III domingo del Tiempo Ordinario/A (Jn 1, 29-34)
El Señor es mi luz y mi salvación
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Estas palabras tomadas de
la primera lectura del profeta Isaías, nos ofrecen un tema unificador para la liturgia
de este domingo. Mateo en el evangelio aplica el oráculo de Isaías a la venida de
Jesús y a su retiro ocasional en la región de Zabulón y Neftalí (tierra de gentiles).
Jesús es la luz que ilumina las tinieblas, es el salvador que nos rescata de la
muerte. Cristo llama a Simón y Andrés, a Santiago y a Juan para que colaboren con
él en la misión redentora; de algún modo los hace partícipes de esa luz que
desciende del cielo e ilumina la vida de los hombres.
El salmo 26 expresa los sentimientos del hombre que se siente oprimido por las
tinieblas y el pecado y ve en Cristo al redentor. El Señor es mi luz y mi salvación.
Jesucristo, revelación del amor del Padre, ilumina toda situación humana por
dramática que ésta sea, porque él ha asumido nuestra condición humana hasta sus
últimas consecuencias. Él carga sobre sí el pecado de todos nosotros y se ofrece al
Padre como víctima de propiciación. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12).
Cuando Cristo ilumina nuestras almas no hay lugar en ella para el temor o el
desaliento, por el contrario, en ella surge la paciencia que todo lo soporta, la
fortaleza capaz de las más grandes empresas, la generosidad que no se reserva
nada para sí. El alma descubre en sí capacidades hasta entonces desconocidas.
“Espera en el Se￱or, sé valiente, ten ánimo, espera en el Se￱or”. Palabras
estupendas que iluminan nuestra existencia muchas veces turbada por las
angustias del mundo, por los temores del mal, por la incertidumbre del futuro.
Cristo no deja de llamarnos: Vengan y síganme… Está cerca el Reino de los cielos.
El Papa Francisco ha enseñado que «La identidad cristiana es “una identidad de la
luz no de las tinieblas”. Al respecto San Pablo ense￱a: “Ustedes hermanos no
pertenecen a las tinieblas, todos ustedes son hijos de la Luz”. Esta Luz, “no ha sido
bien recibida por el mundo”. Pero Jesús ha venido precisamente para salvarnos del
pecado, “su Luz nos salva de las tinieblas”. Hoy “se puede pensar que haya la
posibilidad” de tener la luz “con tantas cosas científicas y tantas cosas de la
humanidad”:
“Se puede conocer todo, se puede tener ciencia de todo e iluminación sobre las
cosas. Pero la luz de Jesús es distinta. No es una luz de la ignorancia, ¡no! Es una
luz de sapiencia y de sabiduría, pero es diferente a la luz del mundo. La luz que nos
ofrece el mundo es una luz artificial, tal vez fuerte, fuerte como fuego de artificio,
como un flash fotográfico. En cambio la luz de Jesús es una luz suave, es una luz
tranquila, es una luz de paz.
La luz de Jesús “no da espectáculo, es una luz que viene en el coraz￳n”. Sin
embargo, “es verdad que tantas veces el diablo viene disfrazado de ángel de luz: a
él le gusta imitar a Jesús y se hace bueno, nos habla tranquilamente, como le habló
a Jesús tras el ayuno en el desierto”. He aquí por qué debemos pedir al Se￱or “la
sabiduría del discernimiento para conocer cuándo es Jesús que nos da la luz y
cuándo es justamente el demonio, disfrazado de ángel de luz”.
“Cuántos creen vivir en la luz y están en las tinieblas, pero no se dan cuenta.
¿Cómo es la luz que nos ofrece Jesús? La luz de Jesús podemos conocerla, porque
es una luz humilde, no es una luz que se impone: es humilde. Es una luz apacible,
con la fortaleza de la mansedumbre. Es una luz que habla al corazón y es también
una luz que te ofrece la Cruz. Si nosotros en nuestra luz interior somos hombres
dóciles, sentimos la voz de Jesús en el corazón y miramos la Cruz sin temor:
aquella es la luz de Jesús”.
Pero si, en cambio, viene una luz que te “vuelve orgulloso”, una luz que “te lleva a
mirar a los demás desde lo alto”, a despreciar a los demás, “a la soberbia, esa no
es la luz de Jesús: es la luz del diablo, disfrazado de Jesús, de ángel de luz”.
El modo para distinguir la verdadera luz de la falsa: “Siempre donde está Jesús hay
humildad, docilidad, amor y Cruz”. Jamás “encontraremos un Jesús que no sea
humilde, d￳cil, sin amor y sin Cruz”. Entonces debemos ir tras Él, “sin temor”,
seguir su luz porque la luz de Jesús “es bella y hace tanto bien”.
Pidamos al Señor que nos dé hoy la gracia de su luz y nos enseñe a distinguir
cuándo la luz es su luz y cuándo es una luz artificial hecha por el enemigo para
engañarnos».
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)