Ciclo A: V Domingo del Tiempo Ordinario
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Tendríamos que vendernos a nosotros mismos, para sacar a nuestros hermanos
de la miseria» (SVdeP)
Es la justicia de Dios, el tema central de esta Liturgia Eucarística, expresado
plenamente en el amor misericordioso para con el prójimo. El relato del Profeta
Isaías se enmarca en el contexto del ayuno, en donde se realiza una fuerte crítica al
pueblo de Israel por sus prácticas religiosas desarticuladas de la fe y la justicia con
los hermanos más pobres; el llamado del profeta es a realizar el verdadero culto a
Yahveh, el cual está ligado íntimamente con la justicia y la misericordia. Las
diferentes prácticas religiosas deben salir del corazón y deben dar el fruto de una
verdadera justicia social, concretizada en el compartir el pan con el hambriento, en
la solidaridad con los que sufren, en preocuparse visceralmente por el hermano,
pues en ellos, en los abatidos, en los mal vistos, es donde el mismo Dios se revela;
es en ellos donde la luz de Dios se hace presente y donde habita.
Pablo expresa a los corintios que el misterio de Dios anunciado por él, no se
fundamenta en la sabiduría humana, sino en el mismo Señor crucificado, lo cual
significa que es Dios quien ha actuado en Pablo y en la comunidad. Es relevante
que Pablo se refiera a la cruz de Cristo, como el elemento esencial de su
predicación, con ellos quiere hacer presente el verdadero rostro de Dios que se
revela, no a los sabios ni a los poderosos, sino a los más vulnerables de la
sociedad. De ahí que el anuncio de la Palabra transformadora de Dios no
pertenezca al mundo de la sabiduría humana, sino más bien a la fuerza salvífica del
Espíritu de Dios; es decir, que la fe y su debido comportamiento moral, sintetizado
en la justicia y en la misericordia, sea una iniciativa exclusiva de Dios, una acción
liberadora que penetra en el corazón del ser humano y que lo empuja a actuar de
una manera coherente con la Palabra escuchada. Así, el anuncio del misterio de
Dios predicado por Pablo a la comunidad griega de Corinto, resulta ser su propia
experiencia de Cristo; es decir ser el anuncio de la vivencia de ese mensaje.
El Evangelio nos expresa cuál es la misión de los creyentes de todos los tiempos:
ser sal de la tierra y luz para el mundo. Tanto la sal como la luz son elementos
necesarios en la vida cotidiana de las familias. La sal da sabor a las comidas,
conserva los alimentos, purifica; en la antigua Palestina servía para encender y
mantener el fuego de los hornos de tierra. Por su parte, como sabemos, la luz
disipa las tinieblas, ilumina y orienta a las personas; es la metáfora perfecta que
emplea el Antiguo Testamento para hacer referencia a Dios; es la tarea de los
profetas y en especial la del Mesías: Ser luz de las naciones (Is. 42,6).
Sal y luz, entonces, hablan de la tarea del seguidor fiel de Jesús: Expresar la fe, su
integración con el Proyecto de Dios a través del testimonio de vida, a través de las
buenas obras, de los buenos frutos; tiene la misión de mantener el sabor y la
luminosidad de la Palabra de Dios en todo tiempo y lugar del mundo; empresa que
únicamente se logra por medio de una conciencia plena de la necesidad de
fomentar en la comunidad mundial la justicia y la solidaridad entre los hermanos y
principalmente con los más necesitados.
La luz ilumina a todos y no puede ser escondida. Esta luz, no es el privilegio de
unos cuantos, todas y todos somos llamados a ser luz y a irradiar luz a favor de los
necesitados.
Como consocio vicentino y como grupo, cumplimos esta exhortativa de llevar luz a
los beneficiados o simplemente cumplimos con llevarles esa ayuda material que les
prestamos y que no los sacará de la miseria. Bien lo dice nuestro Santo Patrono:
“Tendríamos que vendernos a nosotros mismos, para sacar a nuestros hermanos de
la miseria”.
«No puede haber caridad si no va acompañada de justicia». (SVdeP)
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)