DOMINGO SÉPTIMO. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A.
Mt. 5, 38-48
Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo:
No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la
mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para
quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar
una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide
prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y
aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y
rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a
justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio
tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a
vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo
también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto.
UN CUENTO SOBRE EL PERDÓN
Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un
determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro.
Éste, profundamente ofendido, sin decir nada, escribió en la arena:
–“Hoy, mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro”.
Siguieron adelante y divisaron un oasis. Torturados por la sed, ambos
echaron a correr y el primero que llegó se tiró al agua de bruces sin
pensarlo y, de pronto, comenzó a ahogarse. El otro amigo se tiró al agua
enseguida para salvarlo. Al recuperarse, tomó un estilete y escribió en una
piedra:
–“Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida”. Intrigado, el amigo le preguntó: –
“¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en
una piedra?”. Sonriendo, el otro le respondió:
–“Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, porque
el viento del olvido se lo lleva; en cambio, cuando nos pase algo grandioso,
debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún
viento en todo el mundo podrá borrarlo”.
Las ofensas voluntarias o involuntarias que recibo ¿las escribo en arena
para que el viento del olvido las borre o las grabo en piedra de la memoria
de mi corazón?
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían
con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor
síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara
de amar a los enemigos. Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de
la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que
alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de odio
que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su llamada:
“Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que
os aborrecen y rezad por los que os calumnian” .
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con
su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus
enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en
vengarse sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de
ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie. El amor
al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas
llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la
historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el
mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no
alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus
enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que
alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia
quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos
esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro
corazón. Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no
buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos
amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados.
Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de
venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta
estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No
hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando
nos vengamos alegrándonos de su desgracia. El perdón sincero al enemigo
no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en
aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la
sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos
comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos
capaces de perdonar. ( José Antonio Pagola )