Solemnidad de la Natividad del Señor. Ciclo A.
Misa del día
Cristo es la Palabra definitiva y última que pronunció Dios Padre
Cuando estos días nos den a besar el Niño, nos dirán. “Un niño nos ha nacido. Un
hijo se nos ha dado”. Haremos un acto de fe. Hablamos de un pasado y lo decimos
en presente. El que nació, sigue naciendo entre nosotros.
El Niño que nace en Belén es la Palabra definitiva del Padre que nos trae un
mensaje clarísimo, nítido, inteligible y consolador para todos: Dios nos ama, nos
quiere salvar y hacernos partícipes de la filiación divina por la gracia. Las frases de
los Santos Padres son muy atrevidas: “Dios se hace hombre para que el hombre se
haga Dios por la gracia y participe en la vida divina…El hombre es un ser que ha
recibido la orden de hacerse Dios…Yo soy hombre por naturaleza y Dios por la
gracia”.
Dios había hablado en épocas pasadas por otros mensajeros –los profetas-, pero
ahora lo hace directamente por su Hijo al que ha nombrado heredero de todo, que
es reflejo de su gloria, impronta de su ser, creador (segunda lectura). Palabra que
anunciará la buena noticia; pregonará el derecho, la justicia y la paz; nos
consolará, nos rescatará y purificará (primera y segunda lectura). Palabra que es
Dios, vida, luz, y que se encarnó para hacerse audible, inteligible, habitar entre
nosotros y hacernos partícipes de la filiación divina a través de la gracia
(evangelio). Palabra ya definitiva, última, perfecta; no esperemos otra. Esta Palabra
explicará todo y dará razón de todo y a todos, sin excepción.
La P alabra definitiva necesita unos oídos nuevos que la escuchen; una mente
abierta que la entienda y se deje iluminar por la luz de la fe; un corazón limpio que
la rumie y la interiorice y la haga fecundar; una voluntad decidida para poner en
práctica lo que esa Palabra le pide; una lengua sin trabas que, como auténtico
mensajero, la transmita por todas partes con alegría, integridad y sin tergiversar ni
manipular.
Esta Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo Jesús: el Hijo de Dios, que desde la
primera Navidad es también hijo de los hombres. Dios nos ha dirigido su Palabra. Si
entre nosotros puede tener tanta trascendencia el dirigirnos o no la palabra unos a
otros, si nuestra palabra de amistad, de interés o de amor, puede significar tanto,
¿qué será esa Palabra de Dios, su propio Hijo, que ha querido hacerse uno de
nuestra raza y está para siempre entre nosotros? No. No es un Dios mudo, el
nuestro. No es un Dios lejano, displicente, amenazador. Es un Dios que nos habla,
y su Palabra se llama de una vez por todas, Jesús. Y, desde entonces, siempre es
Navidad, porque siempre está esta Palabra de Dios dirigida vitalmente a nosotros,
en señal de amistad y de alianza.
Ese es el Misterio que hoy celebramos. Y que nos llena de alegría. Una Palabra
hecha persona, que es el Hijo mismo de Dios, y que nos asegura que a nosotros
también nos acepta como hijos.
Alegrémonos, hermanos. Y acojamos a ese Niño, que es Hijo de Dios y Hermano
nuestro. Que no se pueda decir de nosotros lo que Juan ha dicho de los judíos: al
mundo vino y el mundo no le conoció, vino a su casa y los suyos no le recibieron.
Desde el momento en que estamos aquí, celebrando la Eucaristía de Navidad, es
que sabemos apreciar el gesto de Dios y hemos reconocido al Mesías, Jesús, lleno
de gracia y de verdad.
La Eucaristía de hoy la celebraremos con una gratitud especial. El que nació de la
Virgen María en la primera Navidad, se hace hoy para nosotros Pan y Vino, para
fortalecernos en nuestro camino.
No estamos celebrando una fecha, o un aniversario, o una doctrina. Estamos
celebrando a una Persona que vive, que está presente: El Hijo, el Hermano, el
Salvador. Es el Dios que se ha hecho hombre para hacernos a nosotros partícipes
de la vida de Dios.
Finalmente, como consecuencia, quien, pudiendo, no escuche o no acepte esa
Palabra y la reciba con amor y libertad, quedará en la oscuridad, caerá en el error,
sufrirá la tristeza, seguirá en la esclavitud. Por lo mismo, no tendrá Navidad en su
corazón. No podrá contagiar la alegría y la esperanza que esa Palabra trae a todos.
No está salvado.
¿Qué tengo en mis oídos que me impide escuchar esa Palabra ? ¿Qué prejuicios hay
en mi mente que se cierra a esta Palabra ? ¿Por qué no se fecunda esa Palabra en
mi corazón? ¿Por qué mi voluntad está presa a mil esclavitudes? ¿De qué
esclavitudes tiene Dios que salvarme este año: materialismo, egoísmo, pesimismo,
intolerancia, rencor, pereza, sensualidad, violencia?
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)