Ciclo A: Sagrada Familia de Jesús, María y José
Javier Balda, C.M.
“Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia”
Engendrar un hijo es tarea relativamente fácil. Ser esposos y padres auténticos no
es tan fácil.
Cuando nace un niño comienza la historia de una nueva vida, comienza una nueva
historia sagrada. Esa vida está en sus manos, queridos padres, y de ella tendrán
que responder. Deben pensar que ese hijo, fruto de su amor, no solo es hijo de
ustedes sino también de Dios.
La familia debe crear y ofrecer un clima de hogar que comparta amor, ternura,
confianza, comprensión, ayuda mutua. Sin amor la vida no sería vida, el hombre no
sería hombre, la familia no sería familia.
La comprensión y la aceptación de cada uno, la ayuda incondicional y desinteresada
a los demás, el saber dialogar, el saber ceder en bien de todos, es tarea que a
todos compete y obliga. El amor hay que alimentarlo y compartirlo todos los días.
Siempre podemos y debemos amar más.
Si los padres no oran en sus casas, si no participan de los sacramentos, sobre todo
de la Reconciliación y de la Eucaristía, ¿qué vida cristiana van a vivir sus hijos? Si
los valores éticos y morales no se viven en el hogar, ¿dónde los aprenderán sus
hijos? Si los valores del Evangelio no se aceptan, se respetan y no se viven en el
hogar, ¿qué valores van a vivir, más tarde, sus hijos? Si en el hogar no se vive y se
respira cariño, amistad, confianza y amor, ¿dónde los van a encontrar sus hijos?,
¿de qué amor se van a alimentar? No son las palabras, muchas veces
contradictorias con la vida, lo que buscan y necesitan los hijos, sino modelos de
vida para sus vidas.
Todos deberíamos sentarnos hoy alrededor de la mesa y, al mismo tiempo que
participamos del mismo alimento fomentar el dialogo, la unión, la amistad, el amor.
Todos deberíamos buscar y aprovechar espacios para dialogar sobre el clima
familiar que vivimos en nuestros hogares. ¿Es un clima de cariño, confianza,
aceptación, ayuda, donación de unos a otros o es un clima frio, de desinterés, de
rechazo, de egoísmo, de intolerancia e incomprensiones mutuas? ¿Qué podemos
hacer, como familia, para crear un clima de más alegría, amor y confianza? solo así,
queridos padres, sus hijos “crecerán en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los
hombres” gracias a su amor y a sus vidas.
Una mirada a nuestra familia
¿Qué hay en la tierra que sea lo más parecido al cielo? preguntó una joven
catequista a los niños que se preparaban para la Primera Comunión. Un niño, todo
sonriente, contest￳: “La familia”. Pero otro, con cara triste y ojos llorosos, contest￳:
“Si el cielo es como mi familia, no quiero ir al cielo”.
Respuestas sinceras. Respuesta alegre y feliz. Respuesta amarga y dolorosa.
La familia: una realidad misteriosa
Las grandes realidades humanas no son fáciles de definir. Las personas no encajan
plenamente en ninguna definición. Y no es por falta de identidad, sino por sus
honduras y sus riquezas.
Si lo aplicamos a la familia, descubriremos solamente aproximaciones a la hora de
intentar definirla pero, con todo, nos resulta muy fácil encontrar definiciones que,
aunque aparentemente son muy sencillas, son muy profundas.
La familia, nos dice Juan Pablo II, es “Íntima comunidad de vida y amor”. El
Vaticano II nos dirá: “es la célula primera y vital de la sociedad. Es la primera
escuela de virtudes”. El documento de Puebla la define como “una realidad con los
cuatro rostros del amor humano: paternidad, filiaci￳n, hermandad y nupcialidad”.
Pablo VI escribirá: La familia es “iglesia doméstica”, “peque￱a iglesia”, “iglesia en
miniatura”. La Palabra de Dios nos dice: “La familia es el reflejo del Misterio
Trinitario de Dios”.
Cada una de estas definiciones encierra todo un tratado sobre la realidad del
matrimonio y la familia, tanto en sus aspectos humanos como religiosos. Por eso,
en el matrimonio y en la familia, se agranda el misterio y no es de extrañar porque
lo esencial en ellos es el amor y el amor siempre nos sorprende y nos supera.
Por otra parte, el amor entre los esposos y el amor entre padres e hijos no se
programa, se crea cada día. El amor es distinto todos los días, aunque los gestos
sean los mismos.
Aspecto religioso de la familia
El matrimonio, como sacramento, se abre a una nueva realidad. Los esposos son
fuente, el uno para el otro, de las Gracias que Dios deposita en sus corazones. Los
dos se santifican mutuamente. Los dos forman “un nuevo ser” y hacen presente a
Cristo y a la Iglesia en todas sus manifestaciones. El reto de los esposos está en
dejar que el amor humano se vaya contagiando e impregnando del amor de Cristo.
El esposo debe amar a su esposa “como Cristo ama a su Iglesia” y la esposa debe
amar a su esposo “como la Iglesia ama a Cristo”.
La familia: Iglesia doméstica
Jesucristo nos dice: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos”.
Ciertamente esta verdad, que nos manifiesta Jesucristo, vale especialmente para la
familia. Los esposos rezan y oran juntos, se ayudan mutuamente, viven una común
unión, se aman con un amor de ida y vuelta, aman a Dios y se dejan amar y llenar
del amor de Dios. De ellos debería decirse lo que maravillaba a los paganos que
contemplaban el testimonio de los primeros cristianos: “Mirad c￳mo se aman”.
Esto que afirmamos de los esposos vale igualmente cuando contemplamos la
relación entre padres e hijos.
Por eso, todos en la familia, deben compartir y unirse en las alegrías y las penas
(así las alegrías son mayores y las penas más llevaderas) Deben reír y llorar juntos.
Deben gozar y sufrir juntos. Deben caminar juntos, unidos sus manos, pero sobre
todo deben vivir unidos en un mismo corazón.
La familia: reflejo del amor trinitario
Dios uno y trino es fuente y modelo de toda familia humana y sobre todo, cristiana.
La familia hunde sus raíces más profundas en el misterio de la Santísima Trinidad.
Si todos hemos sido creados a imagen de Dios, y “Dios es Amor”, en cada persona
hay un sello trinitario”. Cuando se consigue una comunidad de amor autentico, “el
sello trinitario” resplandece con más fuerza y autenticidad. Y esto es lo que debe
suceder en la familia: comunidad y comunión intensa y permanente de vida y amor.
La Familia debe ser la más perfecta de las comunidades porque brota directamente
del mismo amor de Dios. Los hijos, en concreto, no solo son amados, sino creados
en amor, por amor y para el amor.
Por desgracia, esta misteriosa realidad de la familia, no siempre se consigue.
Demasiadas lacras, demasiadas rupturas, demasiadas agresiones, demasiadas
infidelidades, demasiadas profanaciones, demasiadas violaciones, demasiados
vaciamientos del amor familiar, hacen que muchas veces el proyecto de Dios no sea
una realidad.
Compromiso
Pedir por todas las familias que pasan por crisis y dificultades y por todas las
familias que se esfuerzan por ser y vivir “el sacramento familiar” como Dios lo
instituyó y María, José y Jesús lo hicieron.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)