IV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Lecturas bíblicas
a.- 2 Sam. 24,2.9-17: Soy yo el que he pecado.
b.- Mc. 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra.
En este texto, cambia totalmente el ambiente, se pasa de la admiración de fe, al
repudio incrédulo de su patria de Nazaret. Su ministerio no resulta evidente para
sus contemporáneos, su misterio personal queda velado bajo sus grandes
prodigios. Muchos miran, pero no ven; oyen pero no entienden (cfr. Mc. 4,12; Jn.
12, 37), no se comprende la incredulidad de esas gentes, realidad que destacan los
evangelistas. En la sinagoga hace uso de un derecho: leer un pasaje bíblico y
exponer su reflexión. Aparece en su patria como Maestro. Se da un asombro
incrédulo, puesto que Jesús, habla bien e interpreta la Escritura; se reconocen sus
milagros, pero se le niega la fe a su persona (v. 3). Sus contemporáneos lo conocen
como el “hijo del carpintero, hijo de María” (v. 4), conocen a sus parientes más
cercanos, por eso se escandalizan que pueda ser diferente a sus parientes. No
puede haber nada extraordinario en Jesús, pues le conocen, y es precisamente, ahí
donde está la piedra de tropiezo, dicen conocerle, pero no le comprenden y se
alejan de ÉL. No es extraño que incluso los más cercanos como los apóstoles,
también, encontrarán en Jesús unas piedras de tropiezo, cuando no comprenden
plenamente las actitudes de Jesús, que los desconciertan. Incluso sus discípulos se
escandalizarán de ÉL en la pasión lo dejan sólo frente a sus enemigos (cfr. Mc. 14,
27-29). “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa, carece de
prestigio” (v. 4), es precisamente en su tierra, Israel, donde los enviados de Dios,
como Jeremías, encuentran la oposición y el rechazo (cfr. Jr. 11,18-23). No será
distinto el destino de Jesús, enviado del Padre, que está por encima de todos los
profetas (cfr. Jn.4, 44). Con este relato de rechazo, el evangelista, anuncia la
pasión de Cristo y el de la propia comunidad primitiva. Lejos de sus parientes,
Jesús forma su propia familia (cfr. Mc. 3, 35), los discípulos lo dejan todo por ÉL
(cfr. Mc. 10, 30). Esa incredulidad provoca que no puede hacer ningún milagro, sólo
cura algunos enfermos. No hace milagros, donde la incredulidad es obstinada. Todo
queda sometido al mandato del Padre, quien da poder para hacer milagros (cfr. Jn.
5, 9). Los milagros llamativos, ostentosos, que los incrédulos pedían, Jesús los
rechaza, les exige una fe pura y desnuda en su poder salvífico que devuelve al
hombre su dignidad de hijo de Dios.
Teresa de Jesús enseña que si tenemos fe todo lo podemos conseguir de Jesús, sin
ella nada podemos, porque quiere entonces significa que no lo reconocemos como
enviado del Padre, Mesías, Hijo de Dios con poder. Comulgar es entrar en comunión
ÉL: “¿Qué hay que dudar que hará milagros estando dentro de mí, si tenemos fe?”
(CV 34,8).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD