IV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Eclo. 47, 2-13: David amó a su Creador.
b.- Mc. 6, 14-29: Es Juan a quien yo decapité.
El evangelista nos habla de la amenaza que se cierne sobre Jesús de parte del
poder político, como era Herodes Antipas (cfr. Mc. 3, 22). En el mismo tiempo, el
evangelio se expande y gana fuerza entre los que creen, también se organizan las
fuerzas contrarias. Herodes tiene noticias y rumores nacidos del pueblo, lo que
revela la verdadera opinión que tienen de Jesús. Creen que Juan ha resucitado y
está obrando milagros más que en vida, pero surge inmediatamente la pregunta:
“¿Quién es este?” (Mc. 4, 41). Tampoco es Elías, a quien el pueblo se
encomendaba para todo, Jesús es mucho más que eso, ya que si fuera así, sería
verlo como un precursor del Mesías, donde no resuenan esperanzas mesiánicas
(cfr. Mc.15, 35; Mal. 3, 23). Esas personas no tenían a Jesús como Mesías, lo veían
como un abogado y protector, pero nada más, ni siquiera le vale el título de alguno
de los antiguos profetas (cfr. Dt. 18, 15. 18; Lc. 9, 8). Tratar de ubicar a Jesús en
esas categorías, sin fe, es imposible dar con la respuesta que Dios esperaba de los
hombres al enviar a su Hijo único (cfr. Mc. 1,1). Herodes Antípas, no creía en la
resurrección de los muertos, por lo tanto, su frase, suena irónica, aunque había
escuchado con gusto a Juan Bautista, no llegó a convertirse con su predicación. El
final del precursor de Cristo Jesús, es parecido al de Elías, también perseguido por
Acab y su mujer la reina Jazabel, persiguió con odio mortal (cfr. 1 Re.19, 2); la
diferencia es que Juan muere por las intrigas de Herodías. El poder del mal
aparentemente triunfa sobre el varón, justo y santo, imagen del Mesías, que llevará
el mismo camino. Herodes mantuvo la palabra y el juramento hecho a Salomé:
darle lo que quisiera aunque fuese la mitad de su reino (cfr. Ester 7,2). Juan
Bautista, muere por una conducta frívola, de una mujer incrédula, y la debilidad de
un rey, por no haber escuchado la llamada a la conversión y penitencia que había
hecho el precursor del Mesías. La fiesta del rey, fiesta de la vida, puesto que
celebraba su cumpleaños, termina en una escena macabra: la muerte de un
inocente. Esas mismas tinieblas que invaden a Herodes y su corte, estarán
presentes, pero más densas, “cuando el Hijo del hombre sea entregado en manos
de los pecadores” (Mc. 14, 41). Mientras Jesús predica todavía en Galilea, ya se
vislumbra el final del Mesías, pero el detalle que los discípulos de Juan recogieran y
sepultaran su cuerpo para darle sepultura es muy significativo: el varón de Dios ha
encontrado su reposo. Anticipo glorioso: también el Crucificado será puesto en un
sepulcro del cual surgirá el anuncio de la Resurrección. Muerto Juan Bautista, Jesús
deja Galilea para venir a Jerusalén a cumplir su destino. Ambos mueren como
testigos de la verdad y del reino de Dios que anunciaban. Esa es también nuestra
tarea ser testigos del Resucitado en medio de nuestra sociedad.
Teresa de Jesús ante la falsa paz que ofrece el mundo, contrapone una vida de
santidad y de paz que vive la esposa del Cantar de los Cantares, en la vida
religiosa. Cuidado con las alabanzas que pueden ser motivo de caída o de muerte;
sólo la vivencia del Evangelio nos trae la paz verdadera: “Acordaos cual paró el
mundo a Cristo nuestro Señor, y que ensalzado le había tenido el día de Ramos.
Mirad en la estima que San Juan de la Bautista que le querían tener por el mesías
y en cuánto y por qué le descabezaron” (CAD 2,12).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD