Solemnidad de la Natividad del Señor (25 de Diciembre)
MISA DE DIA
Lecturas bíblicas
a.- Is. 52, 7-10: Ya reina tu Dios.
Este pasaje canta la liberación de Jerusalén. Es una canto desesperado a recobrar
fuerzas, el Señor parece haberla olvidado, se ha quedado sin hijos, estéril, de ahí
que lamente su soledad (cfr. Is.49, 14. 21; 51,9). Es un llamado a Yahvé para que
realice las obras de antaño (cfr. Is. 51,16). No es Dios quien duerme para que se
despierte, sino el hombre que ha perdido su confianza en Yahvé, no ha olvidado a
Jerusalén, aunque fuera repudiada por sus muchos crímenes, la elección por ella
permanece para siempre (cfr. Is.51, 20.33). Históricamente, se trata del final del
exilio, la noticia de la liberación corre por los montes hasta llegar a Jerusalén (v.7;
Is.40, 9-11). Los vigías anuncian la alegre noticia, ven el regreso de Yahvé que
conduce a su pueblo a Sión (vv.8.12). Las ruinas de la ciudad, es decir, los que se
quedaron, rompen a cantar, porque el Señor reina, consuela y rescata al pueblo,
realizando proezas con su brazo, con poder, como lo hiciera en Egipto (vv.7.9; cfr.
Is.40,5). El Dios que se había alejado, que había entregado a Israel a su suerte,
ahora vuelve, Dios sigue entre los que creen, ahora las ruinas tendrán un
restaurador (cfr. Is.62, 6-7). Es el triunfo de Yahvé, que activa la esperanza del
hombre fiel, pero que sufre los ataques del desánimo, que se preocupa de la
historia y del hombre. Es un llamado a despertar a los cristianos, a la Iglesia, de
nuestra autosuficiencia, hoy es Navidad, el Señor vuelve a nosotros en su amado
Hijo, irrumpe en nuestra historia.
b.- Hb. 1, 1-6: Dios nos ha hablado por su Hijo.
El autor sagrado, no revela una gran noticia: Dios ha hablado por su Hijo. Este es el
mensaje medular. Es la palabra definitiva de Dios para el hombre, preparada a lo
largo de los siglos por los profetas. Palabra que no es información, sino una
Persona, que se comunica con el hombre, comparte su condición, se hace solidario,
desde el momento que asume su propia naturaleza humana. La palabra no apunta
a cuanto existe, sino que también es creación, puesto que renueva la realidad del
hombre, lo salva y une con Dios Padre hasta conducirlo a la consumación de todo
en Cristo Jesús. Es el Hijo, Dios y hombre verdadero, quien lleva a cabo toda esta
obra de redención; ÉL es consustancial al Padre, es decir, igual a Dios. Es reflejo de
su gloria e impronta de sus ser, partícipe en la creación y conservación de todo
cuanto existe, por medio de su palabra poderosa. Él es la causa de nuestra
comunicación con Dios, donde se conjuga el misterio de la humanidad de Cristo, y
su consubstancialidad con el Padre. Porque nos ama, Dios nos entrega a su Hijo,
para que uno de los nuestros. De los profetas, auténticos pregoneros de Dios,
ahora nos envía a su Hijo, su Palabra, que hará del querer del Padre su voluntad.
Su palabra purifica a los hombres, su venida los salva y conduce al Padre. El Niño
de Belén, es el Hijo consustancial al Padre, su Amado Hijo Jesús.
c.- Jn. 1, 1-18: La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros.
Esta primera parte del evangelio de Juan, nos presenta a Jesucristo, Dios y
Hombre verdadero. Juan va en busca de los orígenes de Jesús, en la eternidad de
Dios, en su vida en el seno de la Santísima Trinidad. El evangelista, lo presenta en
tres etapas: su preexistencia (vv.1-5), la acogida, recibimiento o aceptación (vv.6-
12), y finalmente, la encarnación (vv. 13-18). Al comienzo encontramos la
preexistencia real y personal. Existencia realizada en plena comunión con el Padre
(vv. 1-5). La eternidad, la personalidad y divinidad del Logos, son las tres
dimensiones fundamentales que conocemos del Verbo del Padre. Es el cimiento
sólido, la razón última, para decirnos por qué esta Palabra, este Verbo, puede
hablarnos de Dios su Padre. La revelación y salvación de esta Palabra radica en sí
misma, ahí tiene su origen y naturaleza. El evangelista, usa categorías
existenciales, porque esa Palabra, tiene como tarea hablar al hombre, y espera una
respuesta. Estos destinatarios son los hombres, la humanidad entera, para ellos
esta Palabra es luz y vida, es más, es lo que da plenitud y sentido a su existencia.
En un segundo momento, encontramos, la entrada de la Palabra en el mundo de los
hombres (vv. 6-13). La mención de Juan el Bautista, nos sitúa en el terreno
histórico, era testigo de la luz. La luz, para el hombre es una Persona, es Alguien,
es la Palabra o Logos encarnada. No es una abstracción o idea. Testigo de todo
ellos es el Bautista, esa es su característica aquí, no la de ser Precursor, que puede
dar luz al misterio del hombre. La razón de ser del Bautista, radica en la fuerza de
su testimonio. Al Verbo le compete ser luz, por ser Dios (v. 9). Ahora que ha
ingresado en la historia de los hombres, la Palabra esencial de Dios, el Logos del
Padre, coloca al hombre ante una decisión de aceptación o rechazo, ya que ella es
esencialmente interpelante (vv. 6-13). Términos como no lo conocieron o no lo
recibieron, hablan claramente del rechazo, que sufrió la Palabra, de parte de los
hombres. No aceptan el Evangelio, con lo que acentúa, la incredulidad judía. Sin
embargo, luego presenta, a los que lo recibieron, lo acogieron como Revelador
divino y a cada una de sus palabras; manifestación de fe. Consecuencia de esta
aceptación, recibimos la filiación divina, iniciativa de Dios, no como decisión del
hombre, es decir, no nacida de la carne ni de la sangre (v. 13), sino de Dios. Este
nuevo nacimiento, no nace del deseo del hombre, sino, de la iniciativa del Padre.
La tercera parte, se refiere a la Encarnación del Verbo (vv. 14-18). Este es el centro
de todo el prólogo: el Logos eterno, ha entrado en las coordenadas del tiempo, de
la historia humana, como sujeto de la misma; ya había ingresado en ella desde el
momento de la Creación, como Sabiduría del Padre. La Encarnación, en la mente
del evangelista, es la razón por la cual se le ofrece la posibilidad al hombre de ser
hijo de Dios. Esto habla del infinito amor de Dios, por el cual, el Verbo eterno se
hace carne, se hizo Hombre. La carne, vendría a significar lo débil, caduco,
impotente, pero también, establece la infinita distancia entre el Logos y la carne,
que unidos en Cristo, son manifestación de predilección divina por el ser humano.
Es el amor, el que salva esa distancia. Dios estableció su tienda en medio de los
hombres, ya no tiene más espacios de convivencia con el hombre como nos enseña
el AT.: la tienda, el templo de Jerusalén, el tabernáculo, etc., ahora vive entre los
hombres. Sólo en Cristo habita la gloria del Padre, y la podemos contemplar por
medio de la fe: hemos visto su gloria. Si bien, por Moisés vino la Ley, por Cristo nos
vino, “gracia tras gracia” (v.16), manantial incalculable de gracia y ternura. En
Jesús contemplamos a Dios, es su única y definitiva revelación.
Juan de la Cruz, destaca el admirable trueque: en Dios, un Niño el llorar y en el
hombre la alegría, cosa que tan ajena ser solía. “Y la Madre estaba en pasmo/ de
que tal trueque veía/ el llanto del hombre en Dios, / y en el hombre la alegría, / lo
cual de no y del otro tan ajeno ser solía” Romance acerca del Nacimiento (vv. 305-
310). Feliz Navidad.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD