Comentario al evangelio del Lunes 30 de Diciembre del 2013
Queridos amigos y amigas:
Hoy la liturgia nos invita a contemplar a Ana. La podemos imaginar como una anciana arrugada,
parecida a algunas de las ancianas que también hoy están siempre en nuestros templos, como si fueran
velas encendidas que se consumen lentamente ante el Señor. Ana, además de ser anciana, era viuda; es
decir, pertenecía, junto con los huérfanos, a la categoría de los más pobres del pueblo, de los que no
cuentan.
¿Qué sucede cuando se “encuentra” con el Niño?
El evangelio de Lucas va describiendo las respuestas de los distintos personajes. Los pastores, por
ejemplo, pasaron por diversas etapas: temor, alegría, anuncio. Pues bien, la vieja Ana reacciona de dos
maneras: dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Merece la pena que nos entretengamos en estas dos actitudes y en otra previa: la actitud de paciente
espera.
Ana, en primer lugar, es una mujer que, como los pobres de Yahvé, sabe esperar activamente: No se
apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
¿No os parece que a menudo deseamos encontrarnos con Jesús sin apartarnos ... de nuestros intereses,
sin purificar nuestras expectativas en una oración confiada? Es muy fácil decir “Yo no veo a Jesús por
ninguna parte”, cuando esas partes en las que no lo vemos son el territorio diminuto de nuestro
pequeño mundo de intereses, preocupaciones. La oración paciente, día y noche, es como un colirio que
limpia nuestros ojos para ver al Niño donde muchos sólo ven a un bebé como otro cualquiera.
Cuando Ana lo reconoce, da gracias a Dios. Todo regalo libera nuestra capacidad de agradecimiento.
Hoy es uno de esos días en los que también nosotros podemos dar gracias a Dios por todos los signos
visibles de su amor, por todos los Cristos que ha ido colocando en el camino de nuestra vida. Nuestra
fe de hoy es, en buena medida, el fruto de estos regalos.
Ana, finalmente, habla del Niño. Lucas siempre acentúa este aspecto confesante de sus personajes. A
mí no me gusta nada el testimonio cuando se convierte en una especie de “género literario”. Frases
como “Y ahora fulano de tal va a dar testimonio” me producen sarpullido espiritual. Hablar del niño
no es pasarse todo el día contando eso de “Yo era un sinvergüenza, alejado de la religión, pero cuando
Cristo entró en mi vida, todo cambió”. Hay personas a las que estos relatos les emocionan. Es
respetable. A mí me parecen casi siempre hinchados y huecos. Hablar del niño significa, sobre todo,
hacer visible el gozo, la esperanza, el coraje, que todo encuentro con Jesús produce en el entramado de
la vida cotidiana.
Fernando González