IV domingo del tiempo ordinario. A
El camino para ser felices
La Palabra: “Felices los que viven con espíritu de pobres; de ellos es el reino de
los cielos” (evangelio).
1. Ya desde Aristóteles una y otra vez se repite que los seres humanos
programamos nuestra conducta para ser felices, aunque a la hora de precisar en
qué consiste la felicidad, hay tantas interpretaciones como personas.
Y el evangelio de Jesucristo es una propuesta de felicidad. El Papa Francisco insiste
mucho en ello y ha titulado su primera exhortación “La alegría del evangelio”. Ya el
filósofo Nietzsche denunciaba la conducta de los cristianos con cara de poco
redimidos. El Papa Francisco, en su sencillez evangélica, lamenta que tengamos
“cara de vinagre”, “de Cuaresma sin Pascua”. Por otra parte, si leemos despacio los
evangelios, vemos que Jesús es el hombre libre, apasionado y feliz como quien ha
descubierto un tesoro precioso y para conseguirlo programa su existencia.
2. Admitiendo la pluralidad de versiones, hay una alternativa donde todas esas
versiones se pueden agrupar. Unos creen que la felicidad se consigue procurando
solo asegurar la propia vida, con abundancia de recursos, escalando posiciones, y
en lo posible aprovechándose de los demás. El evangelio trae como ejemplo el rico
hacendado que solo pensaba en “acaparar para sí”. Según la expresión del Papa
Francisco “la vida interior se cierra en los propios intereses, ya no hay espacio para
los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza
la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”. A la
larga caemos en una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro,
de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.
3. Hoy el evangelio nos propone otro camino para ser felices: vivir con espíritu de
pobres; siendo libres de los falsos absolutos como son el poder, el dinero, las
apariencias sociales; compartiendo cuanto somos y tenemos con los demás. En
otras palabras, proceder con la convicción de que “la vida se acrecienta dándola y
se debilita en el aislamiento y en la comodidad” (Papa Francisco). En la medida en
que los seres humanos nos dejemos transformar por el espíritu de pobreza o
solidaridad incondicional –en lenguaje cristiano, la caridad– los que tienen sed de
justicia quedarán satisfechos, la misericordia inspirará nuestra conducta,
trataremos de construir un mundo en paz, actuando con justicia y siendo limpios de
corazón, es decir, coherentes entre lo que decimos y hacemos. Seguiremos este
programa incluso cuando lleguen las dificultades, porque estamos convencidos de
que solo así nos sentimos felices y crecemos en humanidad. Esta es la propuesta
evangélica.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net