Ciclo A: IV Domingo de Adviento
Alfonso Berrade, C.M.
¡Qué bueno este don José!
Es voz común que el poner “Don” delante de los nombres masculinos significa
considerar sabio o que tiene una gran responsabilidad en la sociedad la persona en
referencia. Por eso quiero poner “Don” delante de José para referirme a San José.
Que tuvo una gran responsabilidad nadie lo duda. Eso de ser padre educador y
formador de Jesús es algo muy serio y de gran responsabilidad. Miren que son
luego millones de personas que van a ser formadas y hechas discípulas a través de
la historia de la humanidad. No me dirán que no se necesita ser sabio para todo
ello.
Pero yo quiero referirme a la sabiduría de Don José ante el hecho de ver que María,
su esposa, manifestaba una incipiente maternidad. Ella era su esposa y resultó:
“Que antes de que vivieran juntos ella esperaba un hijo”. Don José reacciona de
una manera admirable:
a) No perdió el juicio. No pensó en pedir explicaciones. Ni pataleó de impotencia.
Simplemente decidió alejarse y desaparecer. Comparemos esa manera con lo que
vemos todos los días en nuestro mundo actual.
b) Nos da una lección de fe. Gran actuación de creyente. Un ángel le dice en sueños
que “La criatura que hay en ella viene del espíritu Santo. El le pondrá por nombre
Jesús, ya que El salvará al pueblo de sus pecados”. D. José aceptó las cosas casi
como María. No dijo Hágase en mí según su Palabra, sino que actuó: “Recibió a
María en su casa”. Yo no sé si sería un ángel el que le habló, o si el ángel era su
constante meditar la Palabra de Dios, y ésta le iluminó para actuar siempre de
modo preciso y perfecto. Ahora, como luego ante el peligro de Herodes con el Niño,
como en la huida a Egipto, siempre se le aparecía un ángel. El ángel era los dones
del Espíritu Santo que ya actuaban en él.
c) El compromiso con el Redentor y con María será por toda su vida. NO creo que le
dieran cursos de preparación para su papel en la Familia de Nazareth, pero seguro
que estaba en continua oración para ver lo que debía hacer. Siempre silencioso,
siempre trabajador. El Oraba y trabajaba. No les podía faltar lo necesario a los que
Dios había puesto en sus manos.
Desde el momento que llevó a María a su casa se comprometió en cuerpo y alma
con la causa redentora, con el magisterio de enseñar a los hombres a vivir. Enseñó
a Jesús a ser humano entre los humanos. Cuidó de esa Iglesia naciente en el hogar
de Nazareth, capullo que luego explotaría en los momentos de predicación
misionera de Jesús: “Eran miles los que seguían a Jesús” “Sintió compasión por
ellos, porque estaban como ovejas sin pastor” “Denles ustedes de comer” “He
venido a salvar lo que estaba perdido” “Ámense como yo los amo”.
Gracias por tu magisterio, gracias por preparar tarimas desde las que hablaba
Jesús. Gracias por ser Don José. Ahora y por siempre será San José, silencio
predicador.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)