No era tan mala la reata, sólo que estaba mal torcida.
Domingo 6º. Ordinario A
Cristo amaba entrañablemente a su pueblo, con su folclore, con su cultura y con su
fe, pero también, se sentía con la necesidad de poner los puntos sobre las ies en
materia de fe y de costumbres, aunque en ello le fuera la propia vida. A un pueblo
con arraigadas costumbres, que pensaba que todo venía directamente de Dios, y
que había sido encajonado en fuertes costumbres que no eran precisamente
voluntad de Dios sino voluntad de los hombres, Cristo quiso enseñarles una manera
nueva de vivir. Ante actitudes sobre la vida y la muerte, ante el amor a los
hermanos y a los enemigos, ante la actitud sobre el matrimonio, el divorcio y la
infidelidad, ante la actitud sobre el amor al hermano y el amor a Dios, Cristo dejó
en claro lo que era precisamente la voluntad de Dios, y lo que los hombres habían
pretendido hacer pasar como voluntad divina.
Hoy, nosotros mismos tenemos que replantearnos la voluntad de Dios sobre
nuestra fe, nuestras costumbres y la manera de ver la vida y el ambiente en el que
nosotros mismos estamos viviendo. Los obispos de toda América, reunidos en
Aparecida, nos invitan precisamente a plantarnos frente a la necesidad de ir
leyendo en labios de Cristo mismo, lo que es la voluntad de Dios para presentar a
nuestro mundo, una manera exquisita de vivir, aunque a nosotros mismos nos
cueste trabajo, y lágrimas, por el desgarrón que significa desprendernos de
costumbres que no han cambiado nuestra vida. Precisamente del Documento de
Aparecida, tenemos que destacar el número 12, añadiendo apenas unas cuantas
palabras, pues el documento es particularmente claro: “No resistiría a los
embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas
normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a
adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una
participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de
principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten
la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo
de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede
con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en
mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que
no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino
por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” .
Es claro entonces que los cristianos no podemos continuar con nuestra monótona
manera de ver nuestra fe, tenemos que poner a Cristo como el centro de nuestras
vidas y de nuestra Iglesia, si queremos subsistir como el pueblo Dios por el cual
Cristo dio su propia vida. Es necesario darnos cuenta que el amor al prójimo está
casi por sobre el amor a Dios, si le hemos de creer a Cristo que nos decía: “ Si
cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas ahí mismo de
que tu hermano tiene una queja contra ti, deja tu ofrenda sobre el altar y
ve a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda ”.
Hoy en los grandes foros de la humanidad se discuten temas como la vida humana,
el destino de la pareja y de la humanidad misma y nosotros tenemos que tener
ideas claras y un acendrado amor a la vida, de manera que podamos convertirnos
en intrépidos defensores de la vida, aún en el seno materno, y tenemos que dar a
nuestros ancianos, la calidad de vida y el respeto que se merecen por haber
desgastado su vida en nuestro propio bien. A Dios le debemos la vida. Vamos
entonces cuidando la vida propia y la de los demás. Y Cristo, muerto y resucitado,
con su cruz, con su sangre, con su entrega pero con la Luz propia de su
resurrección, sea el centro de nuestra acción, de nuestro compromiso y de
nuestra Iglesia misma.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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