III Domingo de Adviento, Ciclo A.
EL ESCÁNDALO ANTE JESÚS
Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de las obras de Cristo, por lo que envió a
sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a
otro?" Jesús les contestó: "Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y
oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos
oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres. ¡Y dichoso
quien no se escandalice de mí!" Mt 11, 2-11.
A la pregunta de los discípulo de Juan, Jesús responde que se está verificando en
su persona todo lo anunciado por los profetas sobre el Mesías, y que por tanto no
hay que esperar a otro: han llegado los tiempos mesiánicos, los tiempos de Cristo,
el único Salvador.
Jesús a￱ade: “Dichoso quien no se escandalice de mí”. Es decir: feliz quien no se
sienta decepcionado, o no crea en mí por esperar de él un reino temporal al estilo
de los demás reinos.
En todo tiempo hay qiénes se escandalizan de Jesús, y por eso buscan “otros
salvadores” que propongan un camino más fácil, sin cruces. Pero s￳lo Jesús es
Salvador, el único que puede darnos lo que necesitamos y deseamos: paz, alegría y
vida eterna.
Se trata del escándalo de la cruz, del que habla san Pablo: “Nosotros predicamos a
un Cristo crucificado, esc£ndalo para los judíos y locura para los paganos” (1Co, 1,
23). La cruz abrazada y ofrecida es el único el camino posible hacia la resurrección
y la gloria, pues lo eligi￳ el mismo Hijo de Dios. Sería fatal equivocarse de ruta…
Jesús viene a conquistar el reino eterno para él, para cada uno de nosotros y para
la humanidad, mediante la humillación de la cruz y la gloria de la resurrección.
Tal vez nos escandalizamos también nosotros, y no queremos acoger y asociar
nuestras cruces a la de Cristo, por la propia salvación, la salvación de los nuestros y
la del mundo. La cruz asociada a la de Jesús, que la comparte con nosotros, reduce
su peso y produce un gra peso de felicidad eterna, e incluso temporal.
El temor a la cruz y a la muerte se supera mirando a la resurrección y al gozo
eterno que Jesús nos mereció. Él mismo alivia nuestras cruces con la paz y la
esperanza: “Vengan a mí todos los que est¢n cansados y agobiados, y yo los
aliviaré ” (Mt 11, 28). “Los padecimientos de este mundo no tienen comparación
alguna con la gloria y el gozo eterno que nos espera” (Rm 8, 18)
Padre Jesús Álvarez, ssp