Comentario al evangelio del Martes 25 de Febrero del 2014
Servíos los unos a los otros
El contraste es tan drástico como evidente. Mientras Cristo, el Señor, anuncia su pasión y muerte, sus
discípulos más cercanos discuten acaloradamente sobre quién ha de ser el más importante. Mientras
estos sueñan con un reino de poder y dominio, Jesús les desenmascara: el que quiera ser el primero que
sea el último y, además, servidor de todos. Por si no quedaba claro, recurre a una parábola en acción.
Toma un niño, lo pone en medio, lo abraza, y exclama: quien acoge a un niño a mí me acoge. El niño
era la imagen del desvalido, del que nada cuenta.
Una vez más queda evidente. Jesús es otra cosa, tiene otra lógica, dice locuras para los que no están en
su onda. En la hora suprema de la despedida, en la víspera de su muerte, desconcierta a los suyos. Sí,
es el Maestro, y, por ello, se arrodilla y les lava los pies a sus discípulos. ¿Por qué resaltar sólo el gesto
del pan y del vino, y dejar en penumbra la liturgia de hacerse siervo y servidor?
Que el servir es un valor que cotiza mucho se observa a todas horas. El Papa se firma “siervo de los
siervos de Dios” y el Obispo dice de sí mismo “indigno siervo tuyo”, en el momento solemne de la
Plegaria Eucarística. Durante mis tiempos juveniles, en los campamentos se coreaba la consigna: “Vale
quien sirve, servir es un honor”. Necesitamos organización, jerarquía, autoridad, ¿pero cómo? La regla
de oro es el servicio. Y servir es no buscarse a sí mismo, no pretender protagonismos, es estar en
segundo plano, es hacer crecer al otro, es dar la vida.
Quede claro que esta actitud de servicio es justa y necesaria para todo seguidor de Jesús. En cualquier
cargo o situación puede brotar la vena de la soberbia, de la altanería, de la vanidad, del afán de figurar.
Cuidado.
C. B.