Fiesta. Bautismo del Señor ad. Epifanía del Señor.
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
(Cfr. Papa Francisco, audiencia general , 8 de enero de 2014)*
En este domingo, que sigue a la solemnidad de la Epifanía, celebramos el Bautismo
del Señor. Fue el primer acto de su vida pública, narrado en los cuatro evangelios.
Al llegar a la edad de casi treinta años, Jesús dejó Nazaret, fue al río Jordán y, en
medio de mucha gente, se hizo bautizar por Juan. Jesús se bautizó por nosotros . Se
sumergió en aquellas aguas para purificarlas , al contacto con su carne santísima, y
así conferirles el poder de purificar. Se sumergió también para fecundarlas ,
dándoles capacidad de engendrar hijos para Dios. Se bautizo para inaugurar los
sacramentos de la Nueva Alianza, especialmente el bautismo, que es la puerta para
los demás sacramentos.
En efecto, *“El Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma,
que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía
y la Confirmación forma la así llamada «Iniciación cristiana», la cual constituye
como un único y gran acontecimiento sacramental que nos configura al Señor y
hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor.
Puede surgir en nosotros una pregunta: ¿es verdaderamente necesario el Bautismo
para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es en el fondo un simple rito, un
acto formal de la Iglesia para dar el nombre al niño o a la niña? Es una pregunta
que puede surgir. Y a este punto, es iluminador lo que escribe el apóstol Pablo:
«¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos
bautizados en su muerte? Por el Bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte,
para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros andemos en una vida nueva» ( Rm 6, 3-4).
Por lo tanto, no es una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra
existencia. Un niño bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo
mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el
Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de
Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor
podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte,
sino en la comunión con Dios y con los hermanos.
Muchos de nosotros no tienen el mínimo recuerdo de la celebración de este
Sacramento, y es obvio, si hemos sido bautizados poco después del nacimiento. He
hecho esta pregunta dos o tres veces, aquí, en la plaza: quien de vosotros sepa la
fecha del propio Bautismo, que levante la mano. Es importante saber el día que fui
inmerso precisamente en esa corriente de salvación de Jesús. Y me permito daros
un consejo. Pero más que un consejo, una tarea para hoy. Hoy, en casa, busquen,
pregunten la fecha del Bautismo y así sabrán bien el día tan hermoso del Bautismo.
Conocer la fecha de nuestro Bautismo es conocer una fecha feliz. El riesgo de no
conocerla es perder la memoria de lo que el Señor ha hecho con nosotros; la
memoria del don que hemos recibido. Entonces acabamos por considerarlo sólo
como un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado —y ni siquiera por voluntad
nuestra, sino de nuestros padres—, por lo cual no tiene ya ninguna incidencia en el
presente. Debemos despertar la memoria de nuestro Bautismo.
Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en
nuestra existencia. Si logramos seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso
con nuestros límites, con nuestras fragilidades y nuestros pecados, es precisamente
por el Sacramento en el cual hemos sido convertidos en nuevas criaturas y hemos
sido revestidos de Cristo. Es en virtud del Bautismo, en efecto, que, liberados del
pecado original, hemos sido injertados en la relación de Jesús con Dios Padre; que
somos portadores de una esperanza nueva, porque el Bautismo nos da esta
esperanza nueva: la esperanza de ir por el camino de la salvación, toda la vida.
Esta esperanza que nada ni nadie puede apagar, porque, la esperanza no defrauda.
Recuerden: la esperanza en el Señor no decepciona. Gracias al Bautismo somos
capaces de perdonar y amar incluso a quien nos ofende y nos causa el mal;
logramos reconocer en los últimos y en los pobres el rostro del Señor que nos visita
y se hace cercano. El Bautismo nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas
necesitadas, en los que sufren, incluso de nuestro prójimo, el rostro de Jesús. Todo
esto es posible gracias a la fuerza del Bautismo.
Un último elemento, que es importante. Y hago una pregunta: ¿puede una persona
bautizarse por sí sola? Nadie puede bautizarse por sí mismo. Nadie. Podemos
pedirlo, desearlo, pero siempre necesitamos a alguien que nos confiera en el
nombre del Señor este Sacramento. Porque el Bautismo es un don que viene dado
en un contexto de solicitud y de compartir fraterno. En la historia, siempre uno
bautiza a otro y el otro al otro… es una cadena. Una cadena de gracia. Pero yo no
puedo bautizarme a mí mismo: debo pedir a otro el Bautismo. Es un acto de
fraternidad, un acto de filiación en la Iglesia. En la celebración del Bautismo
podemos reconocer las líneas más genuinas de la Iglesia, la cual como una madre
sigue generando nuevos hijos en Cristo, en la fecundidad del Espíritu Santo.
Pidamos entonces de corazón al Señor poder experimentar cada vez más, en la
vida de cada día, esta gracia que hemos recibido con el Bautismo. Que al
encontrarnos, nuestros hermanos puedan hallar auténticos hijos de Dios, auténticos
hermanos y hermanas de Jesucristo, auténticos miembros de la Iglesia. Y no
olviden la tarea de hoy: buscar, preguntar la fecha del propio Bautismo. Como
conozco la fecha de mi nacimiento, debo conocer también la fecha de mi Bautismo,
porque es un día de fiesta”*.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)