MISA DOMINICAL
PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo A)
Bautismo del Señor
“Nos refiere hoy el texto evangélico que el Señor acudió al Jordán para
bautizarse y que allí mismo quiso verse consagrado con los misterios celestiales.
Era, por tanto, lógico que después del día del nacimiento del Señor –por el
mismo tiempo, aunque la cosa sucediera años después– celebremos hoy esta
festividad, que pienso que debe llamarse también fiesta del nacimiento.
Pues, entonces, el Señor nació en medio de los hombres; hoy, ha renacido en
virtud de los sacramentos; entonces, en Navidad, le dio a luz la Virgen; hoy, ha
vuelto a ser engendrado por el misterio. Entonces, cuando nació como hombre,
María, su madre, lo acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios
Padre lo abraza con su voz y dice: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto,
escuchadlo”. La madre acaricia al recién nacido en su blando seno; el Padre acude
en ayuda de su Hijo con su piadoso testimonio; la madre se lo presenta a los Magos
para que lo adoren, el Padre se lo manifiesta a las gentes para que lo veneren.
De manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse y quiso que el
agua bañase su santo cuerpo.
No faltará quien diga: ”﾿Por qué quiso bautizarse, si es santo?”. Escucha. Cristo
se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y
para purificar aquella corriente con su propia purificación y mediante el contacto
con su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del
agua.
Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro
bautismo, y queda limpia la fuente, para que luego pueda administrarse a los
pueblos que habían de venir a la gracia de aquel ba￱o”, que siguen acercándose a
la gracia de este baño.
“Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos
cristianos vengan luego tras Él con confianza.”
Qué luz nos dan estas palabras pronunciadas a finales del lejano siglo IV.
Pertenecen a los Sermones de San Máximo, el primer obispo de Turín del que se
tiene noticia.
Con la fiesta del Bautismo del Señor completamos el ciclo de Navidad. Cristo se
ha sumergido en las aguas de este mundo para que nosotros pudiéramos
sumergirnos el día de nuestro Bautismo en “el agua viva que salta hasta la vida
eterna ”.
Buscar la Vida fuera, cuando resulta que por el sacramento la tenemos dentro,
sería imitar la necedad del protagonista de este cuento persa:
“Había una vez un hombre en Bagdad que había heredado riquezas y tierras,
pero lo dilapidó todo y vino a parar en la más lastimosa pobreza.
- Señor –rezaba-, tú me diste unos bienes que se han ido. Devuélvemelos o
mándame la muerte.
Cayó dormido y soñó que oía una voz del cielo que decía:
- Las riquezas que quieres podrás encontrarlas en El Cairo. Ve a El Cairo. Allí
desaparecerán tus cuitas, pues Dios ha escuchado tu súplica; sólo en Él
deben poner los hombres su esperanza. En tal y tal sitio hay un gran tesoro;
si quieres ser dueño de él, marcha a El Cairo.
El hombre dejó Bagdad y marchó a El Cairo. Pero, de dinero, nada. Estaba
a punto de ponerse a pedir como un mendigo ordinario, pero la vergüenza y
un cierto sentido del decoro se lo impedían.
-Al caer la noche –se dijo– podré actuar cómodamente. Mendigando en la
oscuridad no me sentiré avergonzado.
Entró en las calles y anduvo a la deriva. Unas veces, la vergüenza y el
orgullo le retenían; otras, el hambre le acuciaba: “ᄀPide!” Así estuvo yendo y
viniendo hasta que pasó un tercio de la noche.
De repente, el vigilante nocturno se echó sobre él. El vigilante estaba de
mal humor, porque precisamente aquellas noches los vecinos venían siendo
víctimas de las malas artes de los rateros nocturnos. Así el vigilante, al
encontrar en la calle a semejante hora a aquel individuo, lo golpeó sin piedad
propinándole una lluvia de palos. El infeliz mendigo dejó escapar gritos de
dolor y exclamaciones pidiendo piedad.
- No me pegues. Te diré toda la verdad.
- Bien –respondió el vigilante– te daré un pequeño respiro. Tú no eres de
aquí, pues no te conozco. Explícate. ¿Qué fechoría estabas maquinando?
El hombre de Bagdad se deshizo en juramentos:
-Yo no soy ningún ladrón, no soy un ratero, ni un criminal ordinario. Soy un
forastero en El Cairo, que he venido de Bagdad.
Y le contó su historia del sueño y del tesoro. Su evidente sinceridad
ablandó el corazón del vigilante.
-Tú no eres un ladrón ni un delincuente –reconoció-. Eres un buen hombre,
o mejor, un necio rematado. ¿Es posible que hayas hecho semejante viaje
basado en un fantasma, en un sueño? Muchas veces, de tiempo en tiempo,
he soñado yo que en Bagdad hay un tesoro escondido, enterrado en tal y tal
barrio, en tal y tal calle.
Y dijo precisamente el nombre de la calle en que vivía el desventurado
hombre que buscaba el tesoro. El de Bagdad pensó para sus adentros:
-Entonces, el tesoro está en mi misma casa, mientras yo aquí soy un pobre
miserable. He estado viviendo encima del tesoro y casi he muerto de
necesidad; y todo por ser tan necio y ciego.
Y regresó de El Cairo a Bagdad, dando gracias a Dios.
La historia de este cuento persa se repite muchas veces en nuestra propia vida.
Buscamos la Vida –la VIDA, con mayúsculas-, buscamos la Vida fuera, cuando la
tenemos dentro.
En este año en que nos disponemos a meditar sobre Dios Padre, quiero hacer
hincapié, para terminar, en estas últimas palabras que hemos escuchado en el
Evangelio. Son las que recogía la misma oración colecta en esa petición: “Dios
Todopoderoso y Eterno, que quisiste revelarnos a tu Hijo enviándonos el Espíritu
Santo, concédenos el ser hijos de adopci￳n” .
“Este es mi Hijo, el Amado, mi Predilecto” . Aquí está la luminosa idea que la
Palabra de Dios hoy nos ofrece. Jesús nos habla de lo que oyó desde la eternidad
en Dios. Nos da su Palabra. Vino a los suyos y los suyos no le conocieron. Pero a
nosotros, que le conocemos, su Palabra llega a tal extremo que nos hace ser hijos
por adopción, nos hace partícipes de su filiación divina. Perpetúa en nosotros este
misterio. Y nosotros mismos, al contemplar a Cristo, presente en la Eucaristía,
volvemos a escuchar, pero para nosotros, la voz de Dios Padre, que nos dice: “Tú
eres mi Hijo amado” . No dejemos morir esta semilla.
No vayamos buscando otros tesoros. El Señor nos lo dice hoy a nosotros. Dios
Todopoderoso vuelve a hacer que hoy escuchemos su Palabra de Padre amoroso
que nos busca: “Tú eres mi Hijo, el Amado, mi Predilecto” .