IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Acerca de las bienaventuranzas de Mateo
Para los que no quieran prescindir de una profundización en los textos bíblicos del
cuarto domingo del tiempo ordinario y quieran mantener la perspectiva de la
lectura continua del Evangelio de Mateo que leemos a lo largo del año, conscientes
de que el mensaje de las Bienaventuranzas, verdadera antología programática de
todo el evangelio, es fundamental incorporo una presentación “relativamente
breve” de las mismas, para que pueda ser utilizada hoy o en cualquier momento de
este año.
El mensaje bíblico eclesial en este domingo (Sof 2,3; 3,12-13; 1 Cor 1, 26-31; Mt
5, 1-12) es que Dios elige a los pobres, a lo que no cuenta en este mundo para
anular a lo que cuenta. En San Mateo las bienaventuranzas constituyen la solemne
obertura del sermón de la montaña. Jesús llama dichosos, en primer lugar, a los
pobres y a quienes están o pasan por una situación de negatividad extrema: los
que gimen, los indigentes y los que tienen hambre y sed, también de justicia.
Mateo además radicaliza el mensaje de la bienaventuranza de los pobres haciéndola
extensiva a los que libremente entran en esa situación por causa del Reino y por su
fidelidad a Dios: son los pobres con espíritu y los pobres a conciencia.
No se trata de una ironía sino de una felicitación, pues la razón de la dicha no es la
situación en que se encuentran sino el giro que van a experimentar esas
condiciones sociales. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, independientemente
de sus creencias religiosas y de su origen, Dios está de su parte y promete un
futuro que se cumplirá. Dios anulará tal estado de negatividad y de injusticia. En la
segunda parte de las bienaventuranzas Jesús declara dichosos a personas cuya
disposición interior y cuyas acciones pertenecen a un nuevo estilo de relaciones
humanas y con Dios: los que practican la misericordia y la solidaridad, los que
viven la transparencia interior, la autenticidad y la fidelidad, los que comprometen
su vida por la paz y la justicia.
Los pobres son los que carecen de medios para una subsistencia humana y digna. Y
en este estado de indigencia malviven millones de personas de este mundo a causa
de la injusticia social, del mal reparto de la riqueza y del subdesarrollo permitido de
pueblos enteros y sectores numerosos de población. Pues el Reino de Dios – dice
Jesús- es un don que les pertenece a ellos. Más aún la propuesta de Jesús es que
sus discípulos se hagan también pobres, no porque la pobreza sea un bien, ni
porque ésta traiga consigo la dicha, sino porque mientras exista un pobre en
nuestra tierra, hacerse pobres a conciencia trae igualmente la dicha.
El Sermón de la montaña del evangelio de Mateo comienza con las
bienaventuranzas (Mt 5, 1-12). En ellas Jesús proclama la dicha del Reino de Dios
como una propuesta de alcance universal, accesible a todas las gentes procedentes
de los cuatro puntos cardinales, pero presenta a los pobres de la tierra como los
destinatarios primeros e inequívocos de la dicha propia del Reino. La prioridad del
evangelio de Jesús son, sin duda alguna, los pobres. Este punto capital de las
bienaventuranzas se puede apreciar también en la versión del evangelio de Lucas
(Lc 6,20-21).
Mateo presenta un bloque de ocho bienaventuranzas construidas de la misma
manera, en tres partes, con el denominador común del anuncio de la felicidad en
toda la serie, según el esquema de composición: Felicitación + Sujeto de la dicha +
Motivo de la dicha. La novena bienaventuranza difiere en su estructura y
composición de las anteriores, pues se formula en segunda persona del plural
actualizando el anuncio de la dicha para los discípulos oyentes del discurso de
Jesús. Además las ocho primeras bienaventuranzas forman una especie de cuadro,
cuyo marco está delimitado por la primera y la última de la serie, es decir, las
relativas a los pobres y a los perseguidos (Mt 5,3.10), pues las dos muestran como
motivo de la dicha la pertenencia del Reino de Dios a tales personas. Entre ambas
quedan las otras seis bienaventuranzas que se dividen en dos bloques. El primero
(Mt 5,4-6) se caracteriza por la contraposición entre los estados negativos de las
personas referidas y la acción divina prometida que restablecerá a los que sujetos
que sufren tales circunstancias de dolor profundo por la opresión, por sometimiento
y por la injusticia. El segundo bloque (Mt 5,7-9) muestra más bien una correlación
entre la actividad o disposición positiva de los sujetos hacia el prójimo y la
correspondiente relación con Dios.
La primera bienaventuranza orientada a los pobres es el punto de referencia de
todas las restantes. La palabra “dichosos” es preferible a la de “felices” y a la de
“bienaventurados”, porque “dichoso” expresa una profunda alegría interior en la
persona, que no depende de las circunstancias externas a la persona, y esa alegría
no la puede quitar nada ni nadie, porque tiene su origen en Dios y su Reino. Se
trata de una alegría que se puede vivir hasta en situaciones adversas o de
sufrimiento. En cambio la palabra “felices” suele designar a las personas contentas
porque tienen satisfechas total o parcialmente las necesidades básicas humanas.
Por su parte la palabra “bienaventurados” connota un cierto desplazamiento de la
felicidad plena al más allá de esta vida y acentúa sólo el componente espiritual y
religioso de ese estado. “Dichosos” se aplica, sin embargo, al tiempo presente y al
más allá, es para esta tierra y para la vida eterna, y se puede vivir incluso en medio
de los sufrimientos de esta historia.
El término pobre en el Nuevo Testamento se refiere etimológicamente al encorvado,
al que se oculta con temor, al que se agacha. Es el mendigo, el vagabundo y el
transeúnte que carece de lo necesario para vivir y depende de los demás para
sobrevivir. No es la persona que tiene necesidad de trabajo, sino la que está en un
estado de indigencia caracterizado por la imposibilidad de satisfacer las necesidades
básicas humanas de comida, vestido y alojamiento. Si tuviéramos que definir al
pobre en el Nuevo Testamento diríamos que es la persona que se encuentra en un
estado de privación de medios de subsistencia y que vive una dependencia respecto
a los que poseen escandalosa y codiciosamente esos medios. Estos pobres
constituían entonces y ahora el nivel más bajo de la escala social. Precisamente a
estos pobres es a quienes Jesús dirige en primer lugar su mensaje de liberación, su
buena noticia de la salvación. De hecho el término pobre es utilizado mucho más
frecuentemente en el Nuevo Testamento que en la literatura profana de aquella
época. Los materialmente pobres desde el punto de vista socioeconómico, y sólo
por ser tales, sin ningún otra especificación, son los destinatarios principales del
Reino de Dios.
Jesús llama dichosos a los pobres y a quienes están o pasan por una situación de
negatividad extrema: los que gimen, los indigentes y los que tienen hambre y sed,
también de justicia. Se trata de una felicitación, pues la razón de la dicha no es la
situación en que se encuentran los pobres, sino el giro que van a experimentar esas
condiciones sociales. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, incluso
independientemente de sus creencias religiosas y de su origen, Dios está de su
parte y anuncia para el presente que el Reino les pertenece y les promete un futuro
de liberación que se cumplirá. Dios anulará tal estado de negatividad y de injusticia
y para ello cuenta con sus discípulos y todos aquellos que en la historia trabajen
por los pobres contra la pobreza. Por eso Mateo radicaliza el mensaje de la
bienaventuranza de los pobres haciéndola extensiva a los que libremente entran en
esa situación de pobreza por causa del Reino o por solidaridad con los que se
encuentran involuntariamente en ese estado de miseria. Eso es lo que significa “los
pobres en el espíritu”, que yo traduzco, más bien, como “los pobres con espíritu”,
tal como interpretaba también el P. Ignacio Ellacuría, jesuita, perseguido y
asesinado en El Salvador en 1989. Los discípulos de Jesús se han de hacer también
pobres, no porque la pobreza sea un bien, ni porque ésta traiga consigo la dicha,
sino porque mientras exista un pobre en nuestra tierra, hacerse pobres a conciencia
trae también la dicha. El Reino es, por tanto, un don para los pobres de solemnidad
y para los pobres con espíritu. Éstos se refieren a los indigentes con fuerza interior
para afrontar la injusticia social luchando con esperanza por su liberación y a los
discípulos que se hacen pobres “a conciencia” por fidelidad al plan de justicia de
Dios.
El "Reino de los cielos" es una expresión empleada por San Mateo en la cual "los
cielos" no se contraponen a la tierra ni designan sólo un reino del más allá, sino que
equivale a "Reino de Dios" y tiene el sentido dinámico y personal de que Dios va a
reinar ya en esta tierra, llevando a cabo el ideal mesiánico del rey justo del Antiguo
Testamento (Sal 72). El Reinado de Dios, de la justicia y de la paz, está llegando
con aquél que defiende a los humildes, que socorre y libera a los pobres y
quebranta al explotador. Éste es el Reino cuya cercanía anuncia Jesús y por cuya
causa vivió y fue crucificado. La conversión consiste en transformar nuestra
mentalidad para entrar en el dinamismo espiritual de la defensa de los pobres y de
la liberación y el desarrollo de los países y sectores más oprimidos.
La prioridad de los indigentes en el Evangelio queda de manifiesto igualmente en la
tercera bienaventuranza de Mateo, que tradicionalmente se interpreta como de “los
mansos” y que se quiere utilizar ese término habría que decir, más bien, los
“amansados”, los que no tienen nada, ni voz, ni derechos, ni tierra, ni casa. Por eso
prefiero traducir: «Dichosos los indigentes, porque ellos heredarán la tierra» (Mt
5,5). Ésta presenta igualmente dificultades en la interpretación del sujeto, ya que el
término griego original puede tener diversos significados. Podría abarcar un
significado que va desde los mansos hasta los sometidos a la voluntad de Dios, o
desde los humildes que renuncian al poder hasta los oprimidos por otros, o también
se puede referir a los no violentos. Pero dado el trasfondo del Antiguo Testamento
del texto de Mt 5,5 (véase Sal 37,11), alusivo al pobre que se encuentra en una
situación de indigencia, de dependencia humillante respecto a otros y de confianza
en Dios, el término griego adquiere en este texto el carácter de involuntariedad. Por
todo ello se trata de individuos en estado forzoso de no violencia por causa de su
condición social de indigentes. Y a ellos es a quienes Jesús les anuncia la dicha de
ser herederos de la tierra. Para hacer posible ese futuro y el cumplimiento de la
promesa Dios cuenta con todos los que quieran trabajar por la justicia y a favor de
los pobres, los pobres a conciencia.
La bienaventuranza dedicada a los que sufren o a los que lloran tiene como razón
de la dicha el hecho de que Dios los consolará. Siguiendo los textos de Is 61,2, que
están a la base, hemos de entender que se trata de los “afligidos” o
“desconsolados”. Mateo ha matizado la formulación de Lucas, y en lugar de
mencionar a “los que lloran” lo ha profundizado aún más. Se trataría más
exactamente de los que sufren tanto y están en una aflicción tan profunda que
apenas pueden llorar, y cuando intentan expresarse sólo salen gemidos de su
interior. El gemido del que sufre es la manifestación dolorosa como de un último
aliento del que se muere antes de tiempo. Por eso en mi traducción de los
evangelios sinópticos he puesto “dichosos los que gimen”.
La cuarta bienaventuranza también abre a la esperanza de las promesas de Dios,
porque quedarán saciados todos aquellos que tienen hambre y sed de la justicia de
Dios, esa justicia manifestada en las bienaventuranzas precedentes, la justicia de
un Dios que por amor resarcirá a los pobres, a los indigentes y a los que gimen con
el Reino del consuelo y de la vida digna sobre la tierra que tendrá su plenitud en el
cielo. Para llevar a cabo esa transformación del sufrimiento en alegría y de la
indigencia en dignidad Dios cuenta con todas las personas que suspiran, anhelan y
trabajan por ese cambio radical del mundo y de su realidad personal y social, es
decir, por los que buscan el Reino de Dios y su justicia.
La segunda parte de las bienaventuranzas profundizan lo dicho en las cuatro
primeras y muestran aspectos de Dios que recompensan las disposiciones positivas
de los seres humanos en las relaciones con los demás. El Dios de la misericordia es
la dicha de los misericordiosos. Contemplar a Dios es la promesa a los limpios de
corazón. Ser proclamados “hijos de Dios” es la alegría de los que trabajan por la
paz. A las actitudes y acciones positivas descritas en estas bienaventuranzas
corresponde la gracia divina que perdona y con su misericordia salva. Permanecer
firmes en ese comportamiento justo, según la voluntad de Dios, puede llevar
incluso hasta la persecución. Pero ser perseguidos por eso, como Jesús hasta la
cruz, significa pertenecer al Reino de Dios, de modo que ése el motivo de inmensa
alegría presente ya en el aquí y ahora de la historia. La novena bienaventuranza es
la permanente actualización de todas las demás bienaventuranzas en la vida de la
Iglesia y afecta a todos los discípulos y discípulas que en la misión permanente
latinoamericana quieren seguir haciendo suya “la opción preferencial y evangélica
por los pobres”.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura