Ciclo A: V Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Vosotros sois de Cristo (1 Cor 3, 23)
Por su vida y su mensaje, da a conocer Jesús que ser discípulo suyo quiere decir
asistir a los necesitados. El cristiano que no les hace caso a los pobres es tan inútil
como la sal vuelta sosa o una lámpara encendida, pero puesta debajo de una
canasta.
El Maestro mismo es muy compasivo. Se conmueve al ver las multitudes
angustiadas y abatidas como ovejas sin pastor. Por eso, sigue haciendo el bien:
enseña en las sinagogas y anuncia la buena noticia a los pobres; sana toda clase de
enfermedades y dolencias, así que los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos
quedan limpios, los sordos oyen y los muertos resucitan; arriesgando su pureza y
reputación, trata amistosa y misericordioso a los tomados por pecadores y
enemigos públicos; multiplica panes y pescaditos para no despedirles en ayunas a
sus oyentes, no sea que se desfallezcan en el camino.
Así que Jesús demuestra que él es tanto de los pobres como del Padre. Y los que
pretendemos ser discípulos debemos considerarnos tanto suyos como de los pobres
y tener la compasión del Maestro. Ésta se manifestará auténtica y radiante
mediante las maneras concretas de poner en práctica la instrucción profética:
«Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves
desnudo, y no te cierres a tu propia carne».
Se nos prohíbe ser «cristianos en pintura». Nos toca asistir de todas las maneras,
de palabra y de obra, a los pobres, cuidándolos, aliviándolos, remediando sus
necesidades tanto espirituales como temporales, y procurar que otras personas les
ayuden asimismo. Descubriremos seguramente las maneras concretas propias de
la compasión efectiva si nos mantemos siempre sensibles a los impulsos del Espíritu
y atentos a la indicaciones de la Providencia, preguntándonos una y otra vez:
«¿Qué haría Jesús si estuviera en mi situación?».
Nuestra manera concreta puede ser tan fácil como el sí con sonrisa de un
viandante, la cual calienta a un sin hogar temblando de frío en la calle, o tan difícil
como el no rotundo de monseñor Schraven, C.M., y sus colaboradores, que dejó
furiosos a unos abusadores. De todos modos, si de verdad amamos más allá de las
palabras elocuentes y sabios, nuestro amor llegará a ser, por la gracia de Dios, tan
inventivo como el amor del que se dignó darnos la eucaristía.
Y fortalecidos por el cuerpo y la sangre de Cristo, los que formamos la Iglesia
seremos, durante nuestra peregrinación, como la sal que preserva y da sabor a la
vida, o como la Ciudad Santa que, puesta en lo alto de un monte, no se puede
ocultar.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)