Ciclo A: VII Domingo del Tiempo Ordinario
Julio César Villalobos, C.M.
Yo quiero que tú seas santo
Una vez un campesino llega temprano a la parroquia de su pueblo, llega
muy cansado, agotado, su deseo era hablar con Jesús, ya que en una misa
una vez escuchó de su sacerdote decir (señalando el sagrario): aquí tienen a
Jesús, pueden hablar con él todo el tiempo que quieran, aprovechen ese
regalo hermoso, recuerden que Jesús les espera con los brazos abiertos.
Este campesino obediente y muy sencillo, sin hacer propaganda, se acerca
con cuidado al sagrario y se pone de rodillas para hablar con Jesús: “¿sabes
Jesús?, estoy hoy preocupado.
Vengo un poco cansado, mi familia a veces no tiene para comer, pero no nos
olvidamos de ti, rezamos en las comidas, también por las noches antes de
acostarnos, con nuestros vecinos nos llevamos muy bien, nos ayudamos
cuando tenemos problemas, a veces me dan alguna cosita para comer con
mi familia y eso me alegra. Pero estoy preocupado: veo que muy pocos
vienen a misa, casi nadie se confiesa, y cuando venimos a misa siempre
hacen ruido, al salir de la misa hablan muy mal de todos….la lista es larga
¿sabes?, muy larga que no terminaría de contarte…pero tú lo sabes todo”.
De pronto escucha una voz que sale del sagrario que dice: “necesito gente
buena y santa para que hablen de mi a otros y para que actúen en mi
nombre. Yo te he elegido a ti, porque yo quiero que tú seas santo”.
Quizás pudiera haberse pasado por tu mente cuando escuchabas la
invitación de parte de Dios para ser santo: “¿qué yo santo?…no…para nada.
Para eso está San Martín de Porras, San Agustín y todos los demás santos”.
Pensamos que la santidad es algo inalcanzable. Escuchemos lo que Moisés
dice de parte de Dios: “…diles: ustedes serán santos, porque yo el Se￱or, su
Dios, soy santo. No odiarás…No te vengarás…amarás a tu pr￳jimo…”
(Lev.19,1-2.17-18).
La santidad, según este libro, gira en torno a vivir la fraternidad fruto del
amor. Esto es un reto ya que vemos o somos testigos que se rompen, a
diario, las relaciones fraternas muy fácilmente. Santa será la persona que
viva el amor a radicalidad.
Santo, para San Pablo, es la persona que abriéndose a Dios puede hacer que
Él habite siempre en cada uno, de tal manera que seamos como un templo:
“¿no saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita
en ustedes?…ese templo son ustedes” (1Cor.3,16-23).
Un cambio de mentalidad propone Jesús al recordar todo lo que se decía en
el AT de las personas que son enemigas, para poder pagarles con la misma
moneda y aborrecerlas. Santa es la persona entonces que no es capaz de
odiar, sino de amar y de hacerlo a quien nos agravia: “Han oído que se dijo
ojo por ojo y diente por diente. Yo en cambio les digo, no hagan frente al
que los agravia…amen a sus enemigos…sean perfectos, como su Padre
celestial es perfecto” (Mt.5,38-48).
La santidad no es otra cosa que aceptar las exigencias de Jesús desde el
amor. Es hacer las cosas bien según Dios. ¿Aceptaremos este reto ya que el
mundo de hoy quiere vivir siempre de espaldas a Dios mismo?
Sabemos que en el Bautismo se nos dio, en semilla, el don de la santidad.
¿Estará fructificando?
Medios para alcanzar la santidad ya los sabemos: vida de oración, vida
sacramental, comunión fraterna, obras de misericordia, lectura de la palabra
de Dios, devoción mariana, visitas al Santísimo, acompañamiento espiritual,
etc.
¿Entendemos por qué Dios nos dice: yo quiero que tú seas santo?
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)