Ciclo A: III Domingo de Adviento
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
El evangelio de hoy nos habla de Juan, como Precursor, y de Jesús, como Mesías
(Mt 11, 2-11). Lo que, en el contexto del Adviento, equivale a preguntarnos: qué
hemos de hacer para ser precursores como Juan, y otros-Cristo o Mesías como
Jesús. En cuanto precursores, nuestro menester es convertirnos e invitar a la
conversón, preparar la venida del Señor y hacer discípulos misioneros, seducidos
por Él y anunciándolo y llevándolo a los demás. En cuanto cristianos (otros-Cristo),
nuestro menester es sentirnos orgullosos de Jesús (y no defraudados), y hacer ver
con los hechos que Él es el Mesías, y que donde Él está todo cambia para bien (los
ciegos ven, etc.). El evangelio, pues, de este 3º domingo de Adviento es un llamado
a la acción y a la esperanza activa y fecunda, en favor de cuanto encierra y significa
la Navidad: acoger toda vida naciente y realizar el Plan de Dios para el mundo.
Lamentablemente el Adviento que nosotros vivimos no nos hace ser muy
precursores del Señor para el mundo, ni siquiera para los vecinos y sólo un poco
entre nuestros familiares y amigos. Cuando más, adornamos la casa con motivos
navideños y guirnaldas de luces, ponemos el pino navideño, armamos el belén y
colocamos la corona de adviento. A veces, hasta oramos y tocamos y cantamos
villancicos entorno al belén y la corona de Adviento, cuyas velas encendemos…
Todo esto está muy bien, pero es insuficiente. Sobre todo cuando la propaganda
comercial y el consumismo nos hacen perder el sentido religioso y cristiano de la
Navidad y reducen cuanto hacemos a casi sólo un maquillaje.
Dentro de una sana alegría urge volver a la sencillez y profundidad de la Navidad. Y
a un Adviento que no se limite a dar un superficial barniz navideño o a acentuar la
expectativa por la fiesta de la Navidad (más que por Jesús que llega). Como dije
arriba, el ser precursores, debe llevarnos a la conversión, al testimonio personal y
familiar, a ser misioneros anunciando, preparando y anticipando la Navidad entre la
gente y los nuestros. Que podamos tener y propiciar un encuentro personal,
estrecho y vivo, con Jesús. Que amemos y acojamos la vida (en cualquier mamá en
gestación), que crezca nuestro sentido y ejemplo de pertenencia y participación en
la comunidad cristiana a través de la parroquia. Que hagamos y animemos a hacer
pública nuestra fe participando en la Misa dominical y en otras celebraciones. Que
alejemos de nosotros toda violencia, mentira y corrupción. Que amemos y sirvamos
a los pobres…
A todo eso y mucho más, le llamamos esperanza activa y fecunda, que es el alma
del Adviento. Activa, porque quien así espera no se limita a sentarse y a aguardar
pasivamente a que la cosa venga sino que la apura y jala. Y fecunda, porque
produce buenos y abundantes frutos (Gal 5, 22). No se limita a soñar con el que
viene y lo que trae, sino que lo anticipa, empezando a vivir, aquí y ahora, la paz, el
amor, la gracia, la benignidad, la salvaci￳n… del Divino Ni￱o. Al respecto y
recordando que somos administradores del Adviento, es bueno recordar la parábola
del buen administrador y portarnos como él: para que, cuando el Señor venga, nos
encuentre cumpliendo nuestro deber (en activa espera). Entonces el Señor nos
felicitará y nos premiará encomendándonos el cuidado de todo lo que tiene (Lc 12,
43-44).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)