Ciclo A: VI Domingo del Tiempo Ordinario
Javier Balda, C.M.
Jesús, nuestra única ley
No es tu ojo el que juzga lo que ves sino tu corazón. No son tus manos las
que santifican, las que tocan sino tu corazón.
No son las leyes escritas por hombres sentados en sillones de cuero las que
dignifican las relaciones humanas sino las leyes que brotan del corazón. No
es la ley la que salva al hombre sino el amor. Sólo la ley del amor, sólo las
leyes que son fruto del amor nos hacen libres y no esclavos. Por eso, sólo la
ley que tiene su sede en el corazón y es ofrecida desde el amor y es
obedecida con un corazón libre y desde el mismo amor, sirve al hombre,
humaniza al hombre, dignifica al hombre, y es capaz de construir una
verdadera sociedad, una auténtica familia donde todos se sientan hermanos
de verdad, constructores dignos de un mismo ideal.
Cristo, ciertamente, no vino a la tierra para destruir la ley pero sí para
perfeccionarla y desde la misma perfección darle pleno cumplimiento. Por
eso toda su vida fue un descubrir la voluntad del Padre y obedecerle como
Hijo en el amor. Si la voluntad de Dios era un acto de amor del Padre, su
obediencia siempre fue un acto de amor del Hijo.
Cristo no vino a la tierra con un libro de leyes bajo el brazo para
convertirnos en siervos de ella. Cristo vino a fundar en medio de nosotros su
reino, un reino de hijos y hermanos, un reino de justicia, de libertad y de
amor, y a señalarnos con su palabra y su vida el camino de su construcción.
Por eso, para Jesús, toda la ley tiene que estar al servicio del reino; toda la
ley debe ayudar a construir el reino; toda la ley debe ayudar al hombre a ser
y comportarse como hijo de Dios y a mirar, servir y respetar a los demás
hombres como hijos de Dios que son.
Por eso, solo desde el amor y el respeto a la dignidad de la persona humana,
podemos entender y valorizar el verdadero sentido de la ley. Por eso, desde
la preocupación por la construcción de una sociedad más justa, más humana
y más fraterna, el legislador tiene derecho a legislar y nosotros a obedecer.
Por eso, solo la ley que humaniza a la autoridad que la proclama y al súbdito
que la obedece, será verdadera ley según el pensamiento y el actuar de
Cristo.
Ojalá que todos, a la hora de mandar y obedecer nos preguntáramos: ¿Qué
haría Jesús? ¿Cómo actuaría él?
CRISTO = NUESTRA LEY
Toda la verdad de Dios se nos ha manifestado plenamente en Jesucristo. Él
es la más profunda sabiduría de Dios. Él es la misma verdad de Dios. Él es la
única ley que perfecciona todas las demás leyes. Él es la verdadera ley que
todos debemos aceptar y vivir.
Haciendo un poco de historia descubrimos que, primeramente se nos habló
del Decálogo, los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés en el monte
Sinaí y que debían regir el comportamiento del pueblo de Israel. Más tarde,
como vemos sobretodo en el libro del Levítico, se fueron añadiendo muchas
leyes como preceptos divinos, hasta las 613 que aparecen en la Biblia.
Mandamientos que, muchas veces, imponían una carga insoportable de vivir.
¿Podía Dios reglamentar de esa manera la vida de su pueblo?
Por eso vendrá Jesús y reducirá los Diez Mandamientos y todos los preceptos
del Antiguo Testamento a la ley del amor: ama a Dios y ama a tu prójimo. Y
como no entendían bien quién era el pr￳jimo nos dirá más tarde: “ama a tu
pr￳jimo como yo lo amo”.
San Agustín, interpretando este mandamiento de Jesús, nos dirá: “Ama y
haz lo que quieras porque en el amor no existe el pecado, pero ama como
Dios te ama”.
Ya mucho antes San Pablo en su primera carta a los corintios, en el capítulo
13 nos decía: “Ya podría hablar todas las lenguas de los hombres y de los
ángeles…podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme
quemar vivo, si no tengo amor de nada me sirve”.
Orar, ayunar, lavarse las manos antes de comer, descansar el sábado, no
comer carne de chancho, hacer ofrendas y sacrificios. Si no se hacen con
amor, nos convierten en esclavos de la ley y no en hijos amados de Dios.
Las ofrendas que más agradan al Se￱or son el perd￳n y la caridad. “Abraza
al hermano, aunque dejes de cumplir la ley, antes de acercarte al altar”. ﾿No
recuerdas la parábola del buen samaritano?
La verdadera espiritualidad que nos manifiesta el Señor en el sermón de la
montaña es tremendamente seductora y exigente. El Señor no quiere que
seamos “santos buenos”, como los letrados buenos, fieles cumplidores de la
ley. El Se￱or quiere que seamos “santos” como lo es el mismo Dios, que es
amor en palabras de San Juan. Para Jesús la perfección, la santidad, no
consiste en el cumplimiento de la letra de la ley, como hacían los fariseos,
sino en la fidelidad al mandamiento de amor. Para Jesús una ley que nos sea
fruto del amor, y no nos ayude a amar más y mejor a Dios y a los hombres
no puede ser divina. Por eso San Juan nos dirá: “Al final de los tiempos
seremos juzgados por el amor”.
Lo que el Señor nos pide es una exigencia mucho mayor que la prescribía la
ley antigua. Jesús nos dice que no nos contentemos con “no matar”, sino
que no debemos odiar, “porque el que odia a su hermano es un asesino”
(1Jn 3,15), que no debemos creernos buenos porque no hemos matado a
nadie, sino que somos buenos cuando damos vida y defendemos la vida.
Pensemos que dejar morir a una persona puede ser una forma de matarla.
¡Cuántas veces la indiferencia y la pasividad de los buenos son peores que la
injusticia y la crueldad de los malos!
Jesús nos dice que no debemos conformarnos con no odiar, ni insultar, ni
menospreciar, ni juzgar, ni condenar al hermano, que lo que él quiere es que
nos perdonemos, que nos reconciliemos, que nos abracemos, como él nos
perdonó, nos reconcilió y nos abrazó desde el madero de la cruz.
Jesús no dice que no debemos conformarnos “con no cometer adulterio” ni
codiciar al otro como objeto de placer, sino que debemos mirar al hombre y
a la mujer con los ojos limpios del corazón, que debemos mirarnos y
respetarnos como “templos del Espíritu Santo”.
Jesús nos dice que no basta “no jurar en falso”, que no debemos usar
“indebidamente el nombre de Dios”, que cuando “sea sí, digamos sí, que
cuando es no, digamos no”. ᄀC￳mo hemos degradado el nombre de Dios!
¡Cuántas promesas, cuántos juramentos en nombre de Dios que después ni
los cumplimos! ¿Es que Dios puede cambiar nuestras mentiras en verdades?
Conclusión y compromiso
Antes se dijo: “No juren”. Yo les digo: proclamen siempre la verdad.
Antes se dijo: “No se peleen”. Yo les digo: abrácense.
Antes se dijo: “No roben”. Yo les digo: regálense.
Antes se dijo: “No hagan llorar”. Yo les digo: hagan sonreír.
Antes se dijo: “No maten”. Yo les digo: “den vida”.
Antes se dijo: “No se embarren”. Yo les digo: perfúmense.
Antes se dijo: “Pueden divorciarse”. Yo les digo: sean fieles en el amor como
nuestro Padre es fiel.
Antes se dijo: “Amen a sus amigos y odien a sus enemigos”. Yo les digo:
Amen también a sus enemigos y recen por ellos.
Antes se dijo: “Cumplan la ley”. Yo les digo: vivan el amor, entreguen amor,
sean hombres de amor como Dios es amor.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)