Ciclo A: Fiesta. Bautismo del Señor.
Javier Balda, C.M.
El bautismo de Jesús, en el río Jordán fue una impresionante manifestación, una
maravillosa y misteriosa epifanía de Dios. Ahora no es en el pesebre de Belén, ni en
la estrella que brilló en el cielo, sino en el río, donde bautizaba Juan. Ahora se abre
el cielo de par en par y no son los cantos jubilosos de los ángeles los que se oyen,
sino la voz del Padre que nos presenta a su Hijo Amado. Ahora no son las súplicas
de los profetas que piden la pronta llegada del Mesías prometido, sino la presencia
del Espíritu Santo que se posa sobre Jesús y señalan que desde ese momento Jesús
es el Ungido, el Cristo, el Mesías de Dios.
La experiencia bautismal
Han pasado los tiempos de Navidad y Epifanía. Han pasado los a￱os de la “vida
oculta” en Nazaret junto a María y José. Jesús acude a la llamada de Juan que viene
del desierto y hace resonar un mensaje que corre de boca en boca y pone en pie a
todo un pueblo. Juan asegura que el Reino de Dios está cerca, que el Mesías
prometido está llegando y pide que todos se preparen y se conviertan para
acertarlo. Por eso, para que todos los corazones estén limpios, invita a bautizarse
en el Jordán, a participar y celebrar un bautismo de penitencia y conversión.
Jesús siente que “ha llegado su hora”. Se despide de su familia y de sus amigos de
Nazaret y se coloca en la fila de los que acudían a Juan. Jesús, como si fuera un
pecador más, quiere ser bautizado por Juan.
El bautismo de Jesús supuso algo mucho más profundo y radical que lo que pedía y
exigía Juan.
La irrupción de Dios
Cuando Jesús salió del agua, algo maravilloso, sublime, extraordinario y divino
sucedió: Sobre Jesús descendió el Espíritu Santo y se escuchó la voz del Padre que
decía: “Este es mi Hijo Amado”. ¿Quién podrá explicar esta experiencia de Jesús?
La experiencia del Espíritu Santo
Ya lo había anunciado el profeta Isaías: “Reposará sobre Él el Espíritu del Se￱or”
La presencia y la unción del Espíritu Santo penetrarán plenamente en Jesús y lo
colmará de gozo y fortaleza. Jesús, a partir de este momento, siempre se dejará
guiar por el Espíritu Santo. Siempre vivirá y se manifestará como el “Ungido”, “el
Cristo” “el Mesías de Dios”.
La voz del Padre
El Padre proclama que Jesús es “su Hijo Amado y predilecto” Esta relaci￳n de
paternidad y filiación es la que realmente y a plenitud definen a Jesús. Era la
palabra más grata y sublime que Jesús podía escuchar. ¿Y qué otra cosa
manifestará Jesús con gozo? cuando repita constantemente en su oraci￳n: “Abba,
Padre, soy tu Hijo. Aquí estoy siempre dispuesto para hacer tu voluntad”.
En el día de su bautismo, Jesús recibe su tarjeta de identidad y la tarjeta de la
misión que debe cumplir. Por eso desde ese momento, Jesús se entregará
enteramente a las “cosas del Padre” guiado siempre por la luz del Espíritu y
acompañado por su fuerza que nunca le abandonará. Jesús ya no volverá a Nazaret
para quedarse en su casita sino que comenzará a recorrer los caminos de Palestina,
anunciando “la “Buena Nueva de la Salvaci￳n” para todos les que crean en Él.
Nuestro bautismo
Nosotros no recibimos el bautismo de Juan sino el bautismo de Jesús, que lo
acepta, lo vive y nos lo entrega en la Cruz.
El bautismo de Juan era una llamada a la conversión, el bautismo de Jesús es una
llamada a la santificación. El bautismo de Juan era una llamada ante la inminente
llegada de Jesús, el bautismo de Jesús es una llamada a su aceptación. El bautismo
de Juan era un bautismo de agua, el bautismo de Jesús es un bautismo de agua y
Espíritu. El bautismo de Juan era una llamada a la penitencia, el bautismo de Jesús
nos invita a vivir el amor filial y fraterno con Dios y los hermanos.
El bautismo de Jesús perdona el pecado, nos transforma en hijos amados de Dios,
en templos del Espíritu Santo y nos convierte en miembros activos y
comprometidos dentro de su Iglesia y del mundo.
Conclusión
El Papa Juan Pablo II nos decía en cierta ocasi￳n: “¿Quieres ser bautizado? Piensa
que es lo mismo que si te preguntas: ¿Quieres ser santo? Lo que Jesús te ofrece es
un camino de santidad, una vida contagiada de divinidad.
Compromiso
Vivir nuestro bautismo para que podamos escuchar la voz de nuestro Padre que nos
dice: “También ustedes son HIJOS AMADOS MÍOS”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)