Domingo 3° Adviento/A
La alegría debe ser un distintivo del cristiano
Las Lecturas de este Tercer Domingo de Adviento están muy conectadas entre sí.
La liturgia de la Palabra subraya de modo particular la alegría por la llegada de la
época mesiánica. Se trata de una cordial y sentida invitación para que nadie
desespere de su situación, por difícil que ésta sea, dado que la salvación se ha
hecho presente en Cristo Jesús. El profeta Isaías, en un bello poema, nos ofrece la
bíblica imagen del desierto que florece y del pueblo que canta y salta de júbilo al
contemplar la Gloria del Señor. Esta alegría se comunica especialmente al que
padece tribulación y está a punto de abandonarse a la desesperanza. El salmo 145
canta la fidelidad del Señor a sus promesas y su cuidado por todos aquellos que
sufren. Santiago, constatando que la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a
todos a tener paciencia: así como el labrador espera la lluvia, el alma espera al
Señor que no tardará. El Evangelio, finalmente, pone de relieve la paciencia de Juan
el Bautista quien en las oscuridades de la prisión es invitado por Jesús a
permanecer fiel a su misión hasta el fin.
Juan Bautista con toda humildad manda una legación para preguntar al Señor:
¿Eres realmente Tú el que ha de venir? La respuesta de Jesús nos reconduce a la
primera lectura. Los signos mesiánicos están por doquier: los ciegos ven, los cojos
andan, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia la buena noticia. Juan
entiende bien la respuesta: ¡es Él y no hay que esperar a otro! ¡Es Él! ¡El que
anunciaban las profecías del Antiguo Testamento! ¡Es Él y, por lo tanto, debe seguir
dando testimonio hasta la efusión de su sangre! ¡Y Juan Bautista es fiel! ¡Qué
hermoso contemplar a este precursor en la tentación, en el momento de la prueba,
en el momento de la lucha y de la victoria!
El Señor viene en persona . Éste es el motivo de la alegría, éste es el motivo de la
fortaleza. Es Dios mismo quien viene a rescatar a su pueblo. Es Dios mismo quien
se hace presente en el desierto y lo hace florecer. Es Dios mismo quien nace en una
pequeña gruta de Belén para salvar a los hombres. Es Dios mismo quien desciende
y cumple todas las esperanzas mesiánicas. Admirable intercambio: Dios toma
nuestra humana naturaleza y nos da la participación en la naturaleza divina.
La alegría debe ser un distintivo del cristiano . La alegría cristiana nace de la
profunda convicción de que en Cristo, el Señor, el pecado y la muerte han sido
derrotados. Por eso, al ver que El Salvador está ya muy cerca y que el nacimiento
de Jesús es ya inminente, el pueblo cristiano se regocija y no oculta su alegría. Nos
encaminamos a la Navidad y lo hacemos con un corazón lleno de gozo.
Sería excelente que nosotros recuperáramos la verdadera alegría de la Navidad. La
alegría de saber que el niño Jesús, Dios mismo, está allí por nuestra salvación y
que no hay, por muy grave que sea, causa para la desesperación. De esta alegría
del corazón nace todo lo demás. De aquí nace la alegría de nuestros hogares. De
aquí nacen la ilusión y el entusiasmo que ponemos en la preparación del
nacimiento, el gozo de los cantos natalicios tan llenos de poesía y de encanto
infantil.
Es justo que estemos alegres cuando Dios está tan cerca. Pero es necesario que
nuestra alegría sea verdadera, sea profunda, sea sincera. No son los regalos
externos, no es el ruido ni la vacación lo que nos da la verdadera alegría, sino la
amistad con Dios. ¡Que esta semana sea de una preparación espiritual, de un gozo
del corazón, de una alegría interior al saber que Dios, que es amor, ha venido para
redimirnos! Esta preparación espiritual consistirá, sobre todo, en purificar nuestro
corazón de todo pecado, en acercarnos al sacramento de la Penitencia para pedir la
misericordia de Dios, para reconocer humildemente nuestros fallos y resurgir a una
vida llena del amor de Dios.
Salimos al encuentro de Jesús que ya llega con nuestras buenas obras . Esta
recomendación que escuchamos ya el primer domingo de adviento se repite en este
domingo de gozo. Hay que salir al encuentro con las buenas obras, sobre todo con
caridad alegre y del servicio atento a los demás.
Cada buena obra o buen comportamiento de los niños hace adelantar un poco al
Rey en su camino hacia Jesús. Métodos sencillos, pero de un profundo valor
pedagógico y catequético para los niños en el hogar. Pero no conviene olvidar que
la mejor manera de salir al encuentro de Jesús es el amor y la caridad: el amor en
casa entre los esposos y con los hijos; el amor y la caridad con los pobres y los
necesitados, con los ancianos y los olvidados. Hay que formar un corazón sensible a
las necesidades y sufrimientos de nuestro prójimo. Es esto lo que hará florecer el
desierto. Es esto lo que hará que nuestras rodillas no vacilen en medio de las
dificultades de la vida. Nada mejor para superar los propios sufrimientos que salir al
encuentro del sufrimiento ajeno.
Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad:
necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros
anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen
María. Por eso el Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de
todo, es el corazón del mundo. Oremos para que toda persona, como la Virgen
María, acoja como centro de su vida al Dios que se ha hecho Niño, fuente de la
verdadera alegría.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)