CICLO B
TIEMPO DE ADVIENTO
III DOMINGO
Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero, es nuestro Salvador: asume
nuestra naturaleza humana para que nosotros seamos partícipes de su
naturaleza divina, de su ser filial. En este hecho real y actual está “el gozo y
la salvaci￳n” de todos nosotros, pobres seres humanos. Es lo que lo
conmemoramos en la fiesta de Navidad “con alegría desbordante” (oraci￳n
colecta).
Gozo y salvaci￳n que ya Isaías vivi￳ proféticamente: “desbordo de gozo con
el Señor y me alegro con mi Dios” (primera lectura). Gozo y salvaci￳n
también para Juan que saltó de alegría en el vientre de su madre: “Juan
fue el primero en experimentar la gracia, se alegró a causa del misterio,
sinti￳ la presencia del Hijo” (San Ambrosio). Después como Precursor
anunció la buena noticia de la cercanía del Salvador, dando así testimonio
de la luz, para que “todos vinieran a la fe” (Evangelio).
Pero muy especialmente fue gozo y salvación para María, la Virgen Madre,
humilde esclava del Señor. Proclamó, con gran alegría, la obra que el
Poderoso había hecho en favor de sus fieles: sin intervención de varón, ella
había concebido en su seno, a Jesús, el Salvador (salmo responsorial). El
Magnificat es un cántico de esperanza, nacido de una fe agradecida.
“Estad siempre alegres” (segunda lectura). Insiste San Pablo en la carta a
los Filipenses (4, 4-5): “Estad siempre alegres en el Se￱or; os lo repito,
estad alegres. El Se￱or está cerca”. Por el contexto de sus cartas, Pablo no
se refiere a la venida final de Cristo, sino a la “venida intermedia” (San
Bernardo): en un presente continuo todos los días “adviene” a cada uno de
nosotros Cristo Jesús, nuestro Salvador. No sólo recordamos el pasado en
Belén ni sólo anunciamos su venida con gloria al final de los tiempos.
Vivimos el gozo y la salvación en el hoy del amor infinito de Dios. Decía
Benedicto XVI: “La alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca,
está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en
la enfermedad”. La "cercanía" de Dios no es una cuestión de espacio o de
tiempo, sino de amor, porque el amor acerca y une.
“En el mismo Dios, todo es alegría porque todo es un don” (Pablo VI). El
Dios-amor es alegría infinita y eterna. Dios no se encierra en sí mismo.
Comparte el gozo de su amor eterno. Él es el motivo, la fuente y la causa
de nuestra alegría. Siempre responde a nuestras aspiraciones. Goza con
nosotros, en nosotros y por nosotros. Nos hace partícipes de su alegría
eterna. Nos ha creado para una felicidad plena y total. “La alegría cristiana,
al igual que la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, en la
certeza de que Él mantiene siempre sus promesas” (Papa Francisco).
Dios habita en quien le ama a Él y al prójimo. Y donde está Dios hay
alegría. El cristiano es feliz porque nunca está solo. Sabe que Dios está
siempre a su lado. Como amigo fiel, en la alegría y en el dolor. “El Se￱or
está más cerca de nosotros que nosotros mismos” (San Agustín). La alegría
es elemento central del ser cristiano.
Dios quiere que el ser humano sea dichoso. La aspiración a la alegría está
grabada en lo más íntimo de nuestro ser. Estamos hechos para la alegría
verdadera, que es mucho más que las satisfacciones pasajeras. Y no
consiste en el tener o en el poder. No es mera diversión ni un estado de
euforia. No está en lo superficial, sino en lo más profundo. Nuestro corazón
busca la alegría plena, sin fin.
La alegría del cristiano nace del encuentro con la persona viva de Jesús.
“Nuestra alegría nace del saber que, con Jesús, nunca estamos solos,
incluso en los momentos difíciles” (Papa Francisco). Cristo no anula nuestro
deseo de felicidad. La alegría es fruto de la fe en Cristo, el Emmanuel, el
Dios-con-nosotros.
El amor y la alegría son frutos del Espíritu Santo (Ga 5, 22-23), que ha sido
derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5). Así Dios puede hacernos vivir
su alegría desde lo más profundo de nosotros mismos. El Espíritu nos hace
ser y sentirnos hijos de Dios y nos impulsa a dirigirnos a Él con la expresión
«Abba», Padre. La alegría es signo de la presencia y de la acción del Espíritu
Santo en nosotros. Esta alegría, fruto del Espíritu Santo, la Persona-Don, la
Persona-Amor, consiste en que todo nuestro ser encuentra gozo y júbilo
profundos en la comunión con Dios uno y trino. “Nos hiciste, Se￱or, para Ti
y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín).
La alegría está unida al amor: Amar da alegría, y la alegría produce amor.
La alegría del amor nos impulsa a compartirla. No podemos ser felices, si
los demás no lo son. “Todo creyente tiene la misi￳n de testimoniar la
alegría” (Juan Pablo II) Hemos de ser misioneros de la alegría.
Una alegría se debe comunicar. La alegría, por su propia naturaleza, debe
irradiarse.
MARIANO ESTEBAN CARO