Ciclo A: V Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Pocos, pero necesarios
Este fragmento del libro de Isaías pertenece a un oráculo postexílico, cuyo
tema particular es el ayuno como práctica cultual que exige una
interiorización en cuanto a su significado. El profeta invita al pueblo a
trascender el cumplimiento ritual del ayuno y busca suscitar una profunda
reflexión acerca de la solidaridad con el que sufre. La mirada tiene que
dirigirse a quienes pasan hambre, a quienes vagan sin un hogar donde
quedarse, a quien no tiene cómo arroparse, pues si no sabemos entender el
significado del verdadero ayuno que Dios quiere podemos llegar a ser
indiferentes ante el sufrimiento de nuestros hermanos, “nuestra propia
carne”, y mantener a la par una supuesta religiosidad basada en un
ritualismo estipulado pero vacío. Este ayuno “elegido por Dios”, como lo
describe un poco antes del texto proclamado (Is 58,5-6), hace posible la
propia presencia de Dios para quienes viven en la desolación y revela a su
vez la responsabilidad que tiene la propia comunidad ante estas realidades
de pobreza y sufrimiento que sufren los hombres. ¡Cómo no va a responder
Dios a la súplica de quien atiende a los pobres! La posibilidad de que las
cosas cambien para bien de todos, especialmente de los más desfavorecidos,
pasa por la decisión de salir de nuestro egoísmo, retirando el yugo opresor,
el dedo acusador y la maldad que se desea contra el otro. Sólo quien es
capaz de dar incluso lo necesario para poder “vivir” (en griego traducen
“alma” como “el pan de tu alma”) podrá irradiar suficiente luz para
contemplar la misericordia de Dios que disipa toda tiniebla.
Continuamos leyendo esta primera parte de la misiva de Pablo a los
corintios, y luego de identificar y advertir del grave problema de las
divisiones que parece se estaban dando en esta comunidad, exhorta a
reflexionar sobre la centralidad del mensaje que Pablo les había anunciado:
Jesucristo y éste crucificado. Pablo defiende su ministerio apostólico y
considera anotar que tal misión no se mide por las técnicas o los métodos
sino por el mensaje, y éste se impone por sí mismo. Para Pablo su propia
vida se convierte en el mensaje ya que Cristo Jesús es quien se ha revelado
en él. Es evidente que Pablo sabe de lo que implica la predicación y ha
quedado demostrado en sus cartas la apreciable manera de convencer a sus
destinatarios, pero de lo que está realmente convencido es que la fe de
Jesucristo no llega por la persuasión de la palabra sino con el encuentro “en
espíritu y poder”, es decir, con el mismo Jesús. Pablo siendo un líder
carismático no renuncia a la manifestación del poder de Dios, y aunque
recurrirá muchas veces a la retórica de su tiempo, reconocerá que lo que
realmente mueve a creer es la dinámica del encuentro y esto la hace tan
especial puesto que no está a la altura de la sabiduría de este mundo, por lo
que sólo puede suscitar escándalo para los judíos y necedad para los
griegos.
El evangelio de Mateo nos sitúa en el discurso de Jesús en la montaña,
presentando así al auténtico intérprete de la Ley de Dios, el nuevo Moisés
que sube a la montaña a instruir tanto a sus discípulos como a todo el
pueblo: el Mesías Jesús. Es curioso descubrir el juego de los destinatarios de
estas palabras y creo que puede ser una clave de interpretación
especialmente porque está referido en el presente fragmento que se
proclama en este domingo. Cuando empezamos a leer las bienaventuranzas
pareciera que se
dirige a un auditorio bastante genérico (tercera persona), pero al llegar a la
última bienaventuranza (v.11) el destinatario se concretiza en el “vosotros”
(segunda persona) y que de alguna forma estaría representado en sus
propios discípulos quienes se encontraban más cerca de él. Esto entronca
con el pasaje que estamos reflexionando, pues también se subraya el
“vosotros” nuevamente. Esto implica algo que es necesario tener en cuenta.
La vocación para el Reino de los cielos es universal pero es preciso que
exista ejemplos que nos ayuden a buscarlo con afán y éstos no se ubican
como estatus de privilegio sino como signos de un compromiso mayor, como
guías que puedan hacer entender el destino de quien vive teniendo como
único objetivo cumplir la voluntad de Dios. Aquí entra a tallar, las dos
metáforas: la sal y la luz. No se expresa como posibilidad sino como
afirmación. La esencia, que expresa a la vez su funcionalidad, determina la
naturaleza de ambos elementos. La sal es importante para dar sabor a las
comidas aunque también es un conservante especial y de mucha utilidad, y
que por esta misma razón fue usado en el servicio litúrgico como signo de la
preservación de la alianza con Dios (Lev 2,13). Si estamos llamados a ser sal
de la tierra, sin duda, tenemos que convertirnos en signos creíbles de la
alianza que Dios ha hecho con la humanidad y por eso nuestra vocación es a
la vez nuestra misión. Pasa lo mismo con la luz, cuya razón de ser obliga a
que jamás pueda ser ocultada. De allí el ejemplo obvio de la ciudad en lo
alto o poner la lámpara debajo de un mueble. Basta con una lámpara para
ayudar a los demás a poder contemplar las buenas obras de quien tiene a
Cristo como centro de su vida y poder así alabar al Padre, no solo con
palabras sino también con las propias buenas acciones.
Como podemos ver, hay dos cosas muy puntuales en estas tres lecturas: en
primer lugar, la necesidad que tenemos de que alguien nos manifieste el
sentido de vivir cumpliendo la voluntad de Dios; y en segundo lugar que
éstos suelen ser pocos, contaditos, pero suficientes para ayudarnos para
este objetivo. Basta con un poco de sal para dar sabor y es suficiente una
lámpara para poder iluminar un ambiente amplio; pero ante todo es urgente
que exista la sal y brille la luz. Por esto, intuimos la preocupación del profeta
que ve necesario que los actos cultuales no se queden en una expresión
piadosa e intimista sino trascienda a un compromiso por ayudar al otro, al
pobre, al que sufre, para así ayudar a que justamente este hermano se dé
cuenta de que Dios no lo abandona. En realidad es Dios quien se está
manifestando en el que ha sabido entender el sentido real del ayuno y que
es capaz de romper con la indiferencia y dar hasta lo propio de la vida para
que así, el que sufre, recupere su dignidad, su propia vida. De la misma
manera, cobra sentido el interés de Pablo por la dinámica del encuentro. La
propia experiencia de Pablo ayuda a que la predicación no sea solo
persuasión sino testimonio y esto se convierte en suficiente motivación para
que cualquier ser humano busque ese encuentro personal con Jesús y éste
crucificado. La cruz de Cristo es el punto de contradicción para la sabiduría
de los hombres pero a la vez es el soporte de los creyentes y esto sólo
puede ser comprendido desde el testimonio y desde la propia experiencia
confirmatoria. Por tanto, urge que los discípulos de Cristo sean sal de la
tierra y luz del mundo. No importa que no seamos muchos, lo preciado es
que seamos lo que tenemos que ser y brindemos al mundo lo que estamos
llamados a dar. Esta misión es algo que debemos reflexionar
profundamente porque somos nosotros los responsables de que los demás
puedan conocer a Dios y a su voluntad. La pregunta será si realmente
nosotros llamados a ser sal y luz hemos tenido un encuentro con Cristo y
podemos tener la certeza de que podemos ayudar a los demás a que lo
tengan también. No estamos llamados a “quemar la película” a los demás,
no estamos llamados a presentar a un Dios cruel y castigador (o ¿es que así
lo concebimos?), no estamos llamados a quedarnos solo en el nivel de las
palabras muchas veces bien elaboradas y con técnicas de persuasión. Tú y
yo estamos llamados a “dar sabor” y “brillar delante de los hombres”.
¡Extraordinaria tarea! Diluirnos en los demás y acompañar el propio camino
que el hermano tiene que hacer para encontrarse con Dios. Hagamos
nuestra la aclamación del salmo de este domingo y ojalá podamos ser
conscientes de nuestra misión como discípulos de Jesús para el mundo, ya
que se necesita urgentemente hombres y mujeres justos (“el justo brilla en
las tinieblas como una luz”), luminarias que ayuden a resplandecer esta
tierra ensombrecida por el egoísmo y la indiferencia.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)