Solemnidad. Santa María, Madre de Dios (1 de enero)
María es Madre de Dios y Madre nuestra
María es Madre de Dios, verdad que conocemos y repetimos, pero que, si nos
fijamos bien, es un milagro colosal, incomprensible, infinito. En el ambiente de
celebración del Nacimiento del Hijo, el cual nos refiere el Evangelio de hoy (Lc. 2,
16-21) la Iglesia nos invita a celebrar el primer día de cada año a María, Madre de
Dios… y Madre nuestra: “Bendita sea por siempre la Santa Inmaculada Concepci￳n
de la Bienaventurada siempre Virgen María, Madre de Dios… y Madre nuestra”.
La verdad de que María es verdadera Madre de Dios, la Theotokos , la Iglesia la
definió en el concilio de Éfeso en el 431. San Cirilo de Alejandría, que presidió el
Concilio, escribía a continuación a sus fieles: “Sabéis que se reunió el santo sínodo
en la gran iglesia de María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero… Había allí
unos doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad,
aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del santo Sínodo…
Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con antorchas hasta nuestros
domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría en el ambiente; la ciudad
estaba salpicada de luces; incluso las mujeres nos precedían con incensarios y
abrían la marcha” (Epístola 24). San Ignacio de Antioquía llama a Jesús “el hijo de
Dios y de María”.
La Segunda Lectura nos dice que “Dios envi￳ a su Hijo, nacido de mujer, para
rescatarnos, a fin de hacernos hijos suyos. Puesto que ya somos hijos… podemos
exclamar ‘¡Abba!’, que quiere decir ¡Papá! ¡Papito!” (Gal. 4, 4-7). Parodiando a San
Pablo, puesto que ya somos hijos, si podemos llamar así al Padre, también
podemos llamar a la Madre: ¡Madre! ¡Madrecita! ¡Mamá! ¡Mamita!
Esto coloca a María a una altura que da vértigo, al lado del Padre. Pero también,
por ser de nuestra raza “nacido de una mujer”, está cercana a nosotros y se hace
nuestra madre también, madre de la Iglesia. De esclavos que éramos pasamos a
ser hijos en el Hijo (segunda lectura). Maravilloso intercambio éste como para
felicitar a María y felicitarnos entre nosotros.
Ahora, veamos la misión que tiene esta Madre , como toda madre. Una madre da a
luz a su hijo con amor y acompaña a su hijo hasta el final. Así hizo María con su
Hijo Jesús. Una madre amamanta a su hijo. Una madre cuida a su hijo. Una madre
respeta la libertad de su hijo. Una madre acompaña a su hijo en sus momentos
alegres y también en los momentos difíciles. María es madre de todos los hombres
en el orden de la gracia. Al dar a luz a su primogénito, dio a luz también
espiritualmente a aquellos que pertenecerían a él, a los que serían incorporados a
él y se convertirían así en miembros suyos. Ella desde el cielo intercede por
nosotros, nos consuela, nos anima y nos apunta a su Hijo diciéndonos: “Hagan lo
que Él les diga”.
Pero pareciera que nosotros no queremos vivir así. Decimos que queremos las
gracias que nos vienen por manos de la Virgen, pero también queremos nuestra
voluntad. Y las dos cosas no pueden ir juntas. Decimos que queremos vivir bajo el
manto de la Virgen, pero también queremos vivir bajo el manto de nuestros
caprichos. Decimos que queremos recibir los dones divinos, pero creemos que
nuestros propios deseos son más importantes que esos dones.
Por eso en este primero de año, podríamos hacerle al Señor una carta en blanco,
que comenzara en imitación a la Madre de Dios, por un “Hágase en mí según tus
deseos” y terminara con un “Amén. Así sea”, dejando que El, Padre infinitamente
Sabio y Bondadoso, la llenara de sus deseos, de sus designios, de sus planes para
nuestra vida.
Así podremos recibir desde este primer día del año la bendición con las palabras
que Dios mismo nos dej￳ y que leemos en la Primera Lectura: “El Se￱or los bendiga
y los guarde, haga brillar su rostro sobre ustedes y les conceda su favor, vuelva su
mirada misericordiosa a ustedes y les conceda la Paz” (Núm. 6, 22-27).
Por tanto, preguntémonos qué podemos imitar de María, nuestra Madre . El
evangelio nos da dos secretos: “Ella conservaba estas cosas y las meditaba en su
corazón”. Seamos hombres que sabemos rumiar las cosas de Dios en nuestra vida,
y como decía san Agustín, dado que no podemos imitarla en la primera Encarnación
física, imitémosla en la segunda encarnación espiritual “concibiendo el Verbo con la
mente”. Y segundo, salgamos de la Navidad como los pastores que salieron “dando
gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto” , es decir, seamos
testigos de esta Encarnación del Hijo de Dios y de esta Maternidad divina de María.
Pensemos ¿Tengo a María como madre de mi fe, esperanza y amor? ¿Rezo
continuamente a María? Puedo, como María, recibir la palabra, custodiarla en mi
corazón, hacer de ella la luz para mis pasos, alimento de mi vida espiritual.
El frágil Niño que la Virgen muestra hoy al mundo nos haga agentes de paz,
testigos de él, Príncipe de la paz. Que Ella, Madre de Dios, nos ayude a acoger a su
Hijo y, en él, la verdadera paz. Pidámosle que ilumine nuestros ojos, para que
sepamos reconocer el rostro de Cristo en el rostro de toda persona humana,
corazón de la paz. ¡Feliz año nuevo a todos!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)