SEXTO DOMINGO ORDINARIO A
Eclesiástico 15:16-21; I Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)
¿Qué es la sexualidad? ¿Es principalmente un juego, pasatiempo, y modo de
divertirse? Algunos actúan como si fuera así pero están tristemente equivocados.
Entonces, ¿es, sobre todo, los medios de reproducirse, un proceso que el hombre
comparte con las bestias para tener prole? Esta definición tampoco atina en el
blanco. Porque nos toca profundamente, vale la pena considerar la sexualidad en
luz de las palabras de Jesús habladas ahora en el famoso Sermón en el Monte.
Para el ser humano la sexualidad debería ir más allá que un acto carnal para sacar
el placer o aun para tener hijos. Porque el hombre y la mujer son creados en la
imagen de Dios, la sexualidad debería facilitar la realización plena de esta imagen.
Desde que el primer atributo de Dios en el Antiguo Testamento es la misericordia
amorosa y el Nuevo Testamento llama a Dios “el amor”, esperamos que la
sexualidad nos dirija al amor divino.
Cuatro veces en el pasaje que leemos hoy Jesús ocupa la fórmula: “’Han oído
ustedes ustedes…pero yo les digo’”. Obviamente quiere que la gente cambie su
manera de pensar. Aunque nosotros vivimos unos dos mil años después de Jesús,
nos quedamos con el mismo reto. Seguramente, el cambio incluye nuestro modo
de considerar la sexualidad. Pero antes de que tratemos el cambio, deberíamos
acordarnos en lo que es la sexualidad.
En lugar de pensar en la sexualidad sólo como la base de nuestros sentimientos
eróticos, que la consideremos en una manera más amplia. Con mucha razón la
sexualidad se ha llamado un lenguaje para expresarnos a los demás. Pues, desde
la niñez la sexualidad nos ha llevado fuera de nosotros mismos para relacionarse
con otras personas. Para cumplir este fin la sexualidad ocupa no sólo palabras y
gestos sino todo el cuerpo. El rostro puede expresar la alegría o la tristeza.
Asimismo un gesto con la mano en una manera significa el acogimiento y en otra
que te pierdas.
En cuanto Jesús nos pide un cambio interior, quiere que pasemos de un amor
exclusivo para el yo al amor inclusivo para todas otras personas. Como se sugerió
antes, el hombre fue creado originalmente con la capacidad de amar a todos como
Dios ama. Pero el pecado ha distorsionado la imagen de Dios plasmada en el
principio de modo que nosotros hemos puesto límites en nuestro amor. Ya Jesús
nos supla la gracia para corregir este error. Significa una transformación
fundamental afectando nuestra perspectiva, nuestra actitud, y nuestra conducta.
Es como la transformación que se realiza cuando uno recibe la licencia de chofer.
Aunque somos creados para amar a todos, no lo hacemos con todos en la misma
manera. Por la mayor parte amamos a nuestros amigos por rezar por ellos.
Amamos a nuestros vecinos por saludarlos diariamente y ofrecerles la mano cuando
necesitan ayuda. Tenemos mayor amor y más modos de expresarlo a nuestros
parientes. En lugar de una sacudida de mano solemos expresar nuestro afecto para
ellos con un beso. Finalmente, para la mayoría de gente hay una otra persona que
se ama en el modo más íntimo. Este amor caracteriza el matrimonio donde un
hombre y una mujer les dan a sí mismos al uno y otro en una alianza tan exclusiva
y permanente que se hagan una nueva familia. La unión resulta en prole que
reflejan las cualidades de los dos y necesitan los esfuerzos de los dos para criarse
sanos.
En el evangelio hoy Jesús indica que quiere que el amor entre los esposos sea
fuertísimo. Dice que no es suficiente que no tengan a una tercera persona como
amante sino que ni piensa en hacer tal cosa. Similarmente explica que no basta
que el hombre provea para su esposa si quiere juntarse con otra sino que no se
permite el divorcio entre parejas legítimamente casadas. Para Jesús el amor de los
casados tiene que imitar el amor de Dios para la gente. Eso es, debe ser pronto en
apoyar, renuente a criticar, y dispuesto a sacrificarse. Es el amor de una pareja
casada por más que cincuenta años cuando finalmente murió el hombre. Decía Bill
de Eva que era la persona más generosa que había encontrado. Y ella fue pronta a
devolver el elogio: “No hay persona más compasiva que Bill”. Su amor para uno y
otro superabundó en la buena voluntad hacia los demás. Siempre se veían juntos
asistiendo en la misa diaria o llevando sándwiches a los desamparados.
Acabamos de pasar el Día del Amor. Podemos evaluar el desarrollo de nuestra
sexualidad por preguntar: ¿cómo lo celebramos? Si pensamos sólo en gratificar los
deseos carnales, no sacamos nota alta. Si enviamos un texto a nuestra
esposa/esposo declarándole nuestro amor único, probablemente logramos mejor.
Pero si expresamos nuestro amor para todos, incluyendo a nuestra pareja y no
excluyendo a Dios, a lo mejor nuestra sexualidad tiene una calidad de diez. Si
amamos a todos, hemos atinado en el blanco.
Padre Carmelo Mele, O.P.