MISA DOMINICAL
Bautismo del Señor
(Ciclo A)
Fue Thomas Merton (1915-1968) ya en vida, pero sobre todo a partir de su
muerte uno de los maestros espirituales del siglo XX. Siendo monje trapense y
desde su dimensión monástica, consciente de la crisis interior de nuestra época,
supo responder desde Dios a las extremas necesidades de nuestro tiempo a
través de una vida auténtica y sincera.
En su obra Pensamientos en la soledad , le escuchamos decir:
Fíjate en los desiertos de hoy. ¿En qué consisten? Son el lugar natal de
una nueva y terrible creación, el terreno de pruebas de un poder mediante el
cual los hombres buscan des-crear lo que Dios ha bendecido. Hoy, en el siglo
del mayor logro tecnológico del hombre, el páramo emerge con fines propios.
El hombre ya no necesita a Dios, y puede vivir en el desierto con sus propios
recursos. Puede construir allí sus fantásticas y protegidas ciudades de
abandono, experimentación y vicio. Los relumbrantes pueblos que surgen del
día a la noche en el desierto ya no son imágenes de la Ciudad de Dios, que
desciende de los cielos e ilumina el mundo con una visión de paz. Ni siquiera
son réplicas de la inmensa torre de Babel que alguna vez se alzó en el
desierto de Senaar, “una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos
famosos” (Génesis 11, 4). Son brillosas y sórdidas sonrisas del Diablo sobre
el rostro del yermo, ciudades de secretos donde cada hombre espía a su
hermano, ciudades a través de cuyas venas el dinero corre como sangre
artificial, y de cuyo vientre surgirá el último y más grande instrumento de
destrucción.
¿Podemos observar el crecimiento de estas ciudades y no hacer algo para
purificar nuestros propios corazones?
En este domingo en el que finaliza el tiempo de la Navidad celebrando el
Bautismo del Señor, vemos a Juan que regresa del desierto con su misión,
siguiendo obedientemente la voz de Dios, para bautizar a Cristo Jesús, el cual no
necesita ese bautismo que Juan ofrece a los judíos para poder comenzar este
nuevo camino de conversión. Ayer lo escuchábamos en el evangelio del día, cuando
el Bautista proclama: Yo no soy el Mesías, ya os lo he dicho, sino que me han
enviado delante de Él. El que lleva a la esposa es el Esposo; en cambio, el amigo
del Esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del Esposo. Pues esta alegría
mía está colmada. Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.
Sin embargo, según el texto que estamos escuchando de este trapense,
Thomas Merton, el hombre, ajeno al ejemplo de Juan el Bautista, y mucho más
al de Jesucristo Nuestro Señor, vive en un desierto en el cual, teniéndolo todo,
rechaza y no quiere vivir en Dios.
¿Qué es lo que tendremos que hacer nosotros para purificar nuestros corazones?
Este autor sigue diciendo:
Cuando el hombre con su dinero y sus máquinas se muda al desierto, y
habita allí sin combatir al Diablo como hizo Cristo, sino creyendo sus
promesas de poder y riqueza, y adorando su angelical sabiduría, entonces
el desierto se traslada a todas partes. En todas partes hay una soledad
donde el hombre debe penar y combatir al adversario y purificar su propio
corazón en la gracia de Dios.
El desierto es el hogar de la desesperación. Y ahora la desesperación se
encuentra por doquier. No pensemos que nuestra soledad interior consiste
en la aceptación de la derrota. No podemos escapar de algo consintiendo en
ser derrotados tácitamente. La desesperación es un abismo sin fondo. No
piensen que lo bloquearán consintiéndolo y tratando de olvidar que lo
consintieron.
Entonces, éste es nuestro desierto: vivir enfrentados a la desesperación,
pero sin consentirla. Conculcándola bajo la esperanza en la cruz.
Entablando un combate incesante contra la desesperación. Esa guerra es
nuestro desierto. Si la entablamos con coraje, hallaremos a Cristo de
nuestro lado. Si no podemos enfrentarla, nunca lo encontraremos. 1
El ejemplo que Juan el Bautista nos vuelve a ofrecer en este domingo, al
celebrar el Bautismo del Señor, al celebrar nuestro propio bautismo, al seguir
recordando el tema central que la Navidad nos presenta, que es la redención del
género humano, la salvación de todos los hombres, nos lleva a vivir en
esperanza, nos lleva a romper esta actitud de todos aquellos hombres que
quieren llevarnos a todos al desierto de la ingratitud para con Dios, al desierto
de la soledad, apartándonos de la voz de Dios que nos llama para sí, que nos
hace escuchar otra vez más: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadle.
Es necesario que purifiquemos nuestro corazón para no tenerlo embotado de
tantas cosas que nos impiden escuchar la voz de Dios, que quiere seguir
comunicándose con nosotros, que nos busca porque nos ama, que nos ha dado
a este Niño Infante al que celebrábamos días atrás, y nos presenta hoy a este
Hombre que viene a transmitirnos la Palabra de Dios, que viene a traernos su
mensaje, el único, el que todos los hombres necesitamos.
1 THOMAS MERTON, Pensamientos en la soledad, p. 17-18.
La liturgia nos hace revivir esta sugestiva escena evangélica: entre la multitud
penitente que avanza hacia Juan el Bautista para recibir el bautismo, está
también Jesús. La promesa está a punto de cumplirse y se abre una nueva era
para toda la humanidad. Este Hombre, que aparentemente no es diferente de
todos los demás, en realidad es Dios que viene a nosotros para dar a cuantos lo
reciben el poder de convertirse en hijos de Dios, a los que creen en su nombre,
los cuales -como dice Juan en el evangelio- no nacieron de sangre ni por deseo
de hombre, sino que nacieron de Dios. Este es mi Hijo amado. Escuchadle.
Hoy este anuncio y esta invitación tienen que llenar a toda la humanidad; a cada
uno de nosotros nos tienen que llenar de esperanza, viviendo al margen de
tanta soledad o de esos desiertos que a veces nos construimos.
Estas palabras resuenan particularmente para todos los que mediante el
sacramento del Bautismo se convierten en nuevas criaturas. Al participar en el
misterio de la muerte y resurrección de Cristo, se enriquecerán con el don de la
fe, se incorporarán al pueblo de la nueva y definitiva Alianza, que es la Iglesia.
El Padre los hará en Cristo hijos adoptivos suyos revelándoles un singular
proyecto de vida: escuchar, como discípulos, a Jesús, para ser llamados y ser
realmente sus hijos. Esta riqueza tan grande de los dones que se reciben por
medio del Espíritu Santo nos exige a todos como bautizados una única tarea que
el Apóstol Pablo no se cansa de indicar a los primeros cristianos cuando escribe
a los Gálatas con las palabras: Caminad según el Espíritu. Es decir, que en este
día, y como compromiso último de este tiempo de Navidad que hoy concluye,
sepamos vivir y obrar constantemente en el amor a Dios. Que Él nos conceda su
Espíritu en esta Eucaristía, para que fieles a la voluntad de Dios vivamos como
hijos suyos y pasemos, como Cristo, haciendo el bien.