Día 21 de Diciembre
Lecturas bíblicas
a.- Ct. 2,8-14: Levántate, Amada mía, hermosa mía, ven.
El Cantar de los Cantares nos presenta la voz de la esposa, que se dirige al esposo
en un lenguaje hecho de poesía, expresión de un amor apasionado. Desde lejos
contempla la presencia del esposo, lo reconoce, por su voz, sus pasos, signos que a
los demás pasan inadvertidos. Viene hacia ella corriendo, saltando, como si fuera
una gacela o un cervatillo. Animales que abundaban en el tiempo en que se
compuso esta obra de sabiduría y poesía hebrea. De trasfondo, encontramos el
afecto y la emoción de la presencia que el amado ha provocado en la esposa. Lejos
de ser un ladrón, el amado, es el amigo que viene a encontrarse con su amada y
viene a compartir las delicias de amor. Detrás de la cerca, mira por las ventanas,
atisba por entre las rejas y la llama: “Levántate amor mío, hermosa mía, y vente”
(v.10). La alusión a las palomas que habitan en la grietas de las rocas, en los wadis
profundos de Judea, vienen a significar, espacio para la intimidad, para la
conversación amorosa y la mutua contemplación. Con razón la esposa puede decir:
“Mi amado es mío y yo de mi amado” (Ct. 2,16). Esta lectura en Adviento nos habla
de la Esposa que es la Iglesia y Yahvé es el Esposo. María Inmaculada, representa
al pueblo de Dios: “Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti” (Ct. 4,7).
Desde el momento de su Concepción, María está limpia de pecado, es la esposa
pura de Yahvé, para ser la Madre de Dios. María es modelo de la Iglesia, la única y
verdadera esposa del Hijo de Dios que esperamos en este tiempo de Adviento.
Nuestra esponsalidad, viene de nuestra condición de bautizados, con el único
Esposo Cristo Jesús.
b.- Lc. 1, 39-45: Bendita tú entre las mujeres bendito el fruto de tu
vientre.
En la Visitación de María a su prima Isabel, encontramos el gozo y la alegría, que se
refleja la actitud de Isabel, y del pequeño Juan, que lleva en su seno (cfr. Lc.1, 28).
Se gozan de la visita de la Madre de Dios, que porta en su seno al Mesías Salvador.
Estas dos madres y sus respectivos hijos, están unidos por sus destinos: Isabel
representa la Antigua Alianza, María, en cambio, la Nueva Alianza, la humanidad
redimida. En Ella, contemplamos la nueva Arca de la Alianza, contiene la presencia
del Mesías, concebido por obra del Espíritu Santo (vv.42-45). María Santísima, llena
de la gracia divina, plena del Espíritu Santo, cree en la palabra que le fue
anunciada, por eso, se convierte en Madre de Jesús (cfr. LG 56). Por la fe que la
mueve, María es dichosa, se convierte en la primera creyente y primera discípula de
Jesucristo, primera cristiana en la Iglesia (cfr. MC 35). La Maternidad divina, es
fruto de una fe obediente a Dios, una fe activa, no un instrumento pasivo, en las
manos de Dios Padre y del Espíritu Santo, María colaboró activamente a la
salvación de los hombres. San Agustín, enseña que María, es más dichosa, por
haber concebido a Cristo primero por la fe, y luego en su seno; más dichosa por ser
discípula de su Hijo, haciendo la voluntad de Dios, que por ser Madre física de Jesús
(cfr. S. Agustín, Sermones 25 y 69; GS 53). Se puede decir, que María es
Bienaventurada, por creer a la palabra y guardarla, como canta Isabel: “¡Feliz la
que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Se￱or!”
(Lc. 1, 42), y como lo hizo esa mujer del pueblo, que lanza una alabanza a la Madre
del Maestro de Nazaret (cfr. Lc.11, 27-28). En María, se reúne en una perfecta
sinfonía, la creyente y la que cumple la voluntad de Dios, que hizo suya con un Sí
incondicional. Por María, Dios entra en la humanidad, para realizar la redención del
mundo, con el cambio, que encierra el Reino de Dios, que en el Magnificat, se hace
Cántico de esperanza teologal. María, es la creyente en Dios, modelo de fe para
todo cristiano y que nos enseña a llenar de fe la propia existencia personal y
eclesial.
Sor Isabel de la Trinidad, comenta la Visitaci￳n así: “Cuando leo en el Evangelio
«que María corrió con toda diligencia a las montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a
cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan
serena, tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios... Como la de El,
su oración fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La sierva del Señor» (Lc. 1,
38), la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su
humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso
podía cantar: «El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me
llamarán feliz todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49).” (Últimos Ejercicios 40).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD