Ciclo A: Fiesta. Bautismo del Señor.
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
El evangelio de hoy (Mt 3, 13-17) lleva como título “Jesús recibe el bautismo de
Juan”, cuando debiera ser la “teofanía de Jesús en el Jordán”. Teofanía o revelación
por parte de Dios, manifestando que Jesús es su Hijo. Y en el Jordán, porque es el
lugar que Dios escogió para esta epifanía. Epifanías mostrando a Jesús como Dios,
las hubo antes -(el canto de los ángeles en su nacimiento (Lc 2, 9+); la estrella que
guía a los Reyes hasta Jesús (Mt 2,1+)- y las habrá después (las Bodas de Caná (Jn
2, 1+); la Transfiguración del Señor (Mt 17, 5). Pero la más importante de todas es
ésta en el Jordán. Es tan importante que, como muy pocas veces, la recogen los
cuatro evangelistas (Mt 3, 13+; Mc 1,9+; Lc 3,21+ y Jn 1, 29+). Por algo será.
Digamos que el acontecimiento es importante 1. porque es el mismo Padre Dios en
persona quien se hace presente para decir a todos que Jesucristo es su Hijo, el
Amado, el Elegido; 2. Porque Dios se presenta como Trinidad de Personas no
obstante ser un solo Dios. En efecto, tenemos al Padre, que habla de su Hijo, y al
Espíritu Santo que, en forma de paloma, se posa en y unge a Jesús (Lc 4, 18); y 3.
Porque señala el inicio sin retorno de la misión de Jesús. Así lo reconocen los
evangelistas que hacen partir de este acontecimiento el ministerio público de Jesús.
Digamos de paso que el hecho del bautismo de Jesús por Juan tiene sólo una
importancia relativa: en cuanto que es la circunstancia, que Dios aprovechó para su
epifanía y en cuanto que es un referente del bautismo que nos trajo Jesús: en el
espíritu santo y el fuego (Mt 3, 11) o en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo (Mt 28, 19)
Para Jesús la epifanía en el Jordán es mucho más dinámica que lo que parece.
Mucho más que una mera aunque transcendente proclamación de Dios sobre Sí
mismo (que es Trinidad) y sobre Jesús (que es su Hijo). Lo que ahí y en ese
momento pasa, pone en acción imparable a Jesús que se deja llevar por el Espíritu
al Desierto, a Judea, a Galilea…, actuando como el misionero (enviado) del Padre
para evangelizar a los pobres (4, 14-21). Digamos que en la vida ministerial de
Jesús el Cristo (el Mesías), todo empezó en el Jordán, en el nombre del Padre y por
la acción del Espíritu Santo. Buen recordatorio y estímulo para nosotros, que en el
bautismo tuvimos nuestra propia epifanía y el Espíritu entró de protagonista en
nuestras vidas.
Sólo nos falta imitar a Jesús y hacer lo que Él hizo, de palabra y de obra. Ante todo
tomar conciencia y sentirnos orgullosos de nuestra condición de hijos de Dios,
hermanos de Jesucristo y templos vivos del Espíritu Santo. Luego tomar conciencia
y sentirnos orgullos de pertenecer y participar en la Iglesia. Frecuentar la eucaristía
y familiarizarnos con la Palabra de Dios. Pasar haciendo bien el bien y optando
siempre por los pobres. Trabajar en paz y por la paz, desde la justicia y para la
solidaridad. Vivir en comunión con todos y construir comunidad con algunos… Estas
y otras muchas cosas podremos hacerlas si, como Jesús, nos sentimos y actuamos
como hijos de Dios, dejándonos conducir por su Espíritu.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)