueblo. La Iglesia
vale la lealtad de todos nosotros.
Padre Carmelo Mele, O.P.