VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
a.- Lev.19, 1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La primera lectura está tomada de los capítulos dedicados a la ley de santidad.
Busca modelar la vida de la humanidad desde la santidad de Dios, de ahí la
importancia que el mundo, la sociedad sea santa, para que verdaderamente
responda a lo que está llamada a ser. Esta ley de santidad es el mejor camino para
acceder los hombres a Dios. Es un camino muy claro de recorrer, se le pide al
hombre ser hermano, prójimo de todos ser humano, es decir, el pariente, el
hermano de sangre, el vecino, todo hombre. Es la sociedad que aprende a convivir,
observa sus deberes para adquirir también sus derechos propios y los del hermano.
Esto es lo que exige Dios, es la relación de unos con otros. Esta ley de santidad
regula toda la vida del hombre; familia, trabajo, propiedad, comercio, etc. No se
exigen sólo obras, sino actitudes y sentimientos; al odio, rencor, venganza se
oponen a la santidad, en cambio se exigen de la santidad, el amor, la corrección
fraterna, la justicia. Es de justicia, corregir a quien está en el error, el amor al
prójimo el que hace grande al hombre, amor como a sí mismo. Es el yo que se
desplaza hacia un tú, hasta considerarlo otro yo, y comportarse con él como
consigo mismo. Este precepto lo consideró Jesús como la esencia de toda la ley, y
centro de todo su mensaje y obra (cfr. Mc. 12, 31), con lo que enseña que el
hombre se acerca a Dios el todo Santo, cuando ama a su prójimo.
b.- 1Cor. 3, 16-23: Todo es vuestro, vosotros de Dios, Cristo de Dios.
El apóstol invita a los corintios a superar los miramientos humanos en su conducta
y reconocer la gran dignidad de su vocación a la que han sido llamados y elevados,
ya que en ellos habita el Espíritu Santo como en un templo. Ha destacado la
responsabilidad, en la edificación de Dios, de la cual ellos son colaboradores, ahora
despliega esa responsabilidad a la misma comunidad, es decir los que constituyen
el templo, es decir, la Iglesia de Dios (cfr. 1 Cor.3,9). Con su culto a sus líderes,
Pablo, Apolo, Cefas, los corintios dañan la solidez del templo que sólo debe
construirse sobre Cristo, como Roca invisible pero real de la Iglesia (1Cor.3, 4).
Pablo contempla su ministerio como la construcción de un templo, cuyo resultado
es la comunidad de Corinto. Esta imagen del templo que aplicó al cuerpo de los
bautizados, la amplía, enseñando que los bautizados son templo del Espíritu Santo
en cuanto forman la comunidad eclesial. La sabiduría humana, la de los gnósticos,
se opone a la del Espíritu, contradice por lo tanto, la sabiduría divina. De ahí la
exhortación a los cristianos de Corinto, de no dejarse engañar por la sabiduría que
predican los gnósticos. Más les valdría ser humildes, acoger la sabiduría de Dios
que se revela a los pequeños para confundir precisamente a los que se creen sabios
en este mundo (cfr.Mt.11, 25-30; Jb.5, 13; Sal.94, 11). Lo que sigue es lo contrario
de lo que ya había advertido referente a ser de Pablo, Apolo, Cefas (vv.21-23;
cfr.1Cor.1, 12), ellos no son de estos hombres, sino que esos líderes, son vuestros
servidores, como toda la creación está a su servicio, para que sean partícipes de
Cristo, como a su vez, Él es de Dios Padre.
c.- Mt. 5, 38-48: Amad a vuestros enemigos.
El evangelio nos habla del amor a los enemigos. La reflexión comienza con la
mención de la “Ley del talión” (cfr. Ex.21, 23-25; Lev. 24,19-20), intento de frenar,
en una sociedad primitiva, la sed de venganza, en el pasado no tenía límites; en
tiempos de Cristo, ya no se aplicaba, y se aplicaban sanciones en dinero. Se trata
de hacerle lo mismo que te ha hecho tu enemigo, sin embargo, Jesús quiere fijarse
en la manera de pensar que hay en el trasfondo de las tradiciones judías. En esa
mentalidad se insiste en el desquite, un una justicia severa insensible, que nace de
un corazón perturbado, malvado. Jesús muestro otro camino, el de la justicia
sobreabundante, con lo que invalida este principio. A la mentalidad
veterotestamentaria, Jesús contrapone, la del amor, no tomar represalias contra el
enemigo. Sus discípulos deben probar la humillación, estar dispuestos a sufrir la
injusticia que se les hace, prestar los servicios necesarios. Este principio querido
por Jesús, lo ha vivido en su propia carne cuando: pide explicaciones a quien lo ha
herido, sufre la humillación, pide una espada para defenderse (cfr. Mc. 14, 48; Jn.
18, 23; Lc. 22,23). Sólo se rompe el poder del mal, cuando se le enfrenta con un
amor, paciente, pero sólido. Jesús, en cambio, eleva este precepto a una categoría
universal, más allá de los límites de Israel, a todo ser humano sin distinción. Pone
tres ejemplos de la vida ordinaria: quien te abofetea, quien quiere pleitear por
quitar el manto y ese que te obliga a caminar una milla (vv.39.40.41). Lo que pide
Jesús es no responder con la misma violencia, es preferible ofrecer la otra mejilla y
así desconcertar, confundir, la ira dela agresor. Es preferible no ir a juicio por la
túnica, y es preferible dejarle también el manto; ofrece el amor que recibe de Dios
Padre, con lo que combate el mal. Los romanos requisaban personas y animales
para servicios públicos, podían obligar a acompañarles como guías o realizar
alguna tarea. La idea es no llenarse de odio, sino ser amable, venciendo así el mal,
acompañándolo otra milla más de lo que pide. En el AT, encontramos el precepto
de amor al prójimo, restringido eso sí a otro judío, nada más; la segunda parte,
referente al odio al enemigo, no se encuentra en las Sagradas Escrituras, era en el
fondo, una deducción de la primera: si todos los que no eran del pueblo de Dios
eran idólatras, por lo tanto, paganos, contrarios a Dios, eran considerados
enemigos (cfr. Lv.19,18). No amar al enemigo o no servirle, en la visión de Jesús,
es permanecer al mismo nivel de los publicamos o paganos que se estimaban sólo
entre ellos. En eso no hay nada de extraordinario, por lo tanto, hay que imitar a
Dios, que hace salir el sol para malos y buenos, para todos. Dios Padre no tiene
exclusividades para con ningún pueblo, lo contrario, de lo que pensaban los judíos.
Jesús termina con un mandato solemne: “Vosotros, pues, sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial.” (v. 48). Principio envolvente, para que la vida del
hombre y su actividad, este orientada toda hacia Dios.
Teresa de Jesús nos enseña que la oración perseverante salva al hombre de su
condición pecadora y Dios lo lleva a puerto de salvación. “Pues para lo que he tanto
contado esto es como he ya dicho para que se vea la misericordia de Dios y mi
ingratitud; lo otro, para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que
la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es
menester; y cómo si en ella persevera por pecados y tentaciones y caídas de mil
maneras que ponga el demonio en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto
de salvación, como a lo que ahora parece me ha sacado a mí. Plega a Su Majestad
no me torne yo a perder.” (V 8 ,4).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD