Miércoles de Ceniza, Ciclo A
a.- Jl. 2,12-18: Convertíos al Señor, Dios vuestro.
El profeta Joel, al comienzo de la Cuaresma, nos invita a la penitencia y a la
conversión, pero pregunta: ¿quién estará limpio el día de la ira del Señor? La
penitencia verdadera es la que convierte el corazón por medio del ayuno, el llanto y
el luto. Lo que hay que rasgar es el corazón, y luego las vestiduras (v.13). La
conversión, es un volver a Dios, ya que el pecado nos aleja de Yahvé, además, nos
dice de “todo coraz￳n”, es decir, que el regreso no sea algo esporádico, ocasional,
ficticio o interesado. Una conversión de todo corazón, es un llamado sincero, firme,
con propósito de enmendar el propio rumbo hacia Dios. ¿Cuáles son los motivos
que Joel ofrece para comenzar este camino de conversión? De parte de Dios no
dice: “Desgarrad vuestro coraz￳n y no vuestros vestidos, volved a Yahveh vuestro
Dios, porque él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y se
ablanda ante la desgracia. ¡Quién sabe si volverá y se ablandará, y dejará tras sí
una bendición, oblaci￳n y libaci￳n a Yahvé vuestro Dios!” (vv. 13-14). He ahí el
fundamento de su oración y esperanza, y también el nuestro, lo que viene a
significar, que no todo está definitivamente perdido, si el hombre no se resiste, sino
que de verdad, convierte su corazón a Yahvé (cfr. Mt. 7, 7). De parte del hombre,
el temor a que una vez que pase la plaga de langosta, si llega, se pueda volver a
tener algo de agricultura para restablecer el culto y la ofrenda, se espera la
bendición (v.14). La invitación que hace el profeta al pueblo es a la penitencia, es
para pedir el perdón divino, pero lo que le interesa de verdad destacar, no es el
castigo sobre el pueblo pecador, sino el honor de Yahvé, delante de los otros
pueblos. Verán que su Dios, no pudo salvarlos hasta preguntarse: “¿D￳nde está su
Dios?” (v. 17). La respuesta de Yahvé, ante la conversi￳n y penitencia de su pueblo
fue: “Y Yahvé se llen￳ de celo por su tierra, y tuvo piedad de su pueblo. Respondi￳
Yahvé y dijo a su pueblo: “He aquí que yo os envío grano, mosto y aceite virgen: os
hartaréis de ello, y no os entregaré más al oprobio de las naciones.” (vv. 18-19).
Todos participaron de este movimiento de regreso al Señor: ancianos y niños,
sacerdotes y casados, porque todo comprometidos con Yahvé y su Alianza .
b.- 2 Cor. 5, 20-6,2: Ahora es tiempo de gracia y salvación.
La reconciliación que pide Pablo a los cristianos venidos del paganismo, es
reconocer el mal cometido en otro tiempo, causa de la separación con Dios, pero
esto implica, la creación de una realidad nueva, a la que los hombres pueden dirigir
sus pasos, más allá de su pecado: Dios ha intervenido, ha creado algo nuevo: la
reconciliación en Cristo. La Cruz del Calvario, señala la sentencia que el tiempo
pasado terminó, e inaugura algo totalmente nuevo. El que es de Cristo o vive en Él,
es criatura nueva. Pablo, es embajador de esa novedad del perdón de Dios:
“Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de
nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no
conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de
Dios en él.” (vv. 20 - 21). Jesucristo, siendo el Cordero inocente que quita el
pecado del mundo, dio su vida por cada uno de nosotros cómo no vamos a dar la
nuestra por ÉL. La gracia que nos concede, es decir, su amistad, no la podemos
despreciar o dejar caer, como algo sin importancia, porque el tiempo se acaba. Hoy
es día de salvación, mañana no sabemos. Su gracia nos hace puros y limpios a sus
ojos, porque somos bañados de la luz de su Resurrección.
c.- Mt. 6,1-6.16-18: Limosna, oración y ayuno.
Mateo, nos presenta todo un programa de vida evangélica, para comenzar la
Cuaresma; toda una hoja de ruta para seguir a Jesús. Se trata de la nueva justicia
inaugurada por el Maestro con el Sermón de las Bienaventuranzas. Sus discípulos
deberán cumplir la Ley de Moisés con mayor perfección que los propios fariseos y
escribas (cfr. Mt. 5, 20). Ahora hay que aplicar este principio en aquellas prácticas
religiosas que los judíos observaban, como parte esencial de la espiritualidad
hebrea: la limosna (vv.1-4), la oración en secreto (vv.5-6), y el ayuno (v.16-18).
En ellos se puede expresarse la verdadera adoración de Dios y la verdadera justicia
si se hacen con el adecuado espíritu, pero si no, se convierten en formas externas o
que quizás sirven al egoísmo del hombre. Jesús descubre la conducta hipócrita y
con palabras muy claras señala el camino certero. La crítica de Jesús se dirige a la
forma en que se practicaban, no estas obras en sí mismas, porque ellas poseían un
fin noble, pero que hay que vivirlas, desde lo interior del hombre creyente y
piadoso. Quienes las observaban para ser alabados por los hombres, ya tienen su
paga o retribución de parte de los hombres; quien hace uso de la rectitud de
intención, y lo hace por ser expresión de la voluntad de Dios, recibirá de su parte,
la retribución prometida. La verdadera adoración de Dios sólo se dirige sólo al
mismo Dios, y a la recompensa por él prometida. Lo primero: la limosna en secreto.
Las limosnas muchas veces eran anunciadas delante del cepillo del templo, sobre
todo, cuando eran generosas; Jesús manda que se hagan, pero en secreto, y sin
vanagloriarse de ello. Si Dios es Padre de todos los hombres, los bienes del rico se
los ha confiado Dios para aliviar la penuria del necesitado; ambos con son acogidos
en la comunidad, por lo tanto, deben con misericordia se debe socorrer al
necesitado. Quedar en secreto y hecha por Dios, significará, que si no se conoce o
es olvidada por los hombres, Dios que ve en lo oculto, te recompensará. Segundo:
la oración en secreto. La oración, hecha en el templo o en la sinagoga, se hacían
con mucho fervor, incluso en las calles, pero esto se prestaba a la ostentación.
También aquí el egoísmo hace estragos porque lo que iba dirigido a Dios, se vuelve
hacia el hombre, en vez de buscarle a ÉL, el orante se busca a sí mismo. Jesús
manda que se haga en secreto, en la propia habitación, cuando es personal, hablar
con un lenguaje sencillo al Padre. No se puede concluir que Jesús critique el culto
público, como buen judío, también asistía al templo. En la oración, el hombre
reconoce a Dios y le manifiesta su obediencia. El que ora confiesa que Dios es el
Señor de su vida. Dios que ve en lo oculto, mira la pureza de intención y tiene la
recompensa para el orante. Finalmente, el ayuno. Manifestación externa de la
propia conversión interior que al comienzo era de todo el pueblo, porque los
pecados eran de todo el pueblo, además de los pecados personales. Todos hacen
penitencia, ayunan, se duelen de sus faltas. Los fariseos tenían en alta estima el
ayuno, quieren hacer penitencia ante Dios, mostrarle su disposición a convertirse.
Pero lo que se dirige a Dios, lo convierten en un espectáculo: todos deben ver cómo
ayunan. Ungirse la cabeza y lavarse la cara (v.17), para que nadie note que ayuna;
aspecto normal y rostro alegre. Isaías había enseñado acerca del verdadero ayuno
(cfr. Is. 58, 5-10), fuente de vida nueva, para el que lo observa, pensando en su
prójimo. Sólo así, el ayuno va dirigido sólo a Dios, que ve en lo escondido, la
pureza de intención, y renuncia a la ostentación. Para Jesús, es fuente de alegría y
libertad, porque el esposo está con ellos, cuando se lo quiten, entonces ayunarán
(cfr. Mt. 9,5). Habrá un nuevo tipo de ayuno con la esperanza del regreso del
esposo hasta que se celebren las bodas del Cordero con la Iglesia (cfr. Ap.22,3s). El
ayuno libera del egoísmo y maldad, para dejar espacio a la voluntad de Dios; debe
practicarse en secreto, porque es trato personal con el Padre. De su mano y bondad
recibirá a su tiempo, el premio de haber trabajado su conversión de cara a ÉL.
Nuestra Santa Madre Teresa, cuando andaba su vida espiritual por el suelo, siendo
joven monja de clausura, había dejado la oración, y estaba dividida entre Dios y el
mundo exterior, descubre en la Pasión la fuente de su verdadera conversión al
Se￱or Jesús. “Pues ya andaba mi alma cansada y aunque quería no la dejaban
descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el
oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para
cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en
mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por
nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que
el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo
derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no
ofenderle.” (V 9,1).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD