Día 20 de Diciembre
Lecturas bíblicas
a.- Is. 7,10-14: La virgen está encinta.
El anuncio del profeta Isaías, es una forma de contrarrestar el deseo del rey Ajaz,
de hacer alianzas políticas, con sus enemigos en lugar de confiar en Yahvé. La señal
que el Señor le da es el nacimiento de un hijo que asegurará la supervivencia del
linaje de David, según la promesa hecha por Dios a éste por boca de Natán (cfr.
2Sam7; 1Cro.17). Pero Ajaz no está dispuesto a cambiar su política con Asiria, se
desentendió de la propuesta del profeta (cfr. Is.10,9). Decisión que trajo a Judá el
vasallaje asirio (cfr. 2 Re.18,7). Lleno de hipocresía renuncia al signo, que le ofrece
Yahvé, puede pedir algo que está en lo profundo de la tierra, como el Seól, o de lo
más alto de los cielos, es decir, el rey puede pedir cualquier cosa, con lo que
pretende demostrar, que no duda de Yahvé. Argumenta no querer tentar a Yahvé,
cono lo no sólo rechaza la ayuda de Dios, sino que pervierte el sentido Escritura
para su beneficio (cfr.Is.7,2; Dt.6,16). El profeta hace su proclama contra el rey y
su corte dirigiéndose a la Casa de David para actualizar el pacto hecho por Yahvé
con David; además manifiesta al rey que Dios y él están hartos de su voluntad sea
rechazada (cfr. 2Sam.7,1-17; Ex.32,7-14). Isaías sabe que precisamente el temor
del rey está en que se cumpla el signo, y tener que cambiar sus planes; pero el
signo se dará independientemente de su voluntad porque Dios viene a auxiliar a su
pueblo. El signo es una joven que espera un hijo, que tendrá un nombre simbólico,
Emmanuel, es decir, Dios con nosotros (cfr. Is.1, 26; 8,8.10; Sal.46, 8.12). La
joven aludida puede ser una esposa del rey, el hijo sería Ezequías (cfr. Dt.1, 39;
1Re. 3,9), quien posibilitó un tiempo de apogeo para Israel (cfr. Is.7,17). Sin
embargo las expectativas de salvación que traerá el Emmanuel, superan el ámbito
de Ezequías y dibujan la esperanza en la llegada del Mesías definitivo, el Ungido,
que gobernará según la voluntad de Dios (cfr. Is.9,1-6;11,1-9). Será Mateo quien
relacione la profecía de Isaías con María Virgen, que da a luz un hijo sin concurso
de varón, síntesis de lo humano y lo divino, en cuya muerte y resurrección se dan
cita todos los anuncios del libro del Emmanuel, ya nadie durará de la proyección
mesiánica y salvífica, cuyo Emmanuel alcanza su madurez en Jesús (cfr. Mt. 1, 22-
23). El ángel le asegura a María que el hijo que tendrá será por obra del Espíritu
Santo, a quien pondrá el nombre de Jesús, será llamado Hijo de Dios.
b.- Lc. 1, 26-38: Anuncio del ángel a María
Del evangelio, se desprende el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, en las
entrañas de María de Nazaret. El ángel saluda a la joven María con la palabra
“Salve”, que traducimos por “Alégrate” porque el Señor la ha colmado de su gracia,
de su favor, le promete su presencia y acompañamiento. Es la forma de asegurarle
que en la misión le confiará no estará sola, porque no le faltará dificultades (v.28).
Este actuar de Dios, no se debe a méritos propios de la joven, sino que es pura
gratuidad de su parte. La inquietud de la joven, la responde el ángel aclarando el
motivo de su visita: por benevolencia divina será Madre y pondrá a su hijo el
Nombre de Jesús. Le explica la función que cumplirá en la historia de la salvación
(vv. 32-33), para más tarde darle al Hijo que nacerá los títulos de: Santo y de Hijo
de Dios (v.35). La forma en que será concebido, demuestra el poder Dios y la
importancia que tendrá este hijo y que sólo Dios es su Padre (v.34). El nombre
Jesús, significa: “Yahvé salva”. Nombre y misión van muy unidos: Jesús fue
Salvador de su pueblo y de la humanidad. Respecto a los títulos que el ángel le da:
“Jesús será grande”, hijo de David (v.32), e Hijo del Altísimo” (v.32), es decir, Hijo
de Dios. Es un nuevo rey que está por nacer en Israel (cfr. Sal. 82, 6), “Dios le daré
el trono de David su padre...” (vv. 32-33). Recibirá ese trono por su padre legal,
José, un reinado sobre la casa de Jacob, es decir, de todo Israel. Una promesa
hecha a todos los descendientes de David, se concretiza en una persona, que
reinará para siempre. Es la promesa de Natán a David, recreada por el evangelista
y aplicada a Jesús (cfr.2Sam.7, 16). El cómo de la concepción de Jesús menciona el
poder Creador de Dios por medio de su Espíritu (cfr. Ez. 37,14; Jdt.16, 14). Si Dios
pudo crear al hombre de barro, también lo puede hacer en el seno de una mujer
(cfr. Gn.2,7s). La sombra del Espíritu, alude a la presencia de Dios, la nube que se
posaba sobre el arca de la alianza cuando se detenía la caravana (cfr. Ex. 40,16),
pero además tiene el sentido de protección y presencia visible de Dios (cfr. Lc.
9,34). Lo llamará Consagrado, como primogénito, debía ser consagrado a Dios,
también se le llamará Hijo de Dios, si era descendiente de David según la carne,
ahora es Hijo de Dios gracias a su Espíritu. María de Nazaret, la joven humilde que
confía en Dios, pertenece a la espiritualidad de los Anawin, los pobre de Yahvé.
Conocido el plan de Dios la joven acepta que eso se cumplirá en el futuro, es la
esclava del Señor, que acepta la voluntad de Dios en su vida (v. 38). Se pone a
disposición del Todopoderoso, con lo que el evangelista prefigura la actitud de los
que serán de la nueva familia de Jesús: los que aceptan su palabra. María se
convierte en el discípulo ideal, porque su importancia no radica tanto, en ser la
madre biológica de Jesús, sino en escuchar la palabra de Dios y aceptarla en su
vida.
Sor Isabel de la Trinidad escribe con motivo de la Navidad: “¡Qué bueno es en el
silencio/ escucharle ahora y siempre, / gozar en paz de su presencia/ para
entregarse totalmente al amor! / Oh Cordero puro y manso, / Tú sólo eres mi único
Todo. / Tú lo sabes bien, tu prometida / se siente por el hambre acometida.”
(Poesía 75).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD