Comentario al evangelio del Miércoles 25 de Diciembre del 2013
P { margin-bottom: 0.21cm; }A:link { }
Y hemos contemplado su Belleza
¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! Algo mágico nos envuelve desde anoche: todos estamos conmovidos,
misteriosamente tocados por Amor. Una necesidad imperiosa de comunicación, de amor, de encuentro
nos habita. ¿Qué nos ocurre? La Palabra de Dios que ahora escucharemos no solo es noticia y mensaje,
¡se ha hecho carne!.
Los villancicos que suenan y resuenan convierten nuestras ciudades y casas en algo así como un
templo extendido. Las luces mueven nuestra fantasía y avivan nuestra nostalgia. Los alimentos
navideños nos evocan sabores deliciosos. Los encuentros en medio del frío hacen que los amores
renazcan y los lazos se estrechen. Nos duelen mucho más las divisiones y las enemistades. Enviamos
mensajes de amor y felicidad en todas las direcciones. ¿Qué nos ocurre?
El Evangelio de Juan nos da la clave, pero nos resulta bastante inaccesible. Si yo pudiera decir lo
mismo en términos más sencillos diría lo siguiente:
El niño Jesús, que nace en el portal de Belén es la manifestación del secreto mejor guardado. ¿Qué
secreto? Habéis asistido a un espectáculo que nos ha emocionado y exaltado. Desfilan, al final, los
actores por el escenario y nos roban los aplausos. Pero cuando parece que todo ha concluido, emerge
de la oscuridad el autor de la obra, el gran protagonista, el creador. Así sucede el día de Navidad. El
gran autor de la obra es el Dios, a quien nadie ha visto jamás. Pero ese Dios tiene un hijo. Todos
pensaban que era un solo Dios, pero nunca pensaron en su fecundidad interna. Dios nos habla y nos
crea a través de su Hijo, que es su Verbo, su Palabra. Y ahora, en este día de la Navidad, su Palabra se
hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su Belleza. Al nacer y aparecer Jesús en la
tierra, se hace presente entre nosotros el secreto mejor escondido, la clave para entender el universo, la
humanidad.
Sin embargo, la luz vino a los suyos y los suyos no la recibieron, aunque a quienes la recibieron les dio
el poder de ser hijos de Dios.
¡Ese es el sentido más profundo de la Navidad! Que aparece entre nosotros aquel por quien todo fue
hecho, en cuya palabra poderosa subsisten todas las cosas. Todo lo que vemos nace de la inspiración de
Jesús, en ella está el verbo de Dios. No es necesario que Jesús nazca de nuevo, sino que nos sea
concedida la experiencia de verlo nacer en cada rostro, en cada acontecimiento, en cada realidad.
Cristo nace cada día a nuestra fe. Es lo mismo que contemplar de nuevo una obra teniendo ya presente
al autor.
Con esta contemplación descubriríamos cómo todos somos hermanos, cómo todos procedemos de las
mismas manos creadoras, cómo no debemos enfrentarnos por particularismos. Aquí lo importante no
es ser de aquí o de allá, tener este sexo o el otro, ser de este partido o del otro…. Aquí lo importante es
que todos hemos sido creados en Jesús, que todos somos parte del mismo cuadro. Por eso, sin darnos
cuenta, la Navidad nos lleva a subrayar la fraternidad, el amor universal.
Es interesante ver cómo Jesús tiene un nombre previo al nombre que le impusieron sus padres María y
José. Su nombre era Verbo, Palabra, en hebreo Dabar. Este término hebreo “dabar” significa que Jesús
era la Palabra que hace realidad lo que dice. Jesús también hoy nos dice, nos afirma. Con él sí que
nacemos y renacemos cada día.
J.C.G