IV Domingo de Adviento/A
“…la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emanuel”
En este cuarto y último domingo de Adviento, nuestra mirada se orienta totalmente
a la Navidad, ya inminente. “El Se￱or está cerca”, repite la liturgia: hay que
prepararse para acogerlo. Este es el sentido de todo el tiempo de Adviento, que la
Iglesia ha ordenado sabiamente para la preparación de la Navidad, a fin de que los
creyentes podamos vivir plenamente el misterio de la Encarnación.
En el trasfondo del acontecimiento de Nazaret se halla la profecía de Isaías. “Miren:
la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel” ( Is 7,
14). Esta antigua promesa encontró cumplimiento superabundante en la
Encarnación del Hijo de Dios. Y el evangelio de san Mateo narra cómo sucedió el
nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san José, el prometido
de María, la cual “antes de empezar a estar juntos ellos, se encontr￳ encinta por
obra del Espíritu Santo” ( Mt 1, 18).
San José se presenta como hombre ‘justo’ ( Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios,
disponible a cumplir su voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación
después de que un ángel del Se￱or, apareciéndosele en sue￱os, le anuncia: “José,
hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en
ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados” ( Mt 1, 20-21). Abandonando el
pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora sus
ojos ven en ella la obra de Dios.
Este domingo es una cordial invitación para renovar los lazos de amor y de amistad
con Dios Nuestro Padre. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a Su Hijo como propiciación por
nuestro pecados” (1 Jn 4, 10). Al contemplar c￳mo Dios nos ama y nos busca y nos
envía a su Hijo, debería nacer en nuestro corazón un sentimiento de gratitud y
confianza. El Señor nos ama con un amor indefectible.
«Dios quiso compartir nuestra condición humana hasta el punto de hacerse una
cosa sola con nosotros en la persona de Jesús, que es verdadero hombre y
verdadero Dios. Pero hay algo aún más sorprendente. La presencia de Dios en
medio de la humanidad no se realiza en un mundo ideal, idílico, sino en este mundo
real, marcado por muchas cosas buenas y malas, marcado por divisiones, maldad,
pobreza, prepotencias y guerras. Él eligió habitar nuestra historia así como es, con
todo el peso de sus límites y de sus dramas. Actuando así demostró de modo
insuperable su inclinación misericordiosa y llena de amor hacia las creaturas
humanas. Él es el Dios-con-nosotros; Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creen ustedes
esto? Hagamos juntos esta profesión: Jesús es Dios-con-nosotros. Jesús es Dios-
con-nosotros desde siempre y para siempre con nosotros en los sufrimientos y en
los dolores de la historia.
De la contemplación gozosa del misterio del Hijo de Dios nacido por nosotros,
podemos sacar dos consideraciones:
La primera es que si en Navidad Dios se revela no como uno que está en lo alto y
que domina el universo, sino como Aquél que se abaja, desciende sobre la tierra
pequeño y pobre, significa que para ser semejantes a Él no debemos ponernos
sobre los demás, sino, es más, abajarnos, ponernos al servicio, hacernos pequeños
con los pequeños y pobres con los pobres. Pero es algo feo cuando se ve a un
cristiano que no quiere abajarse, que no quiere servir. Un cristiano que se da de
importante por todos lados, es feo: ese no es cristiano, ese es pagano. El cristiano
sirve, se abaja. Obremos de manera que estos hermanos y hermanas nuestros no
se sientan nunca solos.
La segunda consecuencia: si Dios, por medio de Jesús, se implicó con el hombre
hasta el punto de hacerse como uno de nosotros, quiere decir que cualquier cosa
que hagamos a un hermano o a una hermana la habremos hecho a Él. Nos lo
recordó Jesús mismo: quien haya alimentado, acogido, visitado, amado a uno de
los más pequeños y de los más pobres entre los hombres, lo habrá hecho al Hijo de
Dios» (Francisco en Audiencia del 18 de diciembre de 2013 ) .
Por consiguiente, hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para
niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz
verdadera. “Él mismo será nuestra paz”, dice el profeta refiriéndose al Mesías. A
nosotros nos toca abrir de par en par las puertas para acogerlo. Aprendamos de
María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios. Aunque no lo
comprendamos plenamente, confiemos en su sabiduría y bondad. Busquemos ante
todo el reino de Dios, y la Providencia nos ayudará.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)