Ciclo A: VIII Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
El Os ha comprado pagando un gran precio (1 Cor 6, 20)
Carísimos y muy preciosos nos considera Dios. ¿Nos tomamos según su
aprecio de nosotros?
Enseña Jesús que los hombres somos de mucho más valor que toda la
riqueza que tengamos acumulada o podamos amasar. Por eso, no está bien
que nos rebajemos para hacernos siervos del dinero como si éste
garantizara la seguridad y la salvación. Éstas pertenecen a los que aceptan
la invitación al servicio del reino de Dios. Tal invitación es una forma más de
afirmar nuestro valor.
Da a entender además Jesús que no nos confieren dignidad ni la comida ni
los vestidos. La dignidad viene de Dios que nos creó, hombre y mujer, a su
imagen y semejanza.
Pero nos valora y nos enaltece aún más el Creador al hacernos hijos y
herederos suyos. Dios es el Padre celestial que cuida de toda la creación. A
diferencia del dios indiferente de los deístas, nuestro Dios no cesa de
preocuparse incluso por los pájaros y las hierbas. Y como valemos más que
ellos, entonces podemos confiar en el Padre. Su amor, afectivo y efectivo,
supera el amor que tiene una madre por su criatura.
No hay por qué afanarnos o desesperarnos, aun cuando parezca que, como
en las Filipinas, ningún líder, o político, eclesiástico o de cualquier otro tipo,
aporta esperanza. No como los paganos, creemos en un Dios providente
que ve de antemano nuestras necesidades y nos proporciona todo lo que
realmente necesitamos, y cuya preocupación por nosotros confirma nuestra
excelencia como sus elegidos. Razón más bien hay para que primero
colaboremos en el proyecto del reino y la justicia de Dios.
Si así buscamos el reino de Dios y su justicia, se nos darán por añadidura la
estatura y las demás cosas que no puede dar ningún afán por nuestras
necesidades básicas o por la seguridad y la superioridad en el mañana. La
seguridad y la estatura que realmente valen son las que concuerdan con el
aprecio que tiene Dios de nosotros.
¿Nos valoramos según nos valora Dios? Cuánto nos estimamos se
manifiesta en cuánto estimamos al prójimo, especialmente al menospreciado
y tomado por inútil. Si, siguiendo la exhortación de san Vicente de Paúl (XI,
725), le damos vuelta a la medalla y vemos a Jesús en los pobres que no
tienen belleza que nos atraiga ni aspecto que nos cautive, esto es buen
indicador de que nos apreciamos debidamente.
Pero si, por el contrario, nos gusta hacer juicios temerarios e hirientes, ¿no
sería esto solo un modo de desahogar nuestra baja autoestima? La baja
autoestima no solo puede devenir despreciativa, sino también bien divisiva y
destructora.
Y, claro, los partícipes de la Cena del Señor, iguales en dignidad, somos
llamados, a la unidad y la edificación del cuerpo de Cristo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)