III Semana de Adviento
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Nm. 24, 2-7.15-17: De Jacob avanza una estrella; un cetro surge de
Israel.
En la primera lectura, vemos que Dios se vale de Balaam, un profeta pagano, un
adivino de Edom (cfr.Nm.22,5; 23,7), contratado por Balac, rey de Moab, para
maldecir a su enemigo, a Israel en el desierto, pero este profeta invadido por el
espíritu del Señor en cambio, lo bendice, le anuncia bendiciones a Israel (cfr. Dt.
23,5s; Jos. 24,9). Balaam pasa de adivino a ser profeta, por la acción de Dios, de
querer maldecir a Israel, a bendecirlo. Es la profesión de fe en el Dios que salva a
Israel. Yahvé los salvó de los magos y opresores de Egipto, luego los acompañó por
el desierto, los protegió y alimentó, ahora los libra del poder mágico de la tierra que
van a conquistar. Balaam lanza unos oráculos, no como adivino, sino como profeta
movido por el espíritu de Dios, un clarividente, que intuye el triunfo de Israel,
bendecido por Dios. El primero de los oráculos (vv.5-6), se refiere a la futura
prosperidad de una tierra fértil y rica, en la cual Israel va a vivir. Agag, jefe de los
Amalecitas, fue vencido por Saúl (cfr. 1Sam. 15,8). El segundo oráculo mira a
Israel, como un pueblo ya constituido con su rey (vv. 7.15-17). Profetiza que un
descendiente de Jacob, un varón será rey; un cetro surge en Israel para gobernar
muchos pueblos. La aplicación inmediata es pensar en David, estrella que se alza
en lo alto, con poder y dominio (cfr. Ap.2, 18; 22,16). Una lectura eclesial, sentido
pleno, es referida al Redentor que esperamos en este Adviento.
b.- Mt. 21,23-27: ¿Quién te ha dado tal autoridad?
El evangelio nos presenta lo cuestionado que fue Jesús, luego de la expulsión de los
vendedores del templo. Su autoridad se reflejaba en su enseñanza y actuaciones,
mientras los fariseos y maestros se apoyaban en la ley, o la tradición para enseñar
y argumentar, Jesús hablaba sin recursos a la Escritura o tradición, su autoridad se
centraba en su palabra y obras; tenía autoridad en sí mismo (cfr. Mt. 5). Su
entrada a Jerusalén y la purificación del templo, demuestran su autoridad en sus
obras, con pretensiones mesiánicas, con fundamento en la Escritura, por lo que los
responsables le exigen explicaciones. La respuesta de Jesús, es una contra
pregunta, para llegar a la verdad: si no escucharon a Juan Bautista, para saber
quién era, mucho menos podrán descubrir quién es ÉL. Si el primero, fue más que
profeta, entonces: ¿quién es Jesús? El silencio fue más que elocuente, al hablar de
la ignorancia de los responsables, y por otra, se confirma la autoridad que tiene la
palabra de Jesús. No encuentra fe en los demandantes, razón más que suficiente
para no responder a los requerimientos hechos. No creyeron en el bautismo de
Juan, porque no querían escuchar su palabra (cfr. Mt.12, 39). Si no quisieron
reconocer a Juan y el valor de su bautismo, mucho menos van a escuchar al
Mesías, su Buena Nueva (cfr. Mt. 3,2; 4,17). La respuesta los desautorizó a los
ojos de Jesús, por lo mismo, no valía la pena hablar de su autoridad divina y de
Quien, lo constituyó en Hijo de Dios. Se confirma que sólo los sencillos y humildes
descubren al verdadero profeta, más aún, se hacen dignos de que se les revele los
secretos de la salvación (cfr. Mt. 11, 25-30). La autoridad de Jesús para enseñar en
el templo se fundamenta en el mensaje del reino de Dios. El pueblo aprecia tanto a
Juan Bautista, como a Jesús, porque los considera como profetas de Dios, porque
en las obras de ambos se manifiesta la sabiduría de Dios (cfr. Mt. 11,19; 21,46).
Los adversarios callan porque están obstinados, con ese espíritu de mentira, Jesús
los deja, y no da razón a su pregunta. Sólo quien busca con solicitud la verdad la
encuentra. Hay voces que han sido calladas, por hablar en nombre de Dios hoy;
otras voces se esperan que hablen y no lo hacen; y hay muchas voces, que
deberían callar para no pronunciar las blasfemias contra la fe cristiana. Y tú ¿qué
proclamas? Tu silencio puede ser cómplice; tu palabra te compromete. Como
hombres y mujeres de Iglesia, tenemos una palabra y esa es Cristo Jesús.
Juan de la Cruz enseña que la fe del Esposo nos hace vivir nuestro bautismo ante
creyentes y ateos; la esperanza teologal nos levanta hasta la altura de Cristo Jesús,
mientras el amor nos asemeja al Amado. “Los de arriba poseían / el Esposo en
alegría, / los de abajo en esperanza/ de fe que les infundía, /diciéndoles que algún
tiempo/ él los engrandecería/ y que aquella su bajeza/ él se la levantaría” Romance
acerca de la Trinidad (vv. 125-130).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD