III Semana de Adviento
Viernes.
Lecturas bíblicas
a.- Is. 56,1-3.6-8: Mi Casa será llamada Casa de Oración para todos los
pueblos.
El texto del profeta, es el prólogo del tercer Isaías, una invitación a las naciones,
para que se acerquen al Señor. Exige que se guarde el derecho y la justicia,
mientras lo primero va en la línea de mantener en la sociedad el orden que Dios
estableció en la Creación, lo segunda va a significar el establecimiento de las
relaciones armónicas, que en la comunidad engendran la paz. Estas buenas
relaciones, nacen de acoger la bendición de Yahvé sobre ella, cuando se cumple la
Ley, surge el orden querido por Yahvé. Repudiar la maldad implica el rechazo de la
idolatría y el apego a los mandamientos y guardar el sábado, como memoria de la
liberación de la esclavitud de Egipto y honrar el descanso de Yahvé luego de la
creación; observar el día del Señor signo visible de la alianza de Yahvé con su
pueblo (cfr. Ex. 23,12; Dt. 5, 12-15; Ex. 20, 8-11; 31,16-17). El testimonio del
pueblo, será un atractivo al final de los tiempos, para que todas las naciones, se
unan a la comunidad de los redimidos. Los extranjeros, como el eunuco, es incapaz
de realizar las obras de justicia mandadas por la Ley, porque desconoce a Yahvé y
la observancia de sus mandamientos (cfr. Is. 48, 18-19). Todas las naciones se
reunirán en Sión para adorar a Yahvé, ya que las naciones por el testimonio de
Israel redimido, confesarán la divinidad de Dios. Los paganos deberán acatar los
mandamientos de Yahvé, tendrán un espacio en Jerusalén y serán testigos de la
obra redentora de Yahvé como los israelitas. Esta nueva alianza no se romperá, los
extranjeros serán siervos, miembros de la comunidad de los redimidos. El Señor los
convoca en su monte Santo, su templo de Yahvé, será casa de oración, para ofrecer
holocaustos y sacrificios (cfr.1 Re. 8,41-43), espacio sagrado, donde se realiza la
relación íntima de Dios y el hombre.
b.- Jn. 5, 33-36: Juan era la lámpara que ardía; Jesús, enviado del Padre.
El evangelio nos presenta la fundamentación que Jesús hace de su autoridad frente
a los judíos, como si fuera un juicio donde hay que presentar testigos, que ellos
deben considerar inapelables: Juan Bautista, el Padre, las obras y las Escrituras
(cfr.1Jn. 5, 9-11; Jn.5, 31-47). Más tarde le reprocharán el dar testimonio de sí
mismo, sujeto a la sospecha y falta de exactitud; la ley recomendaba dos testigos
para testificar como verdadero un argumento (cfr. Jn. 8,13; Dt.17, 6; 19,15; Núm.
35,30). La primera referencia es la figura de Juan Bautista. Cuando las autoridades
le preguntaron al primero, si era el Mesías, confesó ser la voz que prepara los
tiempos del Señor (cfr. Jn.1, 23; Mc. 1,3). Juan viene con el espíritu de Elías a
renovar las relaciones de los hombres con Dios y entre sí; es testigo de la Verdad,
pero no es él palabra definitiva de Dios para el hombre; él es el testigo fiel y digno
de crédito (cfr. Jn. 1, 19-24). Jesús no tiene necesidad de un hombre como Juan,
pero acepta su testimonio, lo hace en favor de los hombres, para que sean salvos
(v.34). Es la lámpara que precede a la luz, en su función de precursor (v.35). Jesús
reprocha a los judíos que no siguieron a Juan (cfr. Mt.21,28-32). El segundo
testimonio, más importante que el de Juan, es el del Padre a favor de su Hijo, a
través de las obras que realiza en ÉL como los signos, la resurrección de los
muertos hasta finalmente, su propia pasión, muerte y resurrección (v. 36; cfr. Jn.
4,34; 6,29. 57; 7,21; 10,33; 17,4; 19,30). Es el Padre que le ha encomendado a
Jesús las obras para que las lleve a cabo, precisamente ellas muestran cómo Jesús
actúa para hacer la voluntad del Padre (cfr. Mt. 3,2; 9,31). Pero además, las obras
dan testimonio que Jesús ha sido enviado por el Padre su revelador e Hijo. Con este
testimonio del Padre, sabemos quién es Jesús: el enviado por Dios como Salvador y
Juez. Aceptar a Jesús, queda claro es cosa de amor a Dios, la Escritura es fuente
de vida eterna, porque habla de Él.
San de la Cruz, nos quiere introducir en esta vida en el gozo de la inhabitación
trinitaria, es decir, en la comunión de amor y voluntad que existe en la familia de
Dios, que es Dios Trinidad. Es el bautismo quien me ha hecho depositario de esa
vida nueva, fuente de la auténtica interioridad y fuente de la auténtica felicidad.
Vida de Dios en el hombre; vida del hombre en Dios se diría. “Así juntos en uno/ al
Padre la llevaría, / donde de el mismo deleite/ que Dios goza, gozaría; /que, como
el Padre y el Hijo/ y el que de ellos procedía/ el uno vive en el otro, / así lo esposa
sería/ que, dentro de Dios absorta, / vida de Dios viviría” Romance acerca de la
Trinidad (vv. 160-165).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD