VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
CADA VEZ CREO MENOS, PERO AMO MÁS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Recuerdo muchas veces las clases de religión de mi quinto curso de bachillerato.
Las pruebas de la existencia de Dios según Aristóteles, Descartes y Anselmo. Me río
pensando en ellas. No tengo categoría intelectual para rehusarlas, pero veo que a
los demás tampoco les convencen. Y es que un Dios existente pero indiferente, nos
deja fríos a la mayoría. Lo que nuestro interior ansía con intensidad es un Ser que
se meta en nuestro interior y nos ame con ternura e individualmente. Algo así es lo
que convencería. Afortunadamente esto es lo que ocurre, si le dejamos acercarse.
Pero constatarlo no es cosa de argumentos y discusiones. Es experiencia. Un
enamorado seguramente ignorará el número del carnet de identidad, los dibujos de
la huella digital, no tendrá ninguna fe de vida judicial, es decir, no poseerá pruebas
demostrativas de que existe aquel con el que quiere unir su vida. Ni las necesitará,
seguramente me respondería. El amor que siente, el que da y recibe, es la mejor
prueba.
En este ambiente se mueven las lecturas del presente domingo. Isaías se refiere al
amor materno. Recuerdo yo como si fuera ahora, el que me tuvo mi madre y
todavía influye en mi vida, como si ella estuviera a mi lado. Así, pero mucho más,
es el del Señor. El niño no entiende porqué le llevan al colegio, porqué le
administran una medicina o le insisten en que coma bien, se levante temprano o
duerma. Se hace mayor y reconoce el valor que tenía aquello que le molestó y se
siente agradecido y goza porque las normas de sus padres le enriquecieron. Así,
pero mucho más, es el Señor. Limitan los progenitores las aportaciones que los
niños piden para comprar chucherías y a veces la criatura llora y se siente infeliz.
Llega un día que está contento de no haber sido un hombre mal criado. Así, pero
mucho más es el Señor.
Una de las cosas que enseñan en familia es a saber escoger. Académicamente, el
estudiante también tiene que inclinarse por ciencias o letras. Nadie puede
contratarse laboralmente a dos empresas, no podría acudir al trabajo
simultáneamente, es evidente. Son ejemplos. En el terreno de lo trascendente
ocurre algo semejante. Amar a Dios supone renunciar a múltiples apetencias. Pero
vale la pena.
--Cuando uno dispone de un capital y quiere que rinda, deberá escoger donde
depositarlo. No podrá ingresarlo en dos entidades bancarias a la vez.
--Escoger siempre es una aventura y eso es uno de los goces de la existencia
humana. Al que le dan todo hecho y se apropia de ello sin esfuerzo, se vuelve
abúlico, aburrido y soso.
--Hay gente tan pobre tan pobre , que solo tiene dinero, decía aquel. Hay gente
que no disponiendo de capital, es un artesano de su vida y llega a la madurez
satisfecho de sí mismo.
--Hay gente que aceptando su vida como un proyecto de Dios, trabaja como
sea, pero labora en algo provechoso para los demás, dejando que el Señor se
preocupe de él y transcurre así su vida sin grades fracasos, sin derrotas
insoportables. Sufriendo quebrantos, pero comprobando que Alguien cuida de él,
que es su Amigo oculto, pero, a la postre, real, que es lo que importa.
Miraba yo hoy la primera violeta que he visto este año, luego los narcisos que
florecen estos días, una minúscula picardía que empezaba a trepar por la pared de
la iglesia, pero que ya había emitido el clamor de su existencia, abriendo una
florecita. El viento los mece, la lluvia no es cosa de cada día, nadie abona estas
plantas… aun así, son preciosas. Las otras, las que se cultivan forzando sus
procesos, o aprisionadas en terrenos bien calculados para que reciban diariamente
la máxima radiación solar, cuando las vemos, con frecuencia exclamamos: parecen
de plástico. Reconocemos que por calculados que tengan sus pétalos y los colores
conseguidos, carecen del encanto de la vida. Nunca se mustiarán, porque nunca
han vivido.
Tanto Pablo, que se dirige a los fieles de Corinto, como Jesús, que nos habla a
todos, nos advierte de un peligro muy actual, aunque en aquel tiempo no tuviera
nombre específico. Al examinarnos a nosotros mismos, lo hacemos, más que con
dureza, con orgullo. Y ocurre entonces que nos deprimimos. Al pensar en el
mañana a todos nos ocurre a veces que tememos enfermedades incurables,
agobios insoportables, quiebras inquietantes. Se dice que hay gente que se muere,
de miedo a morir.
--El salmo 131 reza así: mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros,
--No pretendo grandezas que superen mi capacidad,
--Sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.
--No hay que ser un fresco caradura , pero tampoco un angustiado permanente.
Preocupaos, mis queridos jóvenes lectores, de las cosas del Maestro. Procurad que
haya gente que le encuentre y reciba su Amor, que le consuele, que le oriente y le
proteja y, mientras tanto, Él se preocupará de vosotros mismos. El salmo me lo
sabía de memoria, pero para recomendároslo debía saber su número y he acudido a
un programa donde he escrito la palabra corazón. El resultado ha sido que aparece
en la Biblia 873, en consecuencia, me ha costado bastante encontrarlo. Os lo
explico para que intuyáis de que Dios nos habla la Biblia.