Ciclo A: II Domingo del Tiempo Ordinario
Julio César Villalobos, C.M.
Recibiréis fuerza para ser mis testigos (Hch 1, 8)
Sabe Juan Bautista quién es la razón de su misión. Sabemos ciertamente la razón
de ser del cristiano. Pero, ¿damos testimonio realmente del siervo del Señor?
¿Somos creíbles por nuestro servicio humilde y obediente, porque nos dedicamos a
difundir la gracia y la paz de Dios, a restablecer a los marginados y no a proteger
nuestros intereses?
Juan sale bautizando para dar testimonio de Jesús. Reconoce su papel subordinado.
Insiste en que el atestiguado crezca y el testigo disminuya. Da motivo a sus
discípulos que le cambien por Jesús.
El bautizador no es como nosotros. A nosotros nos gusta soltar nombres de
personajes—parientes, amistades o conocidos—no tanto para honrarles como para
darnos importancia. Hasta admite Juan no haber conocido antes a Jesús (el cuarto
evangelio nada dice del parentesco entre los dos). Así que el precursor no apunta a
sí mismo, sino al que viene tras de él.
Y el señalado es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo: Jesús es como
el cordero pascual cuya sangre fue la contraseña de los israelitas para que la plaga
exterminadora no los tocase; él es el siervo sufriente del Señor, sumiso cual
cordero llevado al matadero; él es el cordero degollado apocalíptico que al final se
revelará victorioso.
El Cordero expía pecados, sí, y nos salva. Pero su muerte, no es para aplacar a un
Dios tan encolerizado con nosotros pecadores que requiera nuestra sangre o la de
su vicario. Si así se creyera, se sostendría la herejía de que Jesús nos salva de Dios
Padre (Madeleine L’Engle).
Del pecado nos salva el Crucificado. Su muerte es salvífica porque ella repara la
desobediencia soberbia en Edén. El único camino de salvación es el de la humildad
y la obediencia, tomado por Jesús en lugar nuestro, y por el Bautista. La Palabra
hecha carne da a conocer que ser hombre no es nada malo de que avergonzarnos.
Génesis deja claro que la maldad y la vergüenza resultan de nuestras ansias
soberbias y desobedientes de estar al nivel del Creador y negar nuestra condición
de criatura.
El nuevo Adán tomó la condición de esclavo, actuando como cualquier hombre,
haciéndose humilde y obediente hasta la muerte. «Por eso Dios lo levantó sobre
todo». El camino de servicio y humildad es el camino seguro e infalible (Papa
Francisco).
Jesús deifica a sus testigos que no aman tanto su vida que teman la muerte y
quienes cumplen el consejo vicentino: «Sobre todo, no tenga usted la pasión de
parecer superior ni de ser el maestro» (XI, 238). La debilidad de tales auténticos
partícipes del sacrificio de Jesús es fuerza.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)