Ferias del Tiempo de Navidad
Antes de Epifanía
3 de Enero
Lecturas bíblicas
a.- 1Jn. 2, 29- 3,1-6: Mirad que amor nos ha tenido el Padre.
La primera lectura, nos introduce en esa reflexión sobre el amor de Dios, que hace el
apóstol Juan. Somos hijos de Dios, porque ÉL lo ha querido así, y nos lo ha manifestado en
Cristo Jesús. Permanecer en la comunión con el Padre y el Hijo, es decir, la fe recibida
asegura al cristiano, cuando Cristo se manifieste en el día del Juicio, estar tranquilos,
porque el Juez estará de su parte. ÉL es Justo, porque obra según la voluntad de Dios.
Quien permanece en dicha voluntad, también es justo, porque el que practica la justicia, ha
nacido de Él (v.29). Lo que traduce en el esfuerzo ético y moral que el cristiano realiza,
porque se sabe nacido de Dios, la certeza de la fe y la confianza están por sobre la angustia
que el Juicio pudiera provocar. Toda esta confianza en la fe, es el resultado del inmenso
amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, que ha hecho posible todas estas verdades y
realidades en la vida del cristiano. La mejor de todas, es la filiación divina, es decir, el
cristiano es verdadero hijo de Dios. El nuevo nacimiento en el Bautismo, hace que el
Espíritu cree en el corazón y espíritu del hombre, una nueva relación con Dios, obra de
Jesucristo, no del querer hombre, sino de la gracia de Dios. La filiación divina, es una
realidad en la vida del cristiano. Esta nueva realidad está presente en lo interior del
hombre, no se exterioriza, como tampoco, lo fue en la existencia de Jesús, sólo se reconoce
por sus efectos, la conducta, las obras, en definitiva la vida y la experiencia que se tenga
del Padre. Su máxima manifestación, se alcanzará con la visión beatífica de Dios en el cielo
(cfr. Mt.5, 8). La visión de Dios, que algunos quieren alcanzar por méritos y esfuerzos
propios, es inalcanzable en esta vida enseña el apóstol, se realizará para el cristiano en la
manifestación de Jesucristo Juez (cfr. 1Jn. 4,12; Jn.1, 18). La visión es la relación
inmediata con Dios de comunión y fe, de esperanza cierta, y de caridad que fundamenta
dicha relación (cfr. Jn. 6,48; 8,38). Siempre en esta plano, el apóstol enseña, que el
cristiano no peca por su condición y dignidad de hijo de Dios, y si lo hace, obra la
iniquidad. Justo y pecador, esto se entiende, porque la vida que rige al cristiano desde hoy,
es guiada y sostenida por el Espíritu Santo, no por el pecado, es decir, no está sujeto al
poder del pecado, sino al poder salvador de la gracia de Dios. Son los dos fuerzas que
dominan la vida del cristiano, ahí está el mérito de optar siempre por Cristo Jesús. Los
pecados que pueda cometer el cristiano, aunque sean más grandes de aquello cometidos
por un pagano, son más llevaderos porque son perdonados por Cristo. Si ÉL es puro, no
hay pecado en Cristo, es porque puede quitar los pecados. Quien no comprenda esto,
significa que no tiene en cuenta la gravedad del pecado, y mucho menos, lo que significa la
comunión con Dios, vivida desde la filiación divina.
b.- Jn. 1, 29-34: Este es el Cordero de Dios.
En este evangelio Juan Bautista sigue con el testimonio de Jesús (vv.29.30.32.34), como se
había anunciado en el Prólogo. Jesús se dirige hacia Juan, y lo identifica como el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo, el preexistente, Aquel sobre el cual ha descendido el
Espíritu Santo, como cumplimiento de una promesa; ÉL que bautiza con el Espíritu Santo,
el Hijo de Dios (vv.29-30; 32-33-34). Si bien, Juan no conocía a Jesús, Dios le había
revelado la verdad acerca de ÉL, en su bautismo, pero no narrado por el evangelista. El
Espíritu Santa había descendido sobre Jesús en forma de paloma, y se había posado sobre
ÉL (v.32, cfr. Is.11, 2; Mc. 1,10; Mt.3, 16; Lc. 3,22). El Espíritu de Dios ha entrado en la
historia de la redención humana, descendiendo sobre Jesús, como Juan lo había anunciado,
convirtiendo en testigo de ello. Jesús aparece como ya bautizado por Juan, es el Cordero de
Dios y el Hijo de Dios, sobre el cual permanece el Espíritu y bautiza con el Espíritu. Jesús es
el Señor, Aquel que debía venir, que Israel no conoce, pero que ya está en medio de su
pueblo. No había expectación mesiánica contaba con lo que el Dios dispuso revelar
mediante Jesucristo, el Hijo del eterno Padre, hecho hombre (cfr. Jn.1, 26; 1,14-18). Jesús
tiene su origen en Dios e introduce al Espíritu Santo en la vida de los hombres. Toda esta
revelación que nos comparte Juan Bautista como testigo sobre el misterio de la persona y
obra de Jesús, sin olvidar que el misterio permanece, y que sólo la fe en el Elegido de Dios
(v.34) descorrerá los velos a quienes crean en ÉL pero que lo ocultarán a quien no pone su
fe en Jesús de Nazaret.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD