Cuarto domingo del Tiempo Ordinario/A (Mt 5, 1-12)
“Luz para alumbrar a las naciones”
Cuarenta días después de su nacimiento, Jesús fue llevado por María y José al
templo para presentarlo al Señor (cf. Lc 2, 22), según lo que está escrito en la ley
de Moisés: “Todo primogénito var￳n será consagrado al Se￱or” ( Lc 2, 23), y para
ofrecer en sacrificio “un par de t￳rtolas o dos pichones, como dice la ley del Se￱or”
( Lc 2, 24). Jesús es presentado a Dios para ser consumado en la llama de la oferta ,
y así ser luz en su sacrificio.
La luz de la fe es el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan
se presenta con estas palabras: “Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree
en mí no quedará en tinieblas” ( Jn 12,46). También san Pablo se expresa en los
mismos términos: « Pues el Dios que dijo: “Brille la luz del seno de las tinieblas”,
ha brillado en nuestros corazones » ( 2 Co 4,6) (LF 1)
Los cirios que se traen hoy a la iglesia son un símbolo bellísimo de Jesucristo luz del
mundo, que viene a nosotros para iluminar nuestro diario caminar. La cera significa
toda la disponibilidad a la llama, se consume en la llama y así difunda la luz. La
vida de Jesús es luz . Él es todo disponible al fuego del amor que viene del Padre, el
amor del Espíritu Santo: se ofrece a este fuego para que la humanidad que Él ha
asumido se transforme en gloria y luz. Cada instante de la existencia de Jesús es
ofrecido para llegar a ser luz. Y esa luz se irradia de manera especial en el
momento del sacrificio de la cruz. Ahí la luz es puesta sobre el candelabro para
iluminar toda la casa, todo el mundo. Todos miramos a esa luz que viene del
Calvario.
Esta fiesta es un preanuncio del misterio pascual. La procesión con las velas es una
anticipación de aquella del Sábado Santo, cuando acompañamos a Cristo-Luz,
simbolizado en el cirio pascual. Las palabras de Simeón dejan entrever la pasión, el
misterio de Cristo que llega a ser luz a través de su sacrificio, iluminando así las
naciones todas. Nosotros, como Simeón y Ana, hemos venido al encuentro de Aquel
que es “la luz del mundo” y lo acogemos en su Iglesia con todo el fervor de nuestra
fe bautismal. A cuantos profesan sinceramente esta fe se les ha prometido el
“encuentro” último y definitivo con el Se￱or en su reino.
«Por tanto, es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando
su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la
característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia
del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha
de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios. La fe
nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor
que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la
vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en
él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. …La fe no
habita en la oscuridad, sino que es luz en nuestras tinieblas. Dante, en la Divina
Comedia, después de haber confesado su fe ante san Pedro, la describe como una
“chispa, / que se convierte en una llama cada vez más ardiente / y centellea en mí,
cual estrella en el cielo” ᄏ (LF 4).
Como Simeón y Ana, domingo a domingo encaminemos nuestros pasos para ir al
encuentro de la luz, y dejemos cale hondo en nuestro corazón, para que crezca e
ilumine el presente, y llegue a convertirse en estrella que muestre el horizonte de
nuestro camino en un tiempo en el que el hombre tiene especialmente necesidad de
luz.
A través de la oración, de los sacramentos y de lectura meditada de la Biblia, de la
instrucción religiosa, luz del alma, vamos asiduamente al encuentro de esta luz que
es Cristo, para ser también luz a nuestro alrededor. Nuestra vida cristiana tiene que
ser luminosa con nuestro ejemplo de entrega. Pero sobre todo, llega a ser luminosa
nuestra vida porque ofrecemos nuestros cuerpos como sacrificio viviente en la cruz
de Cristo. Nuestra vida así se consume en la llama del amor y llega a ser luz,
gracias al Espíritu Santo.
Pedimos con insistencia al Espíritu Santo que nuestra vida sea una ofrenda bella,
santa, agradable a Dios porque la hemos inmolado en la cruz de Cristo y de ahí
Jesús la hace luz para iluminar a nuestro mundo. Que nos acompañe la Virgen
santísima, Madre de la esperanza y de la alegría, y obtenga a todos nosotros la
gracia de ser testigos de la salvación, que Dios ha preparado para todos los pueblos
en su Hijo encarnado, Jesucristo, luz para alumbrar a las naciones y gloria de su
pueblo Israel.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)