V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Los testigos de Jesús crucificado son la luz del mundo
En Bolivia la Iglesia entera de Santa Cruz de la Sierra, tal como lo ha promovido
nuestro Arzobispo Sergio Gualberti, realiza este domingo una colecta de apoyo en
solidaridad con los damnificados por las inundaciones en otras regiones de la zona,
particularmente para ayudar al vicariato de Reyes. En España, ante el drama de la
desigualdad en la distribución de la riqueza en toda la tierra la Iglesia y
especialmente su organización de Manos Unidas recuerda una vez más el
desequilibrio radical del planeta, por el cual sucumben diariamente 35.000 niños
por causas directamente relacionadas con la pobreza. La distribución
tremendamente injusta de la riqueza en el mundo no es un problema ocasional ni
coyuntural, sino estructural. Que el 15% de la población acapare el 79% de la
riqueza mundial mientras el 85% malviva con el 21% restante es un cataclismo que
diariamente se cobra muchas vidas humanas de los pobres y desheredados de la
tierra. La organización de Manos Unidas en España nos propone este año el lema
“Un mundo nuevo, proyecto común”, en su campaña contra el hambre 2014, y nos
invita a reflexionar sobre el objetivo 8 del milenio: Fomentar una asociación
mundial para el desarrollo. Sabemos que el desarrollo de los pueblos depende de
que se reconozcan como parte de una sola familia. Para ello se lleva a cabo este
domingo la campaña solidaria de recaudación para atender a los cientos de
proyectos que promueve y atiende en unos sesenta países.
En la Iglesia de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), en Manos Unidas (España) y en
todas las personas que viven en solidaridad con los que sufren podemos decir que
se cumple de manera singular la palabra del Evangelio que se escucha en este
domingo (Mt 5, 13-16) cuando dice Jesús: “ Vosotros sois la luz del mundo ”. El
profeta Isaías indica exactamente de qué luz se trata: “ El ayuno que yo quiero es
[…] que acabes con todas las tiranías, que compartas tu pan con el hambriento,
que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestido al desnudo y que no
te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como la aurora y tus
heridas sanarán enseguida, te abrirá camino la justicia y te seguirá la gloria del
Señor” (Is 58,6-1). El ayuno que Dios quiere es que alejemos de nosotros toda
opresión y todo tipo de calumnias y amenazas, que compartamos el pan con el
hambriento y ayudemos a los indigentes. Sólo entonces los discípulos se convierten
en luz del mundo.
Al poner un titular a las tres lecturas bíblicas de este domingo en la Iglesia he
resumido el mensaje de la palabra de Dios así: “Los testigos de Jesús crucificado
son la luz del mundo”. Pablo se presenta ante la comunidad de Corinto con un único
mensaje (1 Co 2, 1-5). Pablo tiene ante sí una comunidad muy dividida en sí misma
por dependencias personales de los líderes religiosos o por las diferencias sociales
de sus miembros, y además, una comunidad sumida en las formas de vida paganas
propias de una ciudad cosmopolita y plural, libertaria y frívola. El punto central de
la predicación de Pablo es Cristo y éste crucificado. El crucificado es el núcleo de su
predicación y la clave de su estilo de vida misionero, porque es consciente de que
sólo en la palabra de la cruz se está revelando la potencia transformadora de Dios
con la eficacia de su Espíritu. La sabiduría que Pablo anuncia es la del Crucificado,
una sabiduría contrapuesta a la sabiduría mundana (2,6-8). Se trata de una
sabiduría oculta, misteriosa, divina, que los jefes del mundo presente desconocen.
Tras contraponer el saber humano y el saber del Espíritu (2,9-15), Pablo concluye:
Nosotros tenemos el pensamiento de Cristo (2,16).
A este pensamiento se ha de abrir todo creyente para que, acogiendo el Evangelio,
reciba también el Espíritu que le permita valorar la vida y actuar según la lógica de
la cruz. Junto a las obras particulares de solidaridad y misericordia que en la vida
cotidiana hemos de realizar, es importante que todos, también los dirigentes
políticos y económicos del mundo, miremos al crucificado porque Él, en cuanto
manifestación máxima del amor, es potencia transformadora, y en cuanto está
presente en todos los hambrientos y marginados, es sabiduría que puede reorientar
la economía hacia su fin último: la atención a los más necesitados y no al beneficio
propio.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura