Ciclo A: III Domingo de Adviento
Mario Yépez, C.M.
¡Alégrate, porque el Señor cumple sus promesas!
Continuamos y avivamos más el fuego de la esperanza de este tiempo del adviento
y las lecturas hoy nos hablan de la alegría de quienes saben confiar en que las
promesas del Señor se cumplirán. Nuevamente, el profeta Isaías anuncia un tiempo
de cambio, una novedad que suscita alegría irrumpiendo en medio de la sequedad y
el desierto. Esta metáfora es obviamente llamativa pues son realidades
contradictorias. El Señor viene una vez más a manifestar su esplendor y gloria y
solo pueden contemplarlo quienes son capaces de sostenerse en pie. Es tiempo de
revelación y los ojos y los oídos deben ser abiertos y, como es obvio, se está
trascendiendo el nivel físico, pues lo que de verdad se necesita son ojos y oídos
atentos a la revelación de la salvación de Dios. Este es un cántico de esperanza
para los desterrados que anhelan volver a Sión pero que necesitan ser despojados
de la tristeza y la aflicción. A tiempos nuevos se exige una nueva perspectiva de
vida y esto es lo que obliga a disponerse a ser transformados por la salvación de
Dios.
La carta de Santiago, texto sapiencial del Nuevo testamento, exhorta a la
esperanza paciente por la venida del Señor. Sabemos por los textos
neotestamentarios que la promesa del regreso de Jesús en las comunidades
cristianas era un tema de profunda reflexión y de muchas opiniones. Se fue
configurando desde la premura de esta venida, hasta llegar a esta propuesta de la
carta de Santiago. La paciencia se convierte en una virtud propia del cristiano que
espera la venida en gloria de Jesús. No se niega la esperanza que hay que guardar,
pero ayuda mucho a discernir cuál es la disposición para mantener viva la
esperanza. Los profetas se convierten en ejemplos de paciencia puesto que ellos
mismos se sentían identificados con el pueblo en su propia realidad, por lo que
mucho de sus anuncios proféticos, tenían como correlato, que ellos sufrirían las
mismas consecuencias. Y justamente ellos eran los primeros llamados a saber
confiar en el Señor. Esto provocó que las relecturas proféticas afianzaran más la
expectativa mesiánica en el tiempo de Jesús. De esta forma, la paciencia pasa a ser
la virtud de los que esperan la venida de Cristo en gloria, una paciencia que los
invita a fortalecer los corazones que muchas veces sucumben en otras expectativas
de salvación que no coinciden muchas veces con las ofrecida por Jesús.
El evangelio de Mateo quiere dejar en claro la relación entre Jesús y Juan sobre
todo por el nivel de trascendencia de Juan para la comunidad judeocristiana. Es
indudable que Juan Bautista fue un personaje crucial en el trasfondo de la
esperanza mesiánica del pueblo judío en el contexto de los tiempos de Jesús. Los
cuatro evangelistas lo presentan y ubican antes del ministerio público de Jesús.
Mateo es quizá el que más resalta la vinculación profética y personifica a quienes
buscaban que el pueblo se prepare debidamente para la llegada del que “está por
venir”. Juan no era el Mesías, pero deseaba contemplar que las promesas de Dios
se cumplan como se había anunciado por los profetas. Jesús, aunque de algún
modo ligado a Juan, se presenta con sus propios testimonios, obras y palabras, y
éstas hablan mejor para quienes necesitan abrirse a la novedad del reino de los
cielos. Ya no son promesas, son realidades en la persona de Jesús. Un tiempo
nuevo se ha acercado y esto exige un nuevo lenguaje y una nueva manera de
entender la relación con Dios. Mateo remarca la diferencia entre Jesús y Juan y
sobre todo subraya que Jesús presenta sus propias credenciales, aunque no deja de
elogiar el rol de Juan Bautista como el que preparó el camino a la revelación de
Cristo al mundo. De esta manera, Juan es de los hombres más grandes de entre los
nacidos de mujer, justamente por su misión y por ayudar a comprender a los
creyentes que la esperanza implica un camino de conversión; pero el más pequeño
del reino de los cielos es más grande que él. La apertura al reino de los cielos es la
novedad que todo corazón que quiere confiar en Dios desea alcanzar. Mateo no
tiene reparos en relegar la importancia de Juan pues para la comunidad cristiana su
rol fue reconocido pero la herencia recibida como Iglesia les obliga a dejarse
sorprender por la obra de salvación que no pasa por el esquema de un Dios bueno
con los buenos y malo con los malos. Jesús no maneja un lenguaje de condenación
sino de salvación; sus obras hablan de liberación y apertura no de marginación y
privilegios. Esto nos lleva profundamente a reflexionar una vez más qué expectativa
tenemos de la venida de Jesús en gloria. ¿Acaso su venida será destrucción? ¿Nos
debe preocupar tanto su venida como si lo que realmente importara sea cuántos
irán al castigo eterno? Jesús vino a cambiar realidades de muerte por salvación
plena. ¿Qué estamos haciendo nosotros? Es tiempo de purificar nuestras
expectativas. Hagamos pues combinaciones que para el mundo suenan raras:
alegría en medio de la esperanza; paciencia ante la pronta venida en gloria;
colaboración en la construcción del reino desde los signos de salvación que la
humanidad
necesita pero que no presta atención. Me atrevo a decir, que aunque a Mateo le
haya preocupado distinguir a Juan de Jesús, hay algo que hizo de Juan un testigo
del reino; y es que supo reconocer su misión y tarea. ¿Cuántos de nosotros
podemos aprender de Juan a saber ubicarnos en nuestra vocación cristiana? El
mundo siempre está buscando “mesías”, a veces les mostramos un “mesías”
equivocado; peor aún, hasta nos atrevemos a fungir como “mesías”. Mesías hay
uno, ya vino y ahora está por venir, y tú yo estamos llamados como Juan a
presentarlo, a ayudar al mundo a purificar sus expectativas de salvación. Por
supuesto, que hay hombres y mujeres eminentes en el mundo, claramente
reconocidos por su amor a la humanidad, pero tengamos cuidado. Tales testimonios
pueden y deben ayudarnos a transformar este mundo oscurecido por el poder del
pecado; pero Salvador solo hay uno, y éste ha vencido al mal, y por tanto, cumple
sus promesas. Con gusto quiero entonar con alegría la antífona del salmo y únete
conmigo en este grito: “¡Ven Señor, ven a salvarnos!”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)