Ciclo A: II Domingo de Navidad y Solemnidad. Epifanía del Señor.
Rosalino Dizon Reyes.
Baja en seguida (Lc 19, 5)
No nos basta con conocer a Jesús a nivel del intelecto. Debe haber intimidad
profunda entre el Maestro y nosotros.
Dice Herodes el Grande que quiere ver a Jesús. Más adelante, Herodes Antipas
tendrá semejante deseo. El primero quiere acabar con un posible rival,
asesinándole efectivamente en su corazón. El último lo reducirá a un mero objeto
de curiosidad; tal trato convertirá a Jesús en un ídolo callado, inerte.
Los sumos pontífices y los letrados no son nada mejores. Ciertamente, no ignoran
las Escrituras. Desde ellas saben del profetizado por Miqueas y allí se instalan, sin
mostrar interés en conocer personalmente al cumplidor perfecto de las Escrituras.
¿Acaso no se alejan de sus cátedras por temor a otros arribistas que se las
arrebaten?
Los Magos, en cambio, buscan conocer y adorar al recién nacido Rey. De lejos
vienen, después de ver la salida de una estrella—no visible, por lo visto, en
Jerusalén, quizás por el brillo y el encanto de la capital. Estos extranjeros no se
conforman con su conocimiento astrológico teórico. Se esfuerzan por conocer al
Mesías en persona.
Los cristianos, claro, preferimos a los Magos. Pero, ¿de lado de ellos estamos
realmente? Los llamados de lejos, ¿no desperdiciamos la invitación gratuita a ser
«coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en
Jesucristo»?
¿No nos han contagiado de algún modo la megalomanía, el absolutismo, el
triunfalismo, la doblez de los Herodes? La cara enojado del dictador repele,
mientras los radiantes de alegría atraen. Quien mucho abarca, centralizando el
poder en sí mismo, poco aprieta.
¿Practicamos la sencillez vicentina, diciendo la verdad, manteniendo puras nuestras
intenciones y adoptando un estilo de vida sin adornos, sin cosas superfluas?
Encuentro difícil, por ejemplo, prescindir de un lenguaje rebuscado y pedante.
¿Tenemos suficiente humildad para admitir que no somos omniscios y necesitamos
a otros que nos enseñen?
¿Dejamos al Papa Francisco instruirnos? Hace poco canonizó a otro compañero de
san Ignacio de Loyola. Me parece un modo más de resaltar el misticismo, la
intimidad con Jesús. Ya dijo el Papa al Padre Spadaro: «Ignacio es un místico, no
un asceta. … La tendencia que subraya el ascetismo, el silencio y la penitencia es
una desviación …. … Fabro era un místico». Contribuyó no poco al misticismo
ignaciano.
Se nos exhorta, sí, a bajar de nuestra torre de marfil y abandonar los ejercicios
mentales, el ascetismo y el atletismo pelagianos. Lo importante, como indica santa
Isabel Seton, es que la vida del Salvador continúe en nosotros. Lo fundamental es
que haya intimidad entre nosotros y la Palabra hecha carne y acampada entre
nosotros, por la que ya están también a nuestro alcance la sabiduría, la revelación
y toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Y necesitamos la intimidad con los pobres en las periferias, practicantes de la
verdadera religión. Oler a Jesús supone oler a ellos. Hacerles caso es discernir el
Cuerpo de Cristo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)