Solemnidad. Natividad del Señor (25 de diciembre)
Misa de del día
Pautas para la homilía
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres
Cielo y tierra se unen: lo grandioso y lo sencillo
No cabe duda que la sencillez y cercanía que tiene la Navidad según el relato del
evangelio de Lucas en la misa del Gallo, y que se expresa en la representación que
se hace en los nacimientos, queda un tanto desbordada por el texto evangélico de
Juan en esta misa, llamada “del día”. Todo lo que en el relato de Lucas hay de
sencillo episodio de nuestro mundo, que entra por los ojos, es en Juan visión
elevada que abruma por su grandiosidad. La Navidad es precisamente conjugar lo
sencillo con lo grandioso, un niño con Dios, la noticia de que ha nacido un niño con
la de que Aquel por quien todo fue hecho se hace carne humana. En definitiva es
conjugar la vida divina y la humana.
Esa unión de lo que supera nuestra capacidad de conocer con lo que es evidente a
nuestros ojos, de Dios con la Humanidad, ha sido una decisión del mismo Dios. Es
Él quien decide hacerse carne. No ángel, ni espíritu humano, sino carne, es decir
hombre en su dimensión total de espíritu y carne. Se hizo uno de nosotros y habitó
en medio de nosotros, se sometió a las decisiones que los seres humanos tomamos
unos respecto a otros, pasó por las alegrías y las penas de cualquier vida humana.
¿Por qué Dios vino a nosotros?
¿Por qué hizo esto? Con un fin único salvar al ser humano, elevarle a una condición,
a una dignidad que él no podía imaginar. Lo hizo para hacer ver, poder palpar, lo
importante que es el ser humano a los ojos de Dios. En efecto, la Navidad es la
fiesta de la humanidad, de la grandiosidad del ser humano. A partir de la Navidad,
la naturaleza humana, la condición humana, es condición del ser de Dios, es
naturaleza de Dios, Él la ha asumido. Y la ha asumido en su pobreza, en su
debilidad, como naturaleza de un niño. ¿Cuándo el ser humano podía imaginar ser
así considerado por Dios? Porque una cosa es que “ninguna nación tenía un Dios
tan cercano” como confiesa el pueblo judío, y otra que la cercanía se convirtiera en
hacerse hombre, carne humana, uno de ese pueblo.
Nuestra reacción ante la Navidad
Podemos alabar, gritar, la generosidad de Dios para con nosotros y nos
quedaremos muy cortos. Pero sobre todo lo que la Navidad nos proclama es la
dignidad del ser humano por el hecho de serlo, sea cual sea su edad, sus
cualidades o defectos, su integridad o su degradación, su raza, su condición
social...etc. Todo ser humano es carne de Dios.
La Navidad es el gran desafío a ver qué hacemos con nuestra condición humana, la
que poseemos cada uno y la que los demás poseen. Si Dios se ha rebajado,
haciéndose uno de tantos, como dice san Pablo, para liberarnos de lo que nos
degrada, ¿qué hacemos nosotros para que nada degrade nuestra dignidad y la de
los demás? ¿Cómo nos tratamos y cómo tratamos a los demás?
En Navidad Dios vino a nosotros para que fuéramos conscientes de nuestra
dignidad, y, por tanto de lo que estamos llamados, individualmente y como familia
humana, a ser. Es necesario mirar a Dios para alabarle y bendecirle, como hicieron
ángeles y pastores en el relato de Lucas; pero sobre todo hemos de volver la vista
hacia nosotros para ver si nos sentimos hijos de Dios, nacidos no sólo de amor
carnal, de amor humano, sino también del amor de Dios, como dice el evangelio de
Juan. Y si sentimos lo mismo respecto a los demás. No experimentar esa presencia
dignificante de Dios en nosotros sería pertenecer al grupo de aquellos, de los que
se dice en el texto evangélico: “vino a su casa, pero los suyos no le recibieron”. Si
fuera así, no habría ninguna razón para celebrar la Navidad, es decir: la presencia
de Dios entre nosotros, como un niño.
Fray Juan José de León Lastra
Licenciado en Teología
Con permiso de: dominicos.org